[An Introduction to the Principies of Moráis and Legislation]. Tratado ético de Jeremy Bentham, filósofo y jurisconsulto inglés (1748-1832), impreso por primera vez en 1780, pero no publicado hasta 1789, «La naturaleza ha puesto al género humano bajo el dominio de dos dueños soberanos; el dolor y el placer; y a ellos solos corresponde indicarnos lo que debemos o no debemos hacer».
Con estas palabras se abre el tratado, en el que se pone como base de la ciencia moral «el principio de la utilidad», o, mejor dicho, de la «mayor felicidad» del individuo o de la comunidad. Las cualidades definidas empíricamente como comprobables, como los placeres propios de los sentidos o los de la riqueza, del poder, de la curiosidad, simpatía, antipatía, benevolencia del individuo o de la sociedad, son de este modo aprobados o desaprobados, partiendo de aquel principio, según la tendencia que muestran a aumentar o disminuir la felicidad; las cuales deben ser evaluadas independientemente de la opinión común. Cuando investigamos la tendencia buena o mala de una acción empezamos calculando el valor de todos los placeres o dolores probables que aquella acción produciría en una persona cualquiera; debemos, por lo tanto, calcular su intensidad y duración, certidumbre o incertidumbre; pero no hemos de tomar en consideración ninguna supuesta diferencia de cualidad, puesto que «a igualdad de placer, un juguete vale tanto como una poesía». Seguidamente calculamos la tendencia de estas cualidades primarias al venir seguidas de sentimientos análogos u opuestos: entonces sumamos todos los placeres y todos los dolores resultantes, para decidir acerca de la tendencia buena o mala de la acción para un individuo. Este procedimiento permite formarse un concepto de la tendencia buena o mala de una acción, para todos los individuos interesados.
De este modo, el arte, tanto de la conducta privada como de la legislación, queda fundado sobre una base empírica visiblemente amplia, sencilla y clara. Pero este procedimiento no debe aplicarse precisamente en todo juicio acerca de la moralidad de una acción, sino ser «tenido en cuenta», y cuanto más nos aproximemos a él, tanto más exacto será nuestro juicio acerca del valor ético de una acción. Con todo, se excluye la posibilidad de dar una prueba directa de ese principio, ya que es el primer presupuesto de toda demostración ética y no puede ser impugnado sino basándonos en su admisión implícita. Suponiendo que cierta acción sea la mejor, surge el problema de cómo se obligará al individuo a realizarla. Aquí se presentan (como sencilla comprobación) las «sanciones» producidas por el curso ordinario de la naturaleza («físicas»), por la acción de los jueces o magistrados legítimos («políticas») o por la acción de individuos de la comunidad, por su espontáneo impulso («morales o populares»), a las cuales van unidas las «religiosas». Completan el tratado unos capítulos acerca de la intención de las acciones, sus motivos, las disposiciones del que las realiza, pero ni en esta introducción ni en otras obras de Bentham hallamos la solución del problema fundamental: cómo reconciliar «la mayor felicidad del individuo, prevista desde el momento de la acción hasta el término de la vida», con la aceptación del canon de la «mayor felicidad para el mayor número» como el «sencillo pero verdadero criterio de la moral», pues él mismo reconoce el hecho obvio de que el interés individual está a menudo en conflicto con el de los demás hombres; de donde nace la necesidad de las sanciones. Sus discípulos intentaron colmar esta laguna de varios modos, hasta que John Stuart Mili completó el utilitarismo de Bentham proclamando la incondicionada subordinación de la felicidad privada a la pública, y asegurándole así una amplia popularidad.
G. Pioli