Instituciones Pirronianas, Sexto Empírico

Bajo este título, tradu­cido también con el de Hipotiposis pirróni­cas, es conocido el compendio de filosofía pirrónica, o escéptica, del médico Sexto Empírico (s. II-III), compuesto en los últi­mos decenios del siglo II. Contienen un vasto repertorio y la sistematización de todos los argumentos de que el escepticismo co­rriente en el siglo II — identificado con el del jefe de la escuela Pirrón (IV-III a. de C.) y confundido con lo que es contribu­ción original de su autor — se servía con­tra sus adversarios, que admitían que la mente humana puede «aferrar» la realidad, y dispone de un criterio para establecer con certidumbre verdades seguras. Sexto sos­tiene que es imposible dominar la corres­pondencia de lo conocido con lo existente; de donde surge la norma de la abstención de todo juicio acerca de la realidad, e indi­ferencia acerca de la valoración práctica de las cosas. El primer libro contiene una ex­posición general de las diversas tesis escép­ticas. Principio de la escéptica es: «a toda razón se contrapone otra igual». El escép­tico no establece «dogmas» ni siquiera pro­fiere juicios escépticos en torno a cosas in­ciertas: cuando indaga, si el sujeto es tal como se muestra, investiga no las aparien­cias, sino lo que se dice acerca de ellas. Los motivos que se obtienen de todo juicio de realidad son transmitidos por los antiguos escépticos en diez categorías reducibles a tres: motivos relativos al que juzga, a lo juzgado y a entrambos.

El juicio de los hom­bres, en efecto, no es nada absoluto; los animales «son perfectos en los sentidos no menos que los humanos… y no pueden me­recer menos fe que nosotros en cosas co­rrientes»; y «quien dice que es menester adherirse a la opinión de la mayoría, dice algo pueril, porque nadie puede investigar la opinión de todos los hombres»; la di­versidad de las instituciones, costumbres, leyes, creencias fabulosas es riquísima fuen­te de contradicciones y causa de suspen­siones de juicios. Por esto las expresiones usadas por los escépticos, «tal vez», «es posible», «suspendo mi juicio», «nada de­fino», «no comprendo», etc., no son consi­deradas «verdaderas», sino usadas sólo para las cosas oscuras y «dogmáticas». En el libro segundo se combate la posición de los dogmáticos en el plano de la lógica y de la gnoseología; un criterio de verdad no existe; el mismo silogismo aristotélico no tiene ningún valor (en el silogismo: «todo hombre es animal — Sócrates es hom­bre— luego.es un animal», «la mayor»: «todo hombre es animal» supone ya cono­cido que Sócrates es animal, puesto que se ha obtenido precisamente por inducción de la comprobación de que Sócrates, Platón, Dión, etc. son animales), y la inducción es vacilante; «puesto que si se examina só­lo alguno de sus particulares, la inducción no es segura, pudiendo existir un particular omitido contrario al universal; y si se exa­minan todos los particulares se intentará lo imposible, porque son infinitos y no determinables».

El libro tercero comienza por la crítica de los argumentos de la existen­cia de Dios: puesto que la cuestión de «si Dios existe» no puede plantearse, si pri­mero no cesa el desacuerdo completo acer­ca de lo que se entiende por Dios, de sus atributos esenciales, etc. Además: «¿provee Dios, o no, a las cosas del mundo? y si provee ¿a todas o sólo a algunas? Si a to­das, no habría en el mundo ningún mal, y en cambio dicen que todo está lleno de mal. Si sólo a algunas, o él quiere y puede proveer, a todas; o quiere y no puede; o puede y no quiere; o no puede ni quiere… Por lo tanto, o no quiere o no puede; o es envidioso o impotente, o ambas cosas». Acerca de la cuestión de si existe la causa de algo, con un agudo análisis que se an­ticipa a la crítica de Hume y la incluye, muestra que «el concepto de causalidad como interpretación de la sucesión de fe­nómenos, no puede obtenerse de la expe­riencia; pero que, por otra parte, existen argumentos los cuales parecen demostrar la existencia de las causas en el mostrarse a nosotros las cosas ligadas por relación de nexo, sea real, sea irreal». De los princi­pios materiales de las cosas (aire, agua, fuego, tierra, átomos, números, versos órficos, etc.) hace crítica radical, negando la existencia de los cuerpos materiales — y esto, mostrando la insubsistencia de las cualidades geométricas y físicas de los cuer­pos materiales — y por lo tanto, por motivo de oposición, también de la realidad in­material. El valor de su crítica de la existencia del movimiento, como traslado de cosas, concebido como era entonces en­tre objetos, cuerpos puestos uno fuera de otro e independientes y actuantes uno sobre otro, ha encontrado pleno reconoci­miento en los modernos análisis.

