Comedia del autor griego Aristófanes (450-c. 385 a. de C.), estrenada en Atenas probablemente en el año 389 a. de C. Las amas de casa atenienses, capitaneadas por la astuta Praxágoras, se unen en una conjuración que recuerda la de la Lisistrata (v.) y poniéndose los trajes de sus maridos se dirigen a la asamblea del pueblo, donde hacen votar una ley que da el gobierno del Estado a las mujeres. Era el único experimento que los atenienses no habían todavía intentado, y a través de sus cómicas consecuencias, Aristófanes satiriza la manía de novedad, que tantos perjuicios había ya causado a Atenas, y las utopías reformadoras con que los atenienses se hacían la ilusión de poner remedio a la situación. Las mujeres instauran una nueva forma de comunismo, cuyos detalles determina Praxágoras no sin ingeniosidad, y que en algunos aspectos hace pensar en el cuadro de la República platónica, ideada precisamente hacia esa misma época.
Pero, en parte porque el teatro ateniense, después de las convulsiones civiles causadas por la derrota en la guerra del Peloponeso, no gozaba ya de la libertad de palabra de otros tiempos, la comedia, en lugar de insistir sobre los aspectos políticos de la reforma, divaga en una serie de escenas de farsa y se complace en mostrar el lado más risible de la comunidad de bienes y de mujeres. La segunda mitad está dedicada a las desventuras de un joven, que, por la fuerza de la ley, se ve obligado a satisfacer primero a las viejas que a las jóvenes, y la comedia se acaba con la visión de un gran banquete, al que asisten en común todos los ciudadanos. Si en conjunto la invención y el movimiento escénico se desenvuelven con garbo, los caracteres tienen poco relieve personal, excepto en el sabroso episodio de la disputa entre el entusiasta y el escéptico, dos tipos captados y descritos con aguda psicología. El primero, obediente a las leyes e inclinado a ver el lado bueno de todas las disposiciones, está dispuesto a entregar inmediatamente todas sus pertenencias a la comunidad; el otro no se fía de nadie, no cree en nada y espera, en homenaje a la prudencia, a ver qué harán los demás. Pero naturalmente es el primero en acudir en cuanto el heraldo anuncia que el gran banquete está servido. [Trad. de Federico Baráibar y Zumárraga, en Comedias, tomo III (Madrid, 1881)].
A. Brambilla