[John Gabriel Borkman]. Drama del escritor noruego Henrik Ibsen (1828-1906), publicado en 1896. Juan Gabriel Borkman acepta el poder para hacer felices a los hombres. Dominado por la pasión de sacar a la luz las fabulosas riquezas aprisionadas en las entrañas de la tierra, él, director de un banco, derrocha el dinero propio y el ajeno en negocios ruinosos y acaba por ir a presidio. Cumplida la condena, ya anciano, vuelve a casa y vive encerrado en su habitación, «como un lobo enfermo en su jaula», convencido de que un día será llamado a poner en práctica sus antiguos planes por los mismos hombres que se han creído engañados por él. En la misma casa viven, incubando en silencio su propio rencor, su esposa, Gunilda, que no ve en él más que el deshonor de la familia, y la hermana de Gunilda, Ella, a cuyo amor Borkman renunció un día con la ilusión de poner más fácilmente en práctica sus sueños dé poder. Las dos mujeres se disputan el afecto del hijo de Borkman, Erardo: la madre porque espera que con su trabajo pueda rehabilitar el nombre de la familia, la tía por el deseo de afirmar su maternidad espiritual sobre el hijo del único hombre que amó. Pero Erardo, incapaz de soportar deberes, anhela salir de aquella atmósfera opresiva y vivir libre y feliz con la mujer que ama.
Su decisión de partir trastorna todos los ánimos y arroja una violenta luz en aquella especie de sepulcro donde fermentan sueños imposibles y sentimientos amargos, infecundos. Y es Ella, la mujer sacrificada, la que se yergue ante Borkman para echarle en cara su mayor pecado: no aquél por el que los hombres le condenaron a presidio, sino otro, más antiguo, para el cual no hay absolución: «aquél que se comete al matar en una criatura la vida del amor». Él, abandonando a la mujer que amaba por ciertas ventajas de orden práctico, mató junto con el alma de ella, su propia alma: y por esto no tendrá jamás poder ni felicidad, ni entrará en el reino soñado. Para Borkman esto no es el desvanecimiento de una ilusión: es el derrumbamiento de toda la vida. Sale de su clausura y al no sentirse ya sostenido por energías dirigidas ilusoriamente hacia una meta, el aire helado de la noche lo mata. Las dos hermanas enemigas se tienden finalmente la mano sobre su cuerpo exánime: «sombras sobre el muerto».
Juan Gabriel Borkman, uno de los dramas de Ibsen de estructura más recta y clara, es después de El constructor Solness (v.), la segunda estrofa del canto de la vejez humana del poeta. Si Solness, desaparecida toda ansia de conquista ética, se afirmaba en su loca tentativa de un imposible renacer, en Borkman no hay más que un tétrico replegarse sobre sí mismo, iluminado por aquella vaga luz de piedad que emanaba del amor que en la tercera y última estrofa del canto, Al despertar de nuestra muerte (v.), servirá para sugerir el definitivo voto sobre el abismo fatal: «Pax vobiscum». (Trad. española de Luis Ruiz Contreras (Madrid, 1902), traducida del francés al igual que la de Luis Villalobos (Barcelona, 1907), mientras que la de Ricardo Baeza (Madrid, 1920) procede del inglés. La primera versión directa del noruego es la de C. Barrera (México, 1920) y la de Pedro Pellicena Camacho en Teatro completo, tomo XIII (Madrid 1922).
G. Lanza