Drama en cinco actos, del poeta alemán Arno Holz (1863-1929), representado en 1913. La acción de este largo y farragoso drama fatalista gira alrededor de una culpa de la abuela (que había hecho traición a su marido la misma noche en que éste murió), y que pesa como una maldición sobre sus descendientes. Los hechos más significativos suceden en fechas preestablecidas con evidente preocupación por los números 13 y 17, a la manera preferida por Grillparzer (v. La abuela), Zacarías Werner (v. Veinticuatro de febrero) y Adolf Müllner (v. La culpa); mientras que el motivo del atavismo enlaza a Holz con Hauptmann y los naturalistas.
El hijo nacido de aquella antigua culpa, que ha llegado a ser un sabio naturalista, tuvo, de su matrimonio con una prima desequilibrada, que murió muy pronto, dos gemelas; éstas crecieron tan idénticas que fue necesaria una señal para distinguirlas. Marieta, que se ha casado con Jorge Dorninger y está injustamente celosa de su hermana, después de una escena violenta con su marido y una aventura fugitiva con el barón Uexküll, acaba por suicidarse el 13 de mayo de 1909. Su espíritu se aparece, con otro nombre, a Mariana, ausente e ignorante de lo sucedido, la cual se dedica al espiritismo, y le anuncia para el mismo día, tres años después, importantes revelaciones. En el tercer acto, efectivamente, pasados los tres años, el día 13 de mayo de 1912, el espíritu de Marieta se aparece a todos los personajes del drama reunidos por azar y anuncia que Mariana morirá a medianoche, y que su viejo tío Lucas (hijo legítimo de la abuela) morirá pocos días después, roído por el cáncer; Jorge matará al barón y se suicidará inmediatamente después y quedará, solo y en la miseria, el hijo de la culpa, entre las ruinas de su familia.
Todos estos acontecimientos se cumplen en los actos cuarto y quinto; la última escena de la tragedia se desarrolla en la misma estancia donde la abuela había cometido su delito. El drama suscitó muchos comentarios y fue ásperamente criticado por la mayoría: sólo Robert Ress tomó su defensa y la exaltó como la mejor obra moderna. Este juicio no puede ser compartido fácilmente; Arno Holz está dotado de cualidades excepcionales, como son un ingenio impulsivo y una técnica fuertemente representativa; pero los temas que él trata (obsesión cerebral y terror supersticioso) no alcanzan a la ión artística; tampoco sus muchas incoherencias quedan justificadas por las exigencias de un mundo metafísico, cuya existencia no llega a sentarse ni queda demostrada.
M. A. Zaghetti