Tragedia de Eurípides (480- 406 a. de C.). Se ignora el año de su representación, aunque los críticos han propuesto numerosas fechas, desde el 426 hasta el 410. Excluyendo, como es necesario, las más antiguas, quedan como posibles los años que median entre el 418 y el 410. La obra tiene por asunto la suerte de Ion (v.), progenitor mítico de los jonios, héroe totalmente inventado por escritores de genealogías relativamente recientes (siglo VII), por el trivial procedimiento de deducir su nombre de el del pueblo de que había de ser epónimo. En un mito como éste, escasamente fijado y no popular, Eurípides tuvo aún mayor libertad que de costumbre para modificar y añadir elementos en conformidad con exigencias prácticas — de patriotismo ateniense— y artísticas. Así, de Ion, hijo de Xuto, héroe de Eubea, hizo un personaje puramente ateniense dándole por madre a Creusa, hija del rey de Atenas Erecteo, y por padre el dios Apolo (v.), y relegando a Xuto a la función de padre putativo. Que estos cambios sean, como algunos piensan, ya anteriores — aunque de pocos años — a Eurípides, es cosa que carece de todo fundamento.
Los antecedentes del drama son expuestos en el prólogo por Hermes (v. Mercurio), el divino hermano de Apolo, el cual relata como Creusa, violada por Apolo, concibió un hijo, y luego, por temor a los suyos, lo expuso en una cesta confiando que el dios padre lo salvaría. Hermes mismo, por orden de Apolo, recogió al niño y lo llevó a Delfos, donde fue criado por una sacerdotisa del dios y creció consagrado al culto de Apolo, como ministro de su santuario. Creusa, mientras tanto, fue dada en matrimonio a Xuto, rey de Eubea, aliado de Atenas, pero esta unión fue estéril. Afligidos por la falta de prole, Creusa y Xuto se presentan al templo de Apolo para interrogar el oráculo y orar al dios, y parten después de haber reconocido por hijo al joven guardián del templo. Sale éste de mañana y se pone a barrer las gradas del templo y a regarlas con agua lustral, cantando entre tanto una monodia llena de gracia, que rebosa serenidad y contento de su estado. Aunque siente una vaga pena por no conocer a sus padres, le agrada estar consagrado al servicio del dios. Sale entonces el coro, compuesto de sirvientas de Creusa, que se ponen a contemplar admiradas los relieves del templo. Y he aquí que llega la propia Creusa. En un diálogo con Ion, le revela su pena por no tener hijos, y enterada de que el joven no tiene madre, siente despertar hacia él un movimiento de piedad y afecto. Esto le induce a revelarle, en parte, la pena secreta que la ha llevado al santuario. Una amiga suya, dice, ha tenido un hijo de Apolo y lo ha expuesto, y ahora quisiera saber que se ha hecho de él. Llega entonces Xuto, que ha ido a consultar a otro oráculo, el de Trofonio.
De éste sólo ha sabido una cosa, que le ha llenado de gozo: que no marchará de Delfos sin hijos. Pero quiere una respuesta más precisa y entra en el templo. Ion, una vez solo, echa en cara al dios, aunque en tono respetuoso, que abandone a los hijos que ha tenido de mujeres mortales. Después de un canto coral que exalta la alegría de una prole numerosa, sale del templo Xuto, a quien el dios ha contestado que la primera persona que encuentre al salir del templo será su hijo. Encuentra a Ion y lo abraza y besa llamándole hijo suyo. Ion, al principio, se indigna y lo toma por loco. Pero luego, vencido por la autoridad del dios más que por los argumentos de Xuto (éste había estado en Delfos antes de su matrimonio y, en estado de embriaguez, había abusado de una doncella), se aviene, aunque poco convencido, a considerarse hijo del ateniense. Pero cuando luego Xuto le invita a dejar su pobre vida y partir para Atenas, donde le aguarda un destino real, Ion vuelve a sus dudas, a la pena por tener que abandonar la vida serena que lleva y ruega que se* le permita continuar en ella. Xuto acaba por vencer sus dudas: introducirá con prudencia al hijo en su casa. De momento no dirá nada a Creusa. Que el coro se guarde de revelar nada de cuanto ha visto y oído. Ion y Xuto se alejan para encontrarse en una fiesta que el segundo manda preparar en señal de gozo.
