Novela de Vicente Blasco Ibáñez (1867-1928), fechada en 1903. Como en Ángel Guerra (v.), de Galdós, Toledo con su Iglesia Primada sirve de fondo al relato, exasperadamente anticlerical. En tanto que en la novela galdosiana la Catedral y su clero son sólo ambiente o marco del conflicto novelesco, en la narración de Blasco Ibáñez se percibe una intención semejante a la observable en La bodega (v.): elevar a categoría de protagonista una colectividad, un amplio organismo. Gabriel Luna — un anarquista teórico, rebelde y ateo, con mucho del propio Blasco Ibáñez, idealizado y literaturizado — regresa, envejecido y enfermo, a su ciudad natal, Toledo, tras varios años de destierro y persecución en el extranjero y de prisión en España, por sus actividades revolucionarias. Gabriel Luna es un tipo rígido, construido según un esquema muy del gusto de Blasco Ibáñez y muy repetido en otras obras suyas. Los largos discursos anticlericales y demagógicos, puestos en boca de Luna, restan agilidad al relato novelesco, cuyo máximo valor radica en la pintura del ambiente y de las descripciones, plásticas y vigorosas como casi todas las de Blasco Ibáñez. En las últimas páginas Gabriel Luna, que trabaja como guardián nocturno de la Catedral, muere asesinado al tratar de impedir un robo que iba a ser perpetrado por sus propios discípulos ideológicos : unos míseros obreros de los que vivían en las Claverías, hambrientos y enfermos, junto a las riquezas del tesoro catedralicio. Ofrece interés la parte referente a la transformación de Gabriel Luna, de seminarista en revolucionario, por cuanto nos da un probable índice de lecturas del propio Blasco Ibáñez: Darwin, Büchner, Haeckel, Proudhon, Reclus, Kropotkin, Bakunin, etc. En boca del protagonista se encuentran abundantes diatribas contra la España negra, la de los Austrias, de tono a veces noventayochista por la sobrevaloración del período medieval y el menosprecio de la época posterior.
M. Baquero Goyanes