Bajo este título, el poeta y comediógrafo andaluz Antonio Machado (1875-1939) publicó, en 1936, una serie de reflexiones y comentarios sobre temas, sugestiones y motivos muy diversos. Algunos de estos comentarios son meros esbozos de un estudio que no llegó a concretarse, otros poseen ya la enjundia de un artículo breve o no pasan de ser un simple pensamiento. El subtítulo de la obra resume significativamente el contenido del libro: «Sentencias, donaires, apuntes y recuerdos de un profesor apócrifo».
Juan de Mairena es un personaje ya conocido en la obra de Antonio Machado. Aparece como discípulo de Abel Martín en las páginas tituladas «De un cancionero apócrifo», puestas a continuación de Nuevas canciones. Ambos personajes son imaginarios y cultivan tanto la filosofía como la poesía. A ellos atribuye Antonio Machado algunos poemas y una serie de teorías metafísicas o artísticas. Después del Juan de Mairena se ha editado un volumen aparte con el título. Sigue hablando Juan de Mairena, una amplia colección de notas, algunas análogas a las que forman nuestro libro, otras con forma de auténtico ensayo, por ejemplo «Algunas ideas de Juan, de Mairena sobre la guerra y la paz». Es muy difícil calibrar con acierto los puntos de vista machadianos, generalmente agudos, pero sin ilación entre sí, ni siquiera para construir un sistema de ideas, ni de principios literarios, ni de doctrina estética. Un poco como en el Glosario de Eugenio d’Ors, aquí lo importante es la pura actividad intelectual, el contraste de ideas y la chispa que las encienda y que, seguramente, sorprenderá a los bien pensantes. No quiere esto decir que Machado sea aquí muy nuevo o revolucionario. El poeta tuvo necesidad de opinar sobre literatura y, especialmente, sobre poesía.
No olvidemos sus ensayos Arte poética de Abel Martín y unas Reflexiones sobre la lírica, aparecidas estas últimas en la «Revista de Occidente». Así en el Juan de Mairena escribe, por ejemplo: «Cada día, señores, la literatura es más escrita y menos hablada. La consecuencia es que cada día se escribe peor, en una prosa fría, sin gracia, aunque no exenta de corrección, y que la oratoria sea un refrito de la palabra escrita, donde antes se había enterrado la palabra hablada. En todo orador de nuestros días hay siempre un periodista chapucero. Lo importante es hablar bien: con viveza, lógica y gracia. Lo demás se os dará por añadidura». Machado a menudo gusta de las definiciones un poco axiomáticas, como aprehendidas en una visión: «El orador nace; el poeta se hace con el auxilio de los dioses». «Poesía es diálogo del hombre con el tiempo». Esta definición enlaza con un intento de arte poética, atribuida a Abel Martín, y que se fundamenta en la expresión famosa de «la palabra en el tiempo», es decir: que la palabra se despliega, se explica en la sucesión temporal y en el diálogo, y quema su fuerza energética en la expresión.
Machado defiende la poesía objetiva frente al «yo» romántico. En su opinión, el poeta debe «sentir con todos», y así la poesía es patrimonio común, más que coto egoísta del poeta. Machado insiste a cada paso, a riesgo de suscitar enérgicas contradicciones, en definiciones sobre temas estéticos. «Lo clásico es el empleo de un sustantivo, acompañado de un adjetivo definido». Por medio de diálogos con sus alumnos, Mairena saca a la palestra los temas más dispares, que a menudo chocan, porque no se relacionan entre sí o por la vivacidad sorprendente de 1^ imagen. «En una república cristiana, democrática y liberal — escribe — conviene otorgar al Demonio carta de naturaleza y de ciudadanía, obligarle a vivir dentro de la ley». «El Greco es la explosión de Miguel Ángel», «Los grandes poetas son metafísicos fracasados». Y así define, ironiza o zahiere a la burguesía, a Platón, a Espronceda, al pragmatismo, el barroco, la senectud, los dramaturgos, Demócrito y sus átomos, etc. El conjunto de la obra es abigarrado y disperso, pero incisivo y, muy a menudo, sutil. Junto al chascarrillo hallaremos la sentencia precisa y profunda. Junto a la boutade, la intuición genial. Junto a la paradoja poco afortunada, la observación irónica y definitiva. «Su misma claridad le embosca; y aún más, su infinita ironía, en la prosa a veces elevada al cubo, cuando el apócrifo Mairena endosa a su doblemente apócrifo maestro, Abel Martín, la responsabilidad de ideas de que tampoco se dice que éste estuviera muy seguro». En estas palabras de José María Valverde podría hallarse la clave’ de este libro de Antonio Machado, pseudofilosófico, inteligente, asistemático y valioso en muchos sentidos.
A. Manent