Jīvānandana, Ānandarāyamakhin

[La felicidad del alma]. Drama alegórico indio en siete actos, com­puesto por Ānandarāyamakhin hacia 1700. Pertenece a la corriente de dramas alegó­ricos de la India, de los cuales el ejemplo más famoso es el Prabodhacandrodaya (v.).

Pero en el Jīvānandana se da amplio ac­ceso, además de a la alegoría, a la parte didascalicodoctrinal, que en este drama, más que raro único, concierne a la medicina. El alma individual, encarnada, está representada como un rey el cual, en su resi­dencia — que es el cuerpo humano — es asaltado por un ejército de desgracias y mi­serias. Pero el rey, después de algún mo­mentáneo titubeo, se lanza a fondo a la lucha necesaria y consigue, por medio de sus batallones de refuerzo, derrotar y ani­quilar a los funestos enemigos. La idea fun­damental del Jīvānandana es que la vida tiene un círculo de deberes — terrenales y ulteriores — y para cumplirlos es preciso ante todo que el organismo se mantenga sano e inmune de enfermedades. En estas favorables condiciones, el viviente puede aspirar a la consecución de los tres fines de la existencia, que son el mérito moral y religiosa («dharma»), la riqueza y el saber («artha») y el goce de los sentidos y el amor sexual («kâma»), y obtener, al final de su vida, el cuarto fin que es la liberación del alma del ciclo de las exis­tencias («moksa»). El Jīvānandana reúne, con una bien construida y previsora armo­nía, lo que es espiritual y eterno con lo que es material y terrenal, y representa la vida humana misma — cargada de deberes actuales y contingentes — en función de su fase temporal, grávida de destino para las ulteriores existencias. Son particularmente significativas ciertas estrofas que resumen, como la poesía hindú sabe hacerlo, los más importantes de los conceptos expuestos.

La estrofa inaugural, al comienzo del drama, dice así: «La naturaleza humana es pro­pia de los seres poseedores de cuerpo, así como determinada por el fruto de los merecimientos inherentes a las vidas pre­cedentes; y a aquel que la ha obtenido ¿qué puede convenirle mejor que obtener los tres fines de la existencia? Pero causa eficiente de la consecución de éstos es, en primer lugar, un cuerpo exento de enfer­medades; y por lo tanto que el dios Siva os conceda la salud deseada». Otra estrofa declara el inseparable vínculo que une el alma con la materia en el organismo: «El amor hacia el cuerpo no es inútil: sin su fortaleza ¿cómo puede tenerse bienestar espiritual?, y sin éste, ¿cómo podría ser firme la fe en Siva?».

Una tercera se inspi­ra en una sabia y provechosa armonía en­tre las finalidades terrenales con las ultraterrenas: «Sin desviarte de la ciencia eter­na, con todo, procura dar la debida im­portancia al intelecto práctico: haciéndolo así pueden venir a tus manos la felici­dad terrenal y la salvación». No exento de delicada poesía en algunas escenas, de brío y de intención satírica y burlesca en otras, mientras el diálogo dramático toca en muchos momentos cuestiones filosóficas y religiosas, el Jīvānandana en su conjunto ensalza la nobleza del arte de la medicina, el cual en la India no tiene su finalidad en sí mismo, sino que aspira a más elevadas finalidades que sobrepasan la habitual ta­rea inmediata y se encuadran en el conjunto de concepciones y creencias referentes a la naturaleza de los seres vivos y a su invisi­ble destino después de la muerte. Trad. ita­liana de M. Vallauri (Lanciano, 1929).

M. Vallauri