Introducción a la Filosofía, Johann Friedrich Herbart

[Lehrbuch zur Einleitung in die Philosophie]. Obra de Johann Friedrich Herbart (1776-1841), publicada en 1813. «El idealis­mo se configura siempre según el realismo que encuentra. Intenta derribarlo. Entonces se ve si ese realismo es lo bastante débil para dejarse derribar o no».

Estas palabras de Herbart podrían ser históricamente in­vertidas para establecer el intento de su obra, que era precisamente el derribar las oposiciones idealistas al kantismo, y, por lo tanto, la obra romántica de Fichte, Schelling y Hegel, por medio de un realismo, como él llamó a su filosofía, que superase el punto central del idealismo, la reduc­ción del mundo a la construcción del sujeto trascendental. El realismo de Herbart más que una metafísica es un hábito mental, como resulta de la primera parte de esta obra, de la que puede más propiamente de­cirse que responde a su título: una intro­ducción a la filosofía. La marcha de la obra es llana, clara, progresiva; Herbart se so­mete de buen grado a su propósito, que es el de conducir lentamente la mentalidad común al nivel de teoricidad objetiva de los problemas. A ésta se llega desde cual­quier esfera de experiencia científica, pues­to que la filosofía es integración de los con­ceptos proporcionados por las ciencias, a menudo contradictorios en sí mismos. Aquí se muestra ya el doble carácter intelectualista y realista de la filosofía herbartiana; intelectualista porque para él la filosofía no trabaja directamente sobre la experiencia del espíritu, sino sobre un resultado de ésta, que es el de las ciencias especiales (gramá­tica, filosofía, historia, biología, matemáticas); realista, porque Herbart cree en la realidad definitiva de la unificación e in­tegración operada por la filosofía; respecto a los conceptos de las ciencias y a su «vuel­co», que tiende a eliminar la contradicción, «la filosofía no habrá cumplido su misión mientras no haya conducido estos vuelcos a un término necesario en que la reflexión se aquiete».

En cuanto al carácter polémico del realismo herbartiano es destacadísimo en las primeras partes de la obra, dirigidas explícitamente contra Fichte (no hay para Herbart cosa más peligrosa y necia que la reflexión «vuelta en toda ocasión sobre sí misma, como si en el yo se hubiera des­envuelto todo… Todos estos embrollos re­sultan ser falta de conocimiento de lo que hay que hacer en la filosofía») y contra Schelling («es absolutamente un abuso del vocablo hablar de filosofía intuitiva; no hay más filosofía que la que procede de la reflexión, esto es, de la comprensión de los conceptos»). Como introducción a la filoso­fía, esta obra procede escolásticamente, por definiciones y subdivisiones, de la materia; lo más notable de ella es la separación de una esfera de los valores de lo bello y de lo bueno que Herbart reúne bajo el nombre general de estética. El arte y la moralidad se distinguen del conocer por la añadidura de una valoración de aceptabilidad positiva o de censurabilidad. El proceso por el cual Herbart conduce la mentalidad común a la filosofía es el clásico de la duda metó­dica: de un escepticismo todavía elemental a otro superior, que lleva a la duda acerca del valor del conocimiento sensible y con­ceptual. Alcanzado de este modo el nivel crítico, Herbart emprende el examen de las varias ramas en que está dividido el saber filosófico, o sea, sucesivamente, la lógica, que es para él todavía la clásica, con su instrumental silogístico y sus relaciones pre­establecidas de conceptos (disyunción, coor­dinación, subordinación), y la estética, como esfera de valores de lo bello y de lo bueno.

Aquí lo más notable es la crítica de la moral kantiana (de la cual Herbart pone en tela .de juicio que el «primun» de la moralidad sea el deber) y la deducción de los elemen­tos morales: libertad interior, perfección, benevolencia y malevolencia, derecho, equi­dad (premio y castigo): ideas que pueden constituir en su conjunto esa «apacible guía de la que tan a menudo habla Platón, pero no verdaderamente la constricción vio­lenta a la cual, después de los imperativos categóricos de Kant, se está tan acostum­brado»; mientras que los conceptos en torno al arte, si bien van a parar a una disolución psicológica de algunos géneros artísticos, no proceden, sin embargo, de un principio es­peculativo propio. La metafísica es la parte más conocida de su obra: consiste en un estático pluralismo de sustancias en sí in­cognoscibles, actuando y reaccionando entre sí; es importante el párrafo 129, por su crítica del concepto de devenir; cierra la exposición de la metafísica una «perspec­tiva enciclopédica de la psicología» cargada de aquel matematicismo que, si bien es el vicio fundamental de la filosofía herbartiana, también es la razón de su fortuna, es­pecialmente en la cultura austríaca, donde precisamente dos herbartianos, Menger y Riemann, han aplicado el abstractismo del maestro a los estudios económicos y ma­temáticos.

U. Segre