Hay que reconocer que un pringado arreglando motos en un pueblo en medio del desierto siempre es un buen inicio para una novela negra. Y el escenario, por supuesto, se presta a que un autor con la aguzada sensibilidad de Kem Nunn se luzca en descripciones no sólo físicas, ásperas como el desierto, sin también emocionales, con esa misma aspereza y esa sed, en este caso de afecto, que parece atenazarlo todo.
Allí, en aquel pueblo y aquel ambiente cuajado de abandono, aparece alguien de la ciudad a decir que la hermana del pobre pringado, la que un día se fue de casa privándolo de lo único que le arrancaba una sonrisa, puede haber tenido un problema, porque hace tiempo que ha desaparecido. Pero qué lástima, oye, porque ella siempre había hablado de un hermano que podía ayudarla y lo que el desconocido ve delante de sí es un simple paleto enclenque con los pantalones manchados de miedo y grasa rancia.
Y aquí comienza la pequeña epopeya de Ike, el protagonista, tratando de averiguar qué ha pasado con su hermana. Entre ideas y sentimientos equívocos, entre pensamientos que nunca se permitiría pronunciar en voz alta, siquiera ante el espejo. Entre el recuerdo de la madre que los abandonó y la hermana que se fue, dejándolos varados, con un tío deprimido y borracho, en una gasolinera del desierto.
A partir de este momento, el autor abandona el desierto y nos conduce a la ciudad favorita del surf y los moteros, un ambiente al que Ike pretende acercarse sin saber siquiera por dónde empezar y sin tener la menor idea lo que haría si llegara a saber que su hermana lo necesita. Sabe que está fuera de su mundo pero no es capaz de decidir si quiere regresar a un lugar que de todos modos tampoco es el suyo. Y en ese vacío, por su hermana y por sí mismo, tiene que encontrar una salida que le permita encontrar una identidad capaz de impulsarlo hacia adelante o, al menos, como mal menor, mantenerse en pie.
Se trata de una novela basada casi siempre en las sensaciones en la que, el ambiente negro, que existe y es profundo, se traza bajo el sol y las olas, con los cuerpos moldeados y bronceados de los surfistas, las miradas encallecidas de los moteros y la vida nocturna de droga y, pornografía fiestas, que recorre la vida d ela ciudad entera como un río subterráneo.
No me atrevo a decir que la trama sea brillante ni siquiera original. Es simplemente correcta. Mantiene la tensión y el entretenimiento, sin grandes alardes de ingenio, pero desde luego hay que reconocer que el ambiente y la construcción de algunos personajes es tremendamente vigorosa, y que a través de las páginas de esta novela de los ochenta puedes llegar a sentirse en el lugar y entender lo que fueron aquellos años de choque entre el materialismo más despiadado y los restos de un idealismo casi hippie, no exento de sus propios demonios.
Las relaciones humanas, el otro punto fuerte de esta obra, transcurren a la sombra de esa duda: si vale o no vale la pena dejarse llevar por la ola de la fiesta y la diversión, o si vale o no la pena el esfuerzo de intentar cabalgar sobre ella para salir vivo al otro lado.
Mención aparte, por su calidad, merece la traducción de Inés Marcos, que ha sabido llevar el inglés de los años ochenta a un español perfecto de nuestros días también en los modismos, también en las expresiones coloquiales que tan pronto y tan mal caducan.
En conjunto, el libro vale la pena y mucho. Una buena edición, una buena traducción, como decía ahora mismo, y una obra que se mantiene vigente a pesar de los casi cuarenta años que han transcurrido desde que fuese editada por primera vez.
Ficha: Huntington Beach, de Kem Nun