Poema de Alphonse de Lamartine (1790-1869), publicado en 1836. Deseoso de definir mejor la delicadeza y blandura de sentimientos característicos de su poesía juvenil, Lamartine sintió la necesidad de precisar su sentimiento poético pasando desde un lirismo totalmente subjetivo a una forma de expresión que en Jocelyn y en la Caída de un ángel se resuelve en una especie de epopeya espiritual del destino humano.
El héroe del poema, Jocelyn, que en realidad fue el abate Dumont, amigo del autor, se hace sacerdote para felicidad de su hermana, sacrificando todo su ser y encontrando en el sacrificio una paz serena y una razón para su vida. La prueba más difícil es el tierno amor por la joven Laurence, pero también aquí vence, y por último, con corazón tembloroso aunque firme, llevará el perdón de Dios a ella, que muere amándole. Un cándido optimismo invade todo el poema, que es un himno a la esperanza, a la bondad, a la belleza. Las descripciones se equilibran en una vaporosidad de ensueño, más musical que pictórica, que es, dice Lanson, como «el son que emite el alma al contacto con las cosas, mejor que una refracción de las cosas a través del alma». Naturalmente, nosotros gustamos la copiosa poesía de Jocelyn sin pensar en la vasta epopeya simbolicofilosófica de la cual este poema iba a ser un simple episodio. Solamente otro más compuso su autor, La caída de un ángel [La chute d’un ange], en quince visiones, publicado en 1838. Aquí el ángel Cedar, que ha querido ser hombre por amor a la jovencita a la cual estaba destinado como custodio, Daida, después de penosas aventuras se suicida, habiendo perdido miserablemente a su mujer y a sus hijos; este es el castigo por haber ido contra los designios de Dios.
La obra, precipitada y complicadísima, en la que alternan delicadas escenas de simplicidad pastoral y bíblica con otras de horror y truculencia oriental, no tuvo éxito, a pesar de que no carece de rasgos vigorosos. El protagonista luego tendría que encarnarse nueve veces para purgar nueve veces su culpa. De manera que los distintos episodios, hasta, el último, Jocelyn, expresarían la ascensión del alma humana hacia Dios a través del dolor aceptado libremente.
A. Fabietti
En Jocelyn y en la poesía privada y doméstica, Lamartine siempre parece un rey que se pone a hacer de pastor. (Sainte Beuve)
Islas de poesía perdidas en un océano de agua bendita. (De Vigny)
¡Qué feo es! Hay una cantidad increíble de versos y giros vacíos. Es una poesía detestable, sin soplo interior, con frases sin músculos ni sangre, y ¡qué visión tan singular de la vida humana! (Flaubert)
La Caída de un ángel tiene muchas prolijidades, Jocelyn también, pero en ésta quedan redimidas por grandes bellezas. (Lanson)