[Jean-Christophe]. Extensa novela cíclica en diez volúmenes, de Romain Rolland (1868-1943), publicada entre 1904 y 1912. Su trama fundamental es la vida de un músico, Jean-Christophe (v.).
Hijo de músicos, nace en una pequeña y tranquila ciudad a orillas del Rin; el mundo maravilloso que el niño va descubriendo poco a poco a su alrededor, sus primeras impresiones confusas, las figuras familiares que le circundan (el abuelo, la madre, el buen tío Gottfried) y, más tarde, la revelación de los sonidos y el aprendizaje musical, hasta llegar a su adolescencia, con los primeros amores y la gradual iniciación en el dolor y la injusticia, todo ello constituye el argumento de los tres primeros libros, «El alba» [«L’aube»], «La mañana» [«Le matin»], «La adolescencia» [L’adolescence»]. En el cuarto, «La rebelión» [«La révolte»], encontramos la rebelión iconoclasta contra todos los ídolos y modelos consagrados por la tradición, en la aspiración de sinceridad absoluta del joven compositor; éste se ahoga en el pequeño ambiente alemán, que no le comprende; anhela una libertad más amplia; sueña con Francia y, al verse complicado en una reyerta entre campesinos y soldados en la que mata a un oficial, se refugia en París. Siguen los años parisinos, en otros tres libros: «La feria en la plaza» [«La foiré sur la place»], «Antonieta» [«Antoinette»], «En la casa», «Dans la maison»]; asistimos en ellos a la dura lucha de Jean- Christophe hasta abrirse paso en los ambientes artísticos e intelectuales, que acaban disgustándole. Encuentra un amigo, Olivier Jeannin, con el que está en íntima comunión espiritual, y ambos viven entrañablemente unidos hasta el matrimonio de Olivier, matrimonio desgraciado que conduce pocos años después a la separación de los esposos: «Las amigas» [«Les amies»]. Este libro, con «La zarza ardiente» [«Le buisson ardent»] y «El nuevo día» [«La nouvelle faurnée»], pertenecen a la última parte del ciclo, que lleva el título general de «La fin du voyage».
Olivier muere en un motín obrero, y Christophe, que no ha participado en él, se ve obligado a huir a Suiza, donde, casi enloquecido por el dolor, atraviesa un período de profundo trastorno interior. Un turbio amor sensual (el episodio de Anna Braun) lo lleva a las puertas del suicidio; pero la sana moral de Christophe se rebela, y huye a las ásperas montañas en busca de soledad. Allí encuentra, por fin, el equilibrio y la inspiración: ha pasado a través de la zarza en llamas y ha oído la voz de Dios; su alma está en calma después de tantas tempestades, y con una última y sublime amistad amorosa con una mujer a la que conoció en su juventud, Gracia, y con el descubrimiento de la armonía y de la luz mediterránea, puede , prodigar hasta el fin el amor a cuantos le rodean y elevar un Hosanna a la Vida y a la Muerte. En su afán por incluir en las experiencias de la vida de su protagonista una completa visión lírico-crítica del mundo intelectual francés y europeo de fines del siglo XIX y primeros años del actual, pasando revista a pasiones, ideas, hechos y sentimientos, la obra resulta más bien difusa e informe. Algunas partes parecen ya pasadas de moda; en casi todo el quinto libro, esencialmente polémico, y en tantas otras páginas de disertaciones y juicios sobre una infinidad de cuestiones artísticas, sociales y morales, habla, por boca de su héroe, el Rolland crítico y moralista. Pero al lado de estos defectos evidentes, el ciclo entero se impone por el cálido soplo espiritual que informa muchas páginas; resaltan en ellas con ardiente elocuencia los temas más caros a Rolland: el amor a la sinceridad más absoluta, el odio a cualquier clase de bajeza e hipocresía, la exaltación de la acción heroica y, sobre todo, el amor a la música, divina expresión del alma.
Jean-Christophe es el símbolo del genio que lucha contra todos los aspectos de la mediocridad humana en la vida y en el arte, que crea y que, por la creación, acepta todo sufrimiento, toda renuncia, y pasa a través de todas las experiencias de dolor, y de amor, y de gozo, porque todas ellas son vida, y ante todo desea vivir. Su humanidad y su vitalidad artística son innegables, tanto cuando lo vemos de niño y de adolescente (son bellísimos y sugestivos los cuadros de ambiente germánico del primer libro), como más tarde, en las fatigosas etapas de su ascensión. Del mismo modo, el estilo, que en muchos fragmentos resulta prolijo, florece en páginas literariamente bellísimas, animadas por un ancho soplo lírico en el pasaje de la resurrección del artista en el Buisson. Muy leído y apreciado en sus días en Francia, en el extranjero y especialmente en alemania, Jean-Christophe está hoy olvidado en parte por cierto descrédito en que ha caído toda la obra de Rolland, ligada a generosas pero un tanto nebulosas ideologías, y en parte porque otras novelas cíclicas, más afortunadas y felices (entre ellas la de Proust, En busca del tiempo perdido, v.) han oscurecido esta primera obra que, en cierto modo, inauguró el «género».
M. Zini