La Bella Alfreda, Jean de Rotrou

[La belle Alphrede]. Tragicomedia de Jean de Rotrou (1609- 1650), representada en 1636 y que, con sus más que novelescas aventuras y compli­cados enredos, puede considerarse como ejemplo típico del enredoso teatro francés del XVII antes de la aparición de Corneille. La bella Alfreda, valiente jovencita de ánimo viril, es abandonada por su enamora­do Rodolfo, quien ha marchado hacia In­glaterra, cediendo a los atractivos de un nuevo amor. Se viste de hombre y embarca en pos de él. Lanzada por la tempestad a una isla desierta, encuentra allá a Rodolfo, que está a punto de caer víctima de una banda de piratas: se lanza generosamente a salvarle, y, mientras el joven gracias a su intervención consigue huir, queda prisio­nera. Pero sobreviene un golpe de teatro más extraordinario aún: Alfreda encuentra, en el jefe de los piratas Aminto, a su pro­pio padre, desaparecido desde hacía muchos años, y a su hermano mayor, Acasto, que decide ayudarla y acompañarla en la busca del infiel y tan amado Rodolfo. Apenas lle­gados a Inglaterra, los dos hermanos topan con unos bandoleros y tienen ocasión de salvar a una prisionera, Isabel, que resulta ser precisamente la mujer amada por Rodolfo, a causa de la cual había abandonado a Al­freda. Isabel y Acasto se aman y se casan.

Y aparece de nuevo Rodolfo que, arrepen­tido, está buscando desesperadamente a Al­freda; la heroica jovencita encontrará al fin la recompensa merecida por su arriesga­do heroísmo. El complicado asunto es es­cenificado por el joven trágico con la rápida maestría que será una de sus característi­cas más notables. Rotrou, acumulando y combinando con asombrosa desenvoltura los episodios más inesperados, no obedece más que al mero deseo de crear situaciones im­presionantes; pero demuestra estar a punto de aprovecharlas, no sólo con un sentido teatral segurísimo, sino también con sencillo ánimo de poeta. Y precisamente en esa ca­pacidad de pasar de la más artificiosa di­versión escénica a un tono exquisitamente elegiaco, henchido de sugestión poética, es­triban las mejores dotes del futuro autor del Verdadero San Ginés (v.) y de Wences­lao (v.).

M. Bonfantini