[Giobbe] Poema de Mario Rapisardi (1844-1912), publicado en 1884. El autor ve en las desgracias del héroe bíblico el concepto de la infelicidad del hombre, que permanece en el triunfal camino de su pensamiento a través de las tres fases, a las que podemos llamar, con Comte, teológica, metafísica y positiva.
En el primer momento vemos abatirse sobre el pobre Job los más horribles azotes por obra de Satanás (v.) el cual ha apostado con Dios que la piedad del infeliz no resistirá a la prueba del dolor. Job levanta al cielo su gemido, eco de la humanidad entera que pide paz, justicia y perdón. Pero en las inviolables tinieblas resuena, despojada de misericordia, la tremenda palabra de Dios: «¡Yo soy el que soy!». Y Job cae desmayado. La segunda parte, que se desarrolla en forma dramática, transporta a través de los siglos el alma del infeliz para hacerle asistir como en una visión a la muerte de Cristo. Job, deslumbrado por la mística promesa de una felicidad ultraterrena, renueva su acto de fe. Pero pronto, disgustado por el feroz ascetismo de los sacerdotes, trastornado por la voz de los sabios antiguos que afirman el soberano poder de la razón, abjura de Cristo para seguir a Venus. La tercera parte es el poema de la Naturaleza, Iris, la verdadera diosa, a quien Job, libre finalmente de toda superstición se acerca con el corazón embriagado del deseo de saber, y recorre el camino de la Naturaleza; desde la creación del mundo, por la larga cadena en que se expresó la vida en la lenta ascensión de la evolución de las especies, hasta la aparición del hombre; desde las primeras fatigosas conquistas de la civilización a las victorias de la ciencia moderna, x que bajo los auspicios de Galileo se alza en lucha contra sacerdotes y reyes, y se alegra con el espejismo de una próxima igualdad social.
Después Job asciende de la tierra a los astros, e investiga su orden maravilloso; pero su espíritu no queda satisfecho. Su acrecentada sabiduría le da en vano la sed de otras verdades y de unas reales conquistas. El poema tiene en común con los precedentes (Palingenesis y Lucifer) la arquitectura caótica, la extravagancia de los detalles, la inconsistencia psicológica de los personajes, la falta de línea. Con todo, un mayor decoro del conjunto, algún toque feliz en las escenas agrestes y bíblicas, en los intermedios líricos de la segunda parte y en el epicúreo entusiasmo por la naturaleza, atestiguan en esta especie de Fausto (v.), modernizado según los dictados del positivismo, una conciencia artística más madura y prenuncian a la más íntima penetración de la vida que iluminará las Poesías religiosas (v.) de este mismo autor.
E. C. Valla