Hsün Tzû, Hsün Ch’ing

[El libro del Maestro Hsün]. Obra china de Hsün Ch’ing (3109-230? a. de C.), gran discípulo de la escuela de Confucio que representa, frente a Mencio, otra gran corriente de pensamiento en la civilización china, la del confucionismo pragma­tista.

El autor, que vivió en una sociedad más decadente que la de Mencio, sostiene, contrariamente a este último (v. Méng Tzü), que la naturaleza humana es mala, a «priori». Su libro fue subidivido en trescientos veintitrés capítulos en tiempos de Liu Hsiang (80-9 a. de C.), el cual había borrado cerca de una décima parte de ellos, que parecían duplicados de los restantes. En la edición actual hallamos sólo siete u ocho capítulos que presentan un pensamiento claro y sis­temático; los demás deberían considerarse como ediciones posteriores, o, al menos, no completamente auténticas. Desde los prime­ros tiempos de la historia china, el «T’ien» (Cielo) ha sido siempre considerado como origen de la moral y el rector del Universo.

Hsün Ch’ing lo niega categóricamente y lo trata como «naturaleza muerta», que no pue­de ejercer ninguna influencia en los asun­tos humanos: el hombre debe creer y confiar sólo en su propia energía y buena voluntad. Muchos son los deseos del hombre, y si él se sometiese a ellos y quisiera satisfacerlos todos acabaría por disolverse en contiendas y desórdenes. Por esto los sabios enseñan humanidad, justicia, y las demás virtudes para dominar la naturaleza salvaje del hom­bre. La moral es, pues, una «falsedad», esto es, algo artificial y contrario a la natura­leza humana. La enseñanza de los sabios puede penetrar en el espíritu, porque el hombre es semejante a la arcilla, y los sa­bios la moldean en forma de vasos, de modo que pueda contener virtudes; pero cuando nuestra mente se ve modificada de manera tan artificial por la razón, se vuelve «falsa». Los sabios no hacen sino acumular esta falsedad. El cultivo de la virtud (que es el único medio para mantener la felici­dad de cada hombre) se realiza de dos maneras: acumulando la «falsedad», esto es, progresando en las virtudes artificiales (jus­ticia, humanidad, etc.) y practicando regu­ladamente la propiedad, la cual para Hsün Ch’ing es un resultado del egoísmo indivi­dual, y sirve para contener los deseos extra­vagantes dentro de los límites de la justi­cia. El espíritu humano está dividido en saber, emoción y voluntad.

La función del saber consiste en la síntesis de sí mismo y es llamada comúnmente razón; la emoción comprende: placer, disgusto, cólera, tristeza y alegría; la voluntad viene después de la emoción para decidir o escoger la acción. La «falsedad» (esto es, la virtud, que es siempre forma adquirida, «artificial», en el hombre) consiste en acumular la fuerza dinámica del saber y en la selección de la voluntad. El gobierno perfecto de Hsün Ch’ing es semejante al de Mencio y con­siste en un soberano que gobierna con vir­tud y cuida exclusivamente de los intereses de su pueblo; pero él, al contrario de Mencio, no se opone categóricamente a los deseos materiales del hombre, porque los hombres reconocen la justicia y la propie­dad sólo cuando tienen comida y vestidos en medida suficiente. A pesar de su talento político y filosófico Hsün Ch’ing, como Men­cio, no obtuvo ningún éxito personal en la carrera política; entre sus discípulos se cuentan Li Ssü, un gran ministro de la di­nastía Ch’ing y el genial escritor Han Fei (v. Han Fei Tzü). Cfr. H. H. Dubs, Hsüntze, The Moulder of Anden Confucianism (1927); U. Hattori, Schun tzu’s Stellung in der Geschichte der chinesischen Philosophie, «Festschr. XIII. d. Intern. Orient. Congr.» (Berlín, 1902); E. H. Parker, The Philosopher Sün-tsze, «The New China Review», Vol. IV (1922).

P. Siao-Sci-Yi