Introducción a la Poética, Paul Valéry

[Intro­duction á la poétique]. Primera lección del curso de poética profesada por Paul Valéry (1871-1945) en el Colegio de Francia, en 1937. Advierte el autor desde el principio, que tomará la palabra «poesía» en su sen­tido etimológico: «poiein», hacer. Puesto que se pretende definir la poética, toda la aten­ción debe concentrarse sobre el acto y no sobre la obra (en sus relaciones con el pú­blico), y considerar, pues, con mayor com­placencia «la acción de hacer que la cosa hecha». Lo que separa de modo radical los campos de la poética y la historia literaria es esto precisamente: las condiciones exter­nas de la producción literaria, la vida de los autores, el ambiente, no son elementos que puedan aportar nada esencial al conocimiento de la naturaleza íntima del acto creador. No es que el estudio de las rela­ciones de una obra con su autor o de los efectos que ella produce sea despreciable; pero, dice Valéry, el rigor exige «separar cuidadosamente nuestra búsqueda de la génesis de una obra, de nuestro estudio de la producción de su valor, es decir, de los efectos que ella pueda engendrar». El examen que un consumidor hace de una obra no tiene nada de común con el examen del productor sobre la misma obra: las dos relaciones obra-productor y obra-consumi­dor están irreductiblemente separadas, y esta heterogeneidad provoca la sorpresa, siempre necesaria para el efecto de la obra. No la contemplemos, pues, como consumi­dores; no la examinemos más como un ob­jeto.

Definiéndola como tal, la incluiremos en un orden de seres contrario a aquel en que se ejerce el espíritu productor. Esta eliminación progresiva de las falsas inter­pretaciones concluye en el sentido etimoló­gico: la poesía es el acto. Allí solamente se podrá descubrir la obra propia del espíritu; fuera del acto, la obra no es más que un objeto, una fabricación inexplicable. Y así ella no vuelve a la vida sino cuando se la reintegra a sus relaciones, a aquellas de su misma fabricación, enlace entre la voz pre­sente y la voz que ella recuerda. La inteli­gencia debe también renunciar a definir. El acto del espíritu exige una atmósfera de indeterminación, jamás alcanza aquello que pretende alcanzar. Para llegar a la obra será preciso siempre sacrificarse, puesto que la obra ha sido causada a la vez por algo indefinible, en cierto modo por un estado del alma; y por una acción voluntaria, una selección trabajosa de los medios técnicos. Esas fuentes primeras coinciden en raras ocasiones; pero cuando ello sucede se da el verdadero artista: el acto, la impulsión y medios técnicos se dan simultáneamente. Sin duda alguna, Valéry desarrolla aquí tan sólo verdades elementales; pero lo hace con tal rigor y precisión, puestos al servicio del misterio, que la empresa adquiere ante nuestros ojos una nueva dignidad.