José y sus Hermanos, Thomas Mann

[Joseph und seine Brüder] En tiempos más recientes, el episodio bí­blico inspiró la célebre tetralogía de nove­las de Thomas Mann (1875-1955), el principal representante, en literatura, de la oposición alemana al Tercer Reich. Comprende: Las historias de Jacob [Geschichten Jakobs, 1933], El joven José [Der junge Joseph, 1934], José en Egipto [Joseph in Ägypten, 1936] y José el proveedor [Jo­seph der Ernährer, 1943]. Thomas Mann ha aprovechado el asunto sin modificar nada de la tradición, antes por el contrario, uti­lizándola en toda su múltiple variedad, apoyándose no sólo en la Biblia y sus co­mentarios, sino también en las fuentes his­tóricas, sobre todo en la religión, los mitos, la cultura egipcia, babilónica, asiría, las noticias referentes a las tribus nómadas semitas e incluso la versión mahometana de la historia de José y la tradición oral, entreverada de leyenda, que los pastores se narran en sus «bellos coloquios» durante las noches que pasan velando en el campo.

Con uno de estos diálogos comienza precisa­mente la primera novela, en el pozo junto al «árbol de las enseñanzas», en las colinas de Hebrón, entre Jacob y su hijo predilecto José, el bellísimo muchacho primogénito de Raquel y elegido por el Señor. De la clarividente y ansiosa preocupación paterna por este prodigioso joven, de sus enseñanzas y de las múltiples aventuras que sin suce­sión cronológica forman el argumento de las «historias de Jacob» surge majestuosa y venerable la figura del anciano en sus relaciones con sus hijos y particularmente con José. Dos pasiones determinan su larga vida: Adonai y Raquel.

De la lucha por su Dios, que le somete a pruebas cada vez nuevas y dolorosas, salió una vez cojo, pero bendecido. Para lograr a Raquel ha servido siete años junto al padre de ésta, su pa­riente idólatra Labán el «diablo», el «grumo de la tierra», que le engañó reemplazando a Raquel por Lía en la obscuridad de la noche nupcial. Personajes y hechos bíblicos se entrelazan en el relato, desde el gran engaño de la bendición paterna de Isaac escamoteada por el joven Jacob a su her­mano primogénito el rubicundo Esaú, por voluntad de su madre Rebeca, hasta las vicisitudes conyugales de Jacob con las hijas de Labán y sus sirvientas Silpa y Bilha, que le procrearon sus numerosos hijos; desde el episodio de Dina, única hija de Jacob , y Lía, negada con falsos pretextos religiosos por sus hermanos Simeón y Leví a su pretendiente, hijo del gobernador de Shekem y luego raptada con gran estrago de la ciudad, hasta la consiguiente fuga de Jacob y los suyos hacia Hebrón, durante la cual la delicada Raquel, que nueve años antes había dado trabajosamente a luz a José, muere en el parto de su último hijo, Benoni-Benjamín. Y el dolor de Jacob se encarna en este hijo de la muerta, como el amor por ella se había encarnado en José.

En el segundo libro, El joven José, se desarrolla la motivación psicológica del odio de los hermanos contra éste, predilecto de su padre. El odio culmina en la feroz agre­sión, la ocultación de José en el fondo de la cisterna y finalmente su venta a los ismaelitas. El héroe está representado con todas sus debilidades humanas: su juvenil vanidad, la debilidad de su padre por él, los atrevidos sueños de su propia elección celestial lo hacen soberbio, pretensioso y delator: no hay falta de sus hermanos que él no refiera a su padre, ni sueño de elec­ción divina de que no se alabe ante ellos. Así cada uno de ellos teme haber perdido el privilegio de la primogenitura y sospecha que ésta pase a José, y deciden alejarse en voluntario destierro. El padre envía a José a su encuentro, recomendándole que se presente a ellos en actitud humilde; pero José, a pesar de la advertencia paterna, se envuelve en el velo nupcial, bordado y colo­reado, de Raquel, que Jacob le diera secre­tamente como lo que tiene de más precioso.

