[Idillis i cants místics]. Poesías de Jacint Verdaguer (1845-1902), publicadas en 1879, con prólogo de Manuel Milá i Fontanals. El libro contiene sesenta y ocho poemas de tema religioso muy vario. Después de L’Atlántida (v.), que representó su consagración como poeta épico, los Idillis i cants místics fueron el primer hito importante de su obra lírica. Las mejores composiciones («El plor de la tortora», «Lo llit d’espines», «Rosalía», «Sant Francesc s’hi moria», etc.) .reflejan el desasosiego del alma que, místicamente, busca la «vía unitiva» con Dios. Otros son sencillas glosas de las vidas de los santos (Santa Cecilia, Santa Catalina, Santa Teresa de Jesús, Santa María Magdalena…) o de la Sagrada Familia («La fúgida a Egipte», «A Jesús Crucificat», «Lo sant Nom de Jesús») o de otros temas morales y religiosos, poéticamente más circunstanciales. San Juan de la Cruz, el Libro del amigo y del amado (v.), Santa Teresa de Jesús, el Cantar de los Cantares (v.), La imitación de Cristo (v.) y otros textos de autores místicos y ascéticos han sido las fuentes en las que se inspiró Verdaguer. Pero el mundo «místico» de este poeta es menos complejo que el de otros grandes autores de la misma tendencia. Inocente, simple, nada mental, Verdaguer busca en toda la naturaleza los reflejos del Amado. Su poderosa fantasía encuentra correspondencias insospechadas entre las cosas del mundo y la Belleza Absoluta.
Pero «en el fondo de su inspiración — ha escrito Caries Riba — no hallaremos ningún principio de pensamiento, sino un principio de amor: su poesía no nos ofrece un mundo de conceptos, sino un mundo de afectos». Hay en Verdaguer una «añoranza de la naturaleza angélica», de la inocencia perdida con el pecado original: «Mon cor és un ángel/desterrat al món» [«Mi corazón es un ángel/desterrado en el mundo»]. Su anhelo de lo celeste, del Paraíso, es constante en todo el libro: «Mostrau-vos a qui us enyora. /clavell a punt de florir; /olorar-vos puga una hora/més que sia per morir» [«Mostraos a quien os añora, / clavel a punto de florecer; /que pueda por una hora sentir vuestro perfume/aunque sea para morir luego»]. O bien: «Rosada divina, /quan vos copsaré!» [«Rocío divino/ ¡cuándo os alcanzaré!»]. El poeta se sabe prisionero del «fang amorós», y para unirse al Amor no tiene otro camino más que el abandono, la entrega total, el naufragio en el piélago amoroso. Los mejores momentos de su poesía corresponden entonces a los grandes instantes de éxtasis celeste, de arrobo místico. En otros que glosan sencillos episodios religiosos (como el extraordinario «Sant Josep»), la ternura, la. simplicidad y la ingenuidad más quebradiza se convierten, por su pura fuerza elemental, en altos valores poéticos. No todos los poemas místicos de Verdaguer se hallan recopilados en este libro, pero Idillis i cants místics fue la obra que le dió más fama en este sentido. J. M. Carulla la tradujo al castellano en 1879, y en 1908 lo hizo Francisco Badenes. En 1906 apareció en francés, en versión de P. Blazy, y el Padre Segimon Bousca la publicó en idioma checo.
A. Manent
Por razones fáciles de comprender, no he hablado de los escasos poetas místicos del siglo presente. Séame lícito, no obstante, hacer, aunque en forma de nota, una excepción, no de amistad, sino de justicia, en favor de la preciosa colección de Idilios y cánticos místicos, de Mosén Jacinto Verdaguer, alta gloria de la literatura catalana, y, superior, en mi concepto, a su tan celebrado poema de la Atlántida. Sin hipérbole puedo decir que no desdeñaría cualquiera de nuestros poetas del gran siglo de firmar alguna de las composiciones de ese volumen: tal es el fervor cristiano y la delicadeza de forma y de conceptos que en ellos resplandecen. (Menéndez Pelayo)