La Antorcha bajo el Celemín, Gabriele d’Annunzio

[La fiaccola sotto il moggio]. Tragedia en cuatro actos, en verso, de Gabriele d’Annunzio (1863-1938), representada en 1904 y publicada en el mismo año. De la Francesca da Rimini (v.) saca el tipo de verso, de La Hija de Eorio (v.) algo de la inspi­ración rural, de Las Vírgenes de las rocas (v.) el sentido de las cosas en derrumba­miento, del más lejano Giovanni Episcopo (v.) la abyección del hombre sexualmente encadenado de La ciudad muerta (v.) y de otras obras el tema superhumano, mezcla de sublimidad, de ternura y de sacrificio, como ya en Mila (v.) de La hija de Eorio. La protagonista, Gigliola, se prepara a lle­var a cabo su venganza contra la terrible mujer que mató a su madre para casarse con su padre, Tibaldo, lo que hará sólo después de haberse inoculado un veneno, para pagar su culpa con la muerte. Su sa­crificio resulta más trágico porque entre tanto Tibaldo es quien mata a la mala mujer no perdonándole —entre los muchos delitos que en parte, ignora de ella y en parte soporta— la sospecha de su infideli­dad conyugal. Al éxito teatral de la obra contribuyó lo que se conserva en ella de la aridez de La hija de Eorio (v.), que lle­ga a ser aquí seca atención a las conexio­nes de la trama con sujeción igual a la del acto IV de Francesca da Rimini; el verso roto, interiormente prosaico, a veces con­fiado a meros expedientes de imprenta, ayu­da en vez de obstaculizar el ritmo de la acción.

Pero hay que añadir que se trata de habilidad, más que de belleza, teatral; la obra es en efecto pobre y turbia, preci­samente en razón del desecamiento de la poesía en el ritmo de la acción, a la que se adhiere la invención de una manera mecánica; el lirismo llega a ser énfasis del sentimiento, blando y pegajoso como en el Giovanni Episcopo y en el Poema paradi­siaco (v.): véanse sobre todo las escenas alrededor del enfermo Simonetto. El pro­saísmo, las fracturas del verso se relacio­nan precisamente con la experiencia de aquel Poema, aunque sin el sentido de novedad formal; aquí, más que recoger, se explotan las conclusiones de tales desarro­llos, de un modo obvio y nada poético.

E. de Michelis