Finísima es la notación psicológica de la íntima reacción de cada uno frente al hecho consumado: cada carácter resalta en sus particularidades. En el dolor de Jacob se mezcla por una parte la sospecha acerca de sus hijos, y por otra el pensamiento de que Adonai haya finalmente aceptado el sacrificio de Abraham, o sea que le quiera tardíamente castigar por el antiguo fraude de la bendición paterna. — En el tercer libro, José en Egipto, se narra la estancia del joven en la casa de Putifar, cortesano de Faraón, a quien ha sido vendido por los ismaelitas. Bajo la guía del mayordomo, que le quiere bien, el hijo preferido del elegido de Adonai, bajo el nombre nuevo de Osarsif, se convierte en un auténtico egipcio (hasta el punto de que más tarde ninguno de los suyos le reconocerá), y con sus dotes se gana el favor de Putifar, que le nombra sucesor del anciano mayordomo. Pero la esposa de Putifar, Mut-em-enet, se enamora locamente de él, y el desarrollo de este amor no correspondido, en todos sus estadios, constituye la acción principal de esta larga novela. Es una especie de «morceau de bravoure» medico psicológica, que estudia la morbosa pasión de esta mujer, primero gran dama, consorte ejem­plar, virtuosa honradora de la divinidad, superior a toda crítica y a toda calumnia, y luego poco a poco consumida y atormen­tada por un anhelo irresistible, que la de­grada hasta la más humillante y asquerosa abyección. Durante el primer año lucha con su pasión, en el segundo la deja adivi­nar a José, en el tercero se ofrece a él sin recato, descarándose ante toda la corte y convirtiéndose en el juguete de ésta. Por fin, enloquecida por la negativa de José, lo acusa falsamente ante su marido.

El pru­dente Putifar Perpetre, que lo ha adivinado todo, dicta contra José una sentencia benig­na, que lo salva de la pena de muerte y lo envía preso del rey a un lugar de expia­ción, en la fortaleza de una isla. Aquí lo encontramos en el cuarto libro, José el pro­veedor, como escribano al servicio personal de los presos ilustres. No tarda en ganar fama como hábil intérprete de los sueños, y cuando Faraón tiene el célebre sueño de las siete vacas gordas y las siete vacas flacas, es llamado a la corte para interpretarlo. El resto es conocido por la Sagrada Escri­tura. Interesante en la novela es la repre­sentación característica de los distintos miembros de la familia real, el matrimonio de José con la «muchacha», la doncella hija del sumo sacerdote de Amón, que da pie a una descripción historicocultural; luego el nacimiento de sus hijos Manasés y Efraim, y finalmente el sistema administrativo in­troducido por José durante los años de esca­sez, en que él es como una especie de mi­nistro de abastecimientos y resuelve hábil­mente los problemas económicos vendiendo a caro precio a los países extranjeros el trigo que acumuló durante los años de abundancia. Pero José no olvida su pasado ni su linaje: el libro nos lleva nuevamente a Hebrón, donde asistimos a la vejez de Jacob, a su ansiosa ternura por Benjamín, ahora ya padre, a la probable elección del pensativo, melancólico y sensual Judá, a la graciosa estratagema de Tamar, idilio senil de Jacob, nuera, y luego esposa de Judá y progenitora de David; sigue el viaje de los hermanos a Egipto, sin Benjamín; la aco­gida de que son objeto por parte de José, a quien no reconocen pero que nunca dudó de que vendrían, y ahora les envía a bus­car a Benjamín; finalmente la escena del reconocimiento, el encuentro de José con su padre en el valle de Ghosen y la recep­ción de Manasés y Efraim en el reino de las doce tribus.

El objeto de esta obra imponente de la madurez artística de Thomas Mann es acercar al agitado mundo mo­derno la historia y las serenas figuras de los antiguos patriarcas, presentándolas en su humanidad constantemente viva. Los buenos no son por completo inocentes de las culpas de los malos, y éstos son menos diabólicos de lo que nos han enseñado a creer; lo mismo que los acontecimientos, en relación con las costumbres de la época, son menos bárbaros de lo que suele creerse. El huma­nitario poeta alemán intenta asimismo poner de manifiesto la grandeza de la misión y la sublime elección de los pastores de Israel y del eternamente mal conocido pueblo de Adonai frente a la actual generación, rica de cultura pero idólatra y sorda a las lla­madas divinas. El estilo de la narración es siempre elevado, a menudo pesado, y pone a dura prueba la constancia del lector, que a veces desearía una mayor fineza de gusto y de tacto en la elaboración de la tradición bíblica [Trad. castellana de las cuatro no­velas por J. M. Souvirón, H. del Solar y Zeuka Franulik (Santiago de Chile, 1945-1946)]. C. Basseggio-E. Rosenfeld