[L’aventuriére]. Drama en cinco actos de Emile Augier (1820- 1889), en verso, representado en 1848. En la familia del rico burgués Mucarade, ha caído una avispada y alegre mujercita, Clorinda. Diciendo ser una noble española, obligada por motivos políticos a abandonar su patria con su pretendido hermano Aníbal (un estafador), consigue enamorar al viejo Mucarade y le engatusa hasta el punto de que él se deja arrancar una promesa de matrimonio. Pero sobreviene el hijo del viejo, Fa- bricio, que desde hace muchos años vive en lejanos países. El padre no le ha reconocido y él se pone de acuerdo con su hermana Celia y con su primo Horacio, prometido secretamente con ella, para presentarse a su padre como un amigo de Fabricio. Acogido en la casa, hace creer hábilmente ser un gran personaje que viaja de incógnito; Clorinda, a quien él hace una corte encarnizada, cae muy pronto en sus brazos. Mucarade la sorprende, pero ello no basta para abrirle los ojos, antes bien, después de haber reconocido a su hijo, defiende a Clorinda de las acusaciones de él, y quiere precipitar la celebración de las bodas.
Fabricio, entre tanto, en un coloquio con Clorinda, le echa en cara todas sus bajezas; y la aventurera, a quien por primera vez se habla de honradez, de pureza y de dignidad, se enamora de su ofensor, dispuesta a renunciar, por ese amor, a la riqueza de su maduro enamorado. Esto, no obstante, no le conviene a Aníbal que contaba con obtener su parte de aquellas riquezas. Se encarga de vengar el honor de su hermana y desafía en duelo a Fabricio, pero comprende en seguida que tiene que habérselas con un adversario peligroso; vuelve la espada a su vaina y, con una corta indemnización pecuniaria, desaparece con aquella mujer. La familia está salvada; Celia se casará con su Horacio, y Fabricio y su padre amarán a sus hijitos. Este drama, reducido a cuatro actos y con ligeros cambios, fue estrenado en 1860 y en esta forma se ha representado abundantemente. A pesar de que la acción se desenvuelve en un cuadro vagamente lejano (una Padua romántica del siglo XVI) el trabajo es todo él de su tiempo; es la primera reacción del buen sentido burgués contra los idealismos y las idealizaciones románticas, e indica el camino que Augier recorrerá después resueltamente.
G. Alloisio