Josué

Es el sexto libro del Antiguo Tes­tamento (v. Biblia); el primero después de los cinco del Pentateuco (v.). Josué, hijo de Nun, de la tribu de Efraim, estaba al ser­vicio de Moisés en situación muy honrosa. Ya en el desierto fue puesto a la cabeza del ejército. Con un cuerpo de expedi­cionarios escogido había puesto en fuga a los amalecitas a la entrada del desierto. (Éxodo XVII, 8 y sig.).

Acompañó a Moisés al monte Sinaí (Éxodo XXIV, 3) pero sin gozar de la visión ni de la revelación de Dios. Fue el defensor de la autoridad de Moisés (Números XI, 2). Con Caleb se dis­tinguió, después de la exploración de la Tierra Prometida, por su fidelidad a Dios, y a la verdad (Números XIV, 6 y sig.). Es­tas dotes suyas de hombre enérgico y justo, le merecieron el privilegio de entrar solo con Caleb, entre todos los israelitas que te­nían veinte años o más, en el país de Canaán. Estaba, pues, perfectamente preparado para la misión, que Dios le quiso confiar, de continuar la obra de Moisés. Debía con­quistar la región cananea (con las armas) y hacer partición de ella entre las doce tri­bus de Israel, de tal modo que toda envidia y toda disputa desapareciesen para siempre del pueblo elegido (Josué, I, 8). Brillante­mente, con valor y prudencia, desempeñó ese doble cometido; todo esto es contado en el mismo libro. La conquista de Canaán fue favorecida por circunstancias que ponen de relieve la protección continua de Jahvé so­bre su pueblo; desmembramiento de aquel territorio en muchos estados ínfimos, en con­tinuo laceramiento recíproco, y sin inter­vención de las tres grandes naciones cir­cunvecinas: egipcia, hitita, babilónico asiria, tal vez empeñadas en luchas interiores. Josué pasa milagrosamente el Jordán ini­ciando así la penetración, ora pacífica, ora a mano armada, de la Cisjordania. Jericó, ciudad defendida por altas y sólidas mura­llas, es la primera en caer.

En esta empresa está clara la ayuda milagrosa de Jahvé. Ahora el camino está libre. Hay una ciudad más al oeste, es ocupada. Comienza la penetración al sur. Tomada Gabaón, la ac­tual el-Gib, los reyes aliados de Jerusalén, de Hebrón, de Yarmuth, de Lakis y de Eglón intentan impedirle el paso. Josué ven­ce una vez más. Con ocasión de esta rápida y completa victoria el relato bíblico nos pone en presencia del milagro de pararse el sol al mandato del vencedor, para pro­longar la batalla. Este nuevo acto taumatúrgico hasta muchos católicos lo interpre­taron en un sentido de hipérbole; esto es, que el sol no desapareció antes de la ani­quilación del ejército de los amorreos. La conquista fue definitiva después de la vic­toria sobre los coaligados, junto al lago Merán. El prudente conquistador Josué, para hacer segura la ocupación, premiar y hacer responsable a cada cual de la defensa del territorio conquistado, dio a cada una de las doce tribus una parte de la tierra cananea. Las tribus eran trece, pero como la tribu de Leví había de quedarse sin territorio, la partición se efectuó entre doce. Esta dis­tribución de la Tierra Santa, que siempre tuvo gran importancia en Israel, en su con­junto y, sobre todo en el concepto místico, se conservó hasta los tiempos posteriores a la destrucción de Jerusalén y de la na­cionalidad hebraica (cfr. Apocalipsis VII).

Este libro, aunque contiene la historia de la revelación desde Moisés hasta los prime­ros tiempos después de la muerte de Josué, constituye un todo único completo e inde­pendiente. El propósito del autor consiste en demostrar cómo de todas las promesas divinas »enumeradas al principio del libro ni una quedaba sin cumplir; por esto esco­gió los acontecimientos más propios para poner de relieve la acción providencial y milagrosa de Dios en favor de su pueblo. El estilo y algunas particularidades lingüís­ticas lo distinguen de los libros de Moisés. Este libro no se encontró nunca unido al Pentateuco. Alguna pequeñísima parte fue escrita por Josué; se supone que el resto de la obra fue redactado durante los prime­ros años del rey David (1012-972 a. de C-), por cuanto son presentados también aconte­cimientos sucedidos después de la muerte de Josué. El libro está dividido en dos partes de acuerdo con la doble misión del gran conquistador. Su autoridad divina es atesti­guada por las citas de San Pablo (Hebr. XI, 30; XIII, 15), de San Juan (II, 25), de San Esteban (Hechos, VII, 45), por acuerdo uná­nime de la antigua Sinagoga y de la Iglesia. Friedrich Háendel (1685-1759) compuso en 1746 un oratorio titulado Josué.

G. Boson