La última parte del volumen se refiere a la filosofía moral; se niegan en ella las nociones de bien, de bueno, malo o indiferente por el desacuerdo ya entre los filósofos, ya en la vida práctica acerca de su naturaleza; y por el contraste entre las legislaciones de los diversos pueblos, que prohíben en un sitio lo que en otra parte es permitido, y hasta aprobado por la religión. «Al ver tanta irregularidad de hechos, el escép­tico se abstiene de afirmar que en la natu­raleza exista algo bueno y malo, que deba o no deba hacerse…, y sigue sin opinión las normas de la vida, permaneciendo im­pasible en las cosas opinables, y sufriendo moderadamente en las cosas necesarias, sin añadir a ello el pensamiento de que lo que sufre es un mal por naturaleza». Termina el tratado la discusión de si hay un arte y una ciencia de la vida, y si aprovecha a quien cree poseerlo, y la conclusión de que ese arte, ni por estudio, ni por educación, ni por naturaleza se aprende, y a quien se forja la ilusión de conocerlo no le trae ninguna ventaja.

Este repertorio de las ar­gumentaciones en uso entre los escépticos del siglo II, equivocadamente presentado como pirroniano, abunda, junto a obser­vaciones y críticas a menudo agudas y a la denuncia de las antinomias latentes en la concepción objetiva empírica de la ver­dad y de la naturaleza, en sofismas, ambi­güedades, funambulismos, de doble sentido y equívocos, que dan a cada paso la im­presión de una girándula chispeante detrás de la cual faltan una profunda revisión y una superación de las posiciones gnoseológicas adversarias, de su fenomenismo y realismo. Con las críticas o las ideas de causa, tiempo, espacio, número, etc., en lu­gar de liberar a las otras se pierde cada vez más por el laberinto sin salida del cual querría desalojar a sus adversarios. Pero como suscitador del sentido crítico, implacable humillador del dogmatismo, in­tolerante, Sexto ha cumplido una importante función histórica, especialmente con res­pecto al epicureismo y al estoicismo. [Trad. castellana, con el título de Doctrinal del escéptico. Hipotiposis pirrórica, por Lucio Gil Fagoaga, Madrid, 1926]. G. Pioli

Las obras de Sexto después de los Diá­logos de Platón y el Nuevo Testamento son el más significativo documento que posee­mos de la tradición griega. (P. E. More)

Sexto llevó a su cumplimiento una con­cepción propia y conclusa del mundo y de la vida que está mucho más alta que la imaginada ausencia de pensamiento que a menudo se le atribuye. (Windelband)

Pirrón es hoy a nuestros ojos «un» filósofo escéptico cualquiera. Pero los escépticos antiguos le consideraron obstinadamente como el «maestro» del esceptismo. Sexto Empírico, por ejemplo, bautiza, aún cuatro siglos más tarde, uno de sus libros con el nombre de Hipotiposis pirrónicas. Al dudar de todo muestra su fe en las palabras del hombre que había predicado la necesidad de dudar de todo. (E. d’Ors)