Novela del escritor suizo Karl Spitteler (1845-1924), publicada en 1906. El autor dijo una vez que un artista sólo podía escribir una novela: la suya. Y de acuerdo con esta afirmación, él sólo escribió una novela, en la que, realmente, se percibe una experiencia de vida vivida, no en sentido estrictamente autobiográfico, sino en sentido sobre todo interior, espiritual. Con ritmo lento y rasgos meditativos, Spitteler representa, en esta obra, a través de la historia de un amor infortunado, la lucha entre realidad y fantasía.
Viktor, un artista que todavía no se ha revelado en toda su grandeza, regresa a su pueblo natal con una sola esperanza, la de hacer bajar los ojos a su amada, la cual, durante su ausencia, se ha casado y ha tenido ya un niño. Viktor se confía, por carta, a una amiga suya, y por esta carta se colige que entre él y aquella que él ha elevado casi al rango de una Beatriz no ha mediado ni siquiera una palabra de acuerdo, sino que en rigor se trata únicamente de un encuentro fortuito. Pero la fantasía de Viktor ha hecho de Thedua — así se llama la mujer—una imagen celestial, por lo cual puede darle sin más el nombre de «Imago». Lo que ocurre es que Theuda es y continúa siendo una mujer real, con todas sus debilidades e insuficiencias, y por ello Viktor la bautiza «Pseuda» — la falsa — como si fuera una encarnación engañosa de la criatura soñada. Entonces, Imago, Theuda y Pseuda aparecen en la novela como aspectos distintos de una misma criatura. El juego de la fantasía es férvido e intenso; pero el error de Viktor está en querer confundir la una con la otra.
Lógicamente él, al principio, logra sólo captarse la antipatía y casi el desprecio de aquella mujer; luego, mientras él se complace, casi sufriendo, en este odio, una atención mínima de ella lo trastorna: Pseuda se transforma en Theuda, y Viktor es feliz de poder reconquistar su confianza, aunque sea a costa de humillaciones, y un día llega hasta arrodillarse, llorando, ante ella. En este punto, Theuda se conmueve, aunque sin apartarse de sus deberes de madre y de esposa fiel, y le permite que vaya a pasar algunas mañanas a su casa, con permiso de su marido y con el secreto propósito de «curarlo», o sea pensando en distraerlo de aquella Imago que sigue viviendo y dominando en el pensamiento de Viktor, mostrándole la humanidad cotidiana de Theuda. El joven, sin darse cuenta del riesgo, acepta, hasta que su fiel amiga le hace comprender su equivocación al sostener esta situación y le aconseja que se marche. Viktor, como arrebatado por una ilusión, obedece; y he aquí que, cuando se marcha y abandona a Theuda- Pseuda a su destino, Imago se le aparece en todo su esplendor para no dejarle jamás, prenda y premio que le concede su fantasía creadora. Es intenso, en esta novela, el soliloquio que a menudo se cambia en un coloquio entre las distintas partes del espíritu de Viktor, el corazón, la razón y el cuerpo; y las personificaciones son todo lo vivaces Que era de esperar del prestigioso creador de mitos que fue el autor. El ritmo, como ya hemos indicado, es un poco lento y a veces parece algo monótono, en la complacida descripción satírica de ciertos pequeños ambientes de provincia. Pero hacia el final el tono solemne compensa las interrupciones y la lentitud del relato, y el estilo, recogido e intenso, se eleva en algunos momentos a alturas épicas.
R. Paoli