Pero el coro, completamente hostil a Xuto por amor a Creusa, no observa lo ordenado y cuando llega Creusa, acompañada por un anciano esclavo de su padre, el corifeo se lo revela todo. No sólo la desdichada Creusa no tendrá hijos propios, sino que deberá tolerar en casa a un bastardo de su marido. El viejo esclavo la incita a la venganza, mientras Creusa declara la verdadera razón de su dolor: el verdadero culpable de todo es Apolo, que le dio un hijo y la abandonó. La venganza contra Apolo es imposible. El anciano aconseja dar muerte a Ion. El medio de hacerlo lo encuentra Creusa: posee un amuleto con una gota mortífera de la sangre de la Gorgona. El viejo deberá verterla, durante la fiesta, en la copa del muchacho. El coro implora el éxito de la empresa. La trágica intriga urdida por la fortuna ha llegado a su punto culminante. La madre está a punto de matar a su hijo. Pero el crimen, por consejo providencial de Apolo, no llega a realizarse. Un mensajero viene a referir cómo se ha descubierto el engaño. En ausencia de Xuto, que se había alejado para cumplir el sacrificio propiciatorio, Ion, con escrupulosa diligencia, ha preparado el banquete. Un anciano, cuando la fiesta estaba en su apogeo, ha ofrecido de beber a Ion, pero en el momento en que éste iba a llevarse el cáliz a los labios uno de los asistentes ha dejado escapar una palabra de mal augurio y el religioso Ion ha arrojado al suelo su vino. Una paloma se ha precipitado a beberlo, y he aquí que, entre el horror de los circunstantes, ha caído muerta en el acto. Ion manda detener al anciano que le había ofrecido la copa y lo obliga a confesar. Ahora, seguido de los delfios enfurecidos, busca a Creusa para darle muerte. El nudo no está todavía desatado. Ahora es el hijo quien quiere matar a su madre: Creusa, enloquecida por el dolor y el terror, se acoge al ara de Apolo.
Llega Ion y le ordena que salga de la salvaguarda del dios. Pero la sacerdotisa de Apolo, la Pitia, que ha criado a Ion como si fuera su hijo, pone fin a la discusión, mandando a aquél que no derrame la sangre de la mujer que tiene delante; ahora que, por orden del dios, está a punto de marchar a Atenas, la Pitia viene a entregarle lo que, también por orden del dios, le ha ocultado hasta ese día: la cesta en que fue encontrado de niño. Creusa, que esperaba sin decir palabra, da un grito al comprender que Ion es su hijo. Ion quisiera que también su padre participase de su inmenso gozo: Creusa se ve obligada entonces a revelarle que no es hijo de Xuto, sino de Apolo. Las dudas de Ion ante el relato de su madre son disipadas por la aparición de Atena que viene a hacer saber la voluntad de Apolo a su hijo y a la mujer que amó. El dios que había atado el nudo ha sabido también desatarlo, evitando, con su manifiesta intervención, que madre e hijo se odiasen: ahora el dios quiere que Ion considere a Xuto como padre y que herede de él el reino de Atenas. Podrá considerarse como ateniense por parte de su madre. Que Xuto conserve la ilusión de que Ion es su hijo. Entre las tragedias euripidianas de tipo novelesco (v. Elena e Ifigenia en Tauride), constituidas todas por juegos del destino y resueltas por reconocimientos, ésta es sin duda la más hábilmente compuesta, la más unitaria, y en suma la más feliz.
No hay en ella ningún profundo empeño del poeta en problemas morales y psicológicos, y si por esto el autor no alcanza una alta e íntima poesía, puede en cambio abandonarse a un juego ligero y hábil de fantasía escénica. El reconocimiento no es aquí un incidente, por más que sea decisivo, sino el alma misma de la tragedia, que tiende por entero a él, tanto en el alma de los personajes ansiosos y animados de vagos presentimientos, ya en los altibajos de la intriga. En la caracterización de Ion, de su gracia inteligente, de sus discretas virtudes y de sus moderadas malicias, la refinada y madura penetración psicológica de Eurípides se manifiesta una vez más y alcanza el más alto resultado en esta fina y acabada obra maestra del género.
G. F. Ajroldi
* Para la tragedia de Eurípides compuso música Charles Wood (1866-1926), Cambridge 1890.