Comedia en tres actos de Jean Giraudoux (1882-1944), representada por vez primera en París el 1 de marzo de 1933.
Un espectro se aparece en una pequeña villa del Limousin. Un estado de delirio poético se ha apoderado de todos sus habitantes, y de entre ellos la más turbada por el hecho es la institutriz Isabel. Cada atardecer, en el instante del toque de oración del cuartel, Isabel se dirige a un rosal al encuentro de su fantasma, que le exhorta a que marche con él al reino de los muertos. El trato frecuente del más allá llega a afectar a la vida cotidiana de la institutriz, quien paulatinamente ha transformado el sistema de educación de sus alumnos, realiza sus clases en pleno campo, al aire libre, y sustituye sus lecciones de moral por himnos a la belleza de la Naturaleza. Es en este momento cuando la administración superior se rebela: envía la Razón a la pequeña villa, bajo el aspecto de un grueso inspector de Academia, naturalmente anticlerical, convencido del Progreso y enemigo de los espíritus. El alcalde le informa de que la situación es grave: en la villa «se escuchan todas las voces favorablemente… todas las divagaciones se admiten como justas».
El orden ha sido truncado por las apariciones del fantasma: los niños apaleados por sus padres abandonan la casa paterna; los perros maltratados muerden a sus verdugos, y hasta en la lotería «ha ganado la motocicleta el joven campeón y no la Superiora de las monjas» como sucedía cada año. ¡Es preciso actuar!, ¡es preciso matar al fantasma! El inspector de la Academia confía la ejecución a dos verdugos jubilados, que disparan sobre el espectro…-, no obstante, aquél renace de nuevo. Pero allí donde fracasaron la Razón y el Inspector triunfa el amor. Ayudado por un droguero, el inspector de pesas y medidas, enamorado de Isabel, desencanta a la institutriz: hace volver a la joven sobre la realidad de la tierra, arrancando de ella la poesía del más allá, no por medio de la razón y los manuales, sino enseñándole a amar la vida y, sobre todo, aquello que en ella hay de más humilde: los animales, el viento, el perfume de las flores… El fantasma, vencido, abandonado por Isabel, se va: «El distrito vuelve al orden.
El dinero de nuevo va a los ricos; la felicidad, a los dichosos; la mujer al seductor… ¡Y concluye el sainete!». Se encuentra aquí el tema familiar de Giraudoux: la aceptación de la vida, el encanto del acuerdo entre los humanos y la naturaleza. Esa naturaleza que Giraudoux entiende en verdad, y sobre todo aquí, como algo pleno del sentimiento más exquisito, nos la hace sentir en el encanto mismo de la alianza entre las palabras y las ideas, que hacen de Intermezzo un auténtico divertimiento en el que se encuentra a Giraudoux en un personal estado de pureza que le permite dar libre rienda al curso de su fantasía y su palabra. Para pintar la turbación de los sueños del alma de una joven provinciana — pues ¿qué es el espectro sino la proyección del alma apasionada de Isabel? —, Giraudoux mezcla sin cesar la ironía y la fantasía más delicadas. Si bien el personaje del Inspector resulta un tanto convencional, su carácter cómico aparece claramente cuando se opone su figura a la de Isabel. De este divertimiento se desprende una dulce filosofía, resignada, pero de ningún modo pesimista.