[Peristephanon]. Serie de catorce himnos, obra maestra lírica de Aurelio Prudencio Clemente, poeta cristiano de origen español, que vivió entre los siglos IV y V. Tema de estos himnos, de extensión y metros muy variados, es el martirio de santos, en su mayor parte españoles (himnos I, III, IV, V, VI) o romanos (II, XI, XII, XIV), cuya tumba pudo visitar el poeta; sólo cuatro (VII, IX, X, XIII) están dedicados a mártires de otras regiones. El octavo, muy breve y escrito para celebrar un bautismo en Calahorra, se acerca mucho a los epigramas del papa San Dámaso (366-384) que, por los pocos versos que se nos han conservado grabados en los sepulcros de los mártires, se puede considerar como el único precursor de Prudencio. Fuentes de la obra son las tradiciones populares y la liturgia: el autor desarrolla y elabora el material que la tradición le proporciona, con el propósito principal de ganarse al lector con la belleza de la exposición y usando a este fin todos los medios que la refinada cultura retórica ponía a su alcance.
Original y acertada es la elección de los metros, variados y complejos, siempre adaptados al tema tratado: el primer himno, por ejemplo, dedicado a dos soldados españoles martirizados a consecuencia de su negativa a sacrificar sobre los altares paganos, está escrito en tetrámetros trocaicos catalécticos, agrupados en estrofas de tres versos cada una, o sea, el metro de los cantos militares romanos. El segundo, que desarrolla con mucho detalle, en 584 versos, la leyenda de un santo romano, San Lorenzo, y está caracterizado por una vivacidad y un espíritu totalmente populares, está escrito en dímetros yámbicos acatalécticos, agrupados en estrofas de cuatro versos, ritmo muy similar al de algunas baladas antiguas. Informado, en el curso de un viaje a Roma, del martirio de San Casiano, Prudencio lo hace asunto de un himno, el IX, escrito en un estilo de colorido épico, rico en bellas imágenes y en vivas descripciones. En Roma fue concebido también el himno XI, en el cual se describe el martirio de San Hipólito, tal como el poeta lo ha visto representado sobre la tumba del mártir; está escrito en dísticos, en forma de epístola a un obispo español, Valeriano, para que celebre el aniversario de la muerte de San Hipólito.
Este himno es importante e interesante además por las vivas descripciones en él contenidas de la Roma de aquellos tiempos, de las catacumbas, de la multitud devota de los peregrinos; desde este punto de vista son muy notables también los himnos XII y XIV: en el primero, compuesto en estrofas arquiloqueas cuartas, un romano describe al poeta las fiestas en. honor de los dos apóstoles Pedro y Pablo; el segundo, escrito en Roma en endecasílabos alcaicos, e inspirado en un epigrama de San Dámaso grabado en la tumba de Santa Inés, es poéticamente uno de los mejores. Particular elegancia tienen los himnos III, dedicado a una virgen española, Santa Eulalia, y el IV, en estrofas sáficas, a los mártires de Zaragoza. Más popular es el himno V, a San Vicente; a San Fructuoso está dedicado el VI, en endecasílabos falecios; a San Cipriano, mártir africano, el XIII, a Romano de Antioquía, el X; éste es el más largo, en 1.140 versos, y tuvo una traducción manuscrita separada, junto con los poemitas didascálicos de Prudencio (v. Apoteosis).
Contiene una larga apología del Cristianismo y un acta de acusación contra los paganos: el elemento retórico es dominante y, como en otros himnos, hace prolijos e inoportunos los discursos, excesiva la minuciosidad de los detalles. En su conjunto, la obra, con sus virtudes y defectos, es el monumento más insigne de la poesía latinocristiana; como tal ha ejercido, naturalmente, notable influencia sobre la poesía posterior y, nueva también por su contenido, ha inspirado a los poetas en lengua latina y en lengua vulgar y a los artistas de todas las naciones que han tratado episodios de la vida de los mártires.
E. Pasini