La segunda obra que lleva este título es, en cambio, una de las más grandes novelas clásicas chinas, debida a la pluma de Wu Ch’êng-ên (15109-1580). Está escrita en dialecto pekinés y es una parodia fantástica, pero llena de ingenio, del Hsi Yü Chi (v.), de Hsüan Tsang, bonzo budista y uno de los primeros literatos en lengua sánscrita de la dinastía T’ang (618-907), que viajó por la India buscando textos budistas; pero muy poco de este viaje histórico ha quedado en el fantástico relato que abraza cien capítulos. Los siete primeros describen los desórdenes provocados en el mundo por Sun Wu-K’ung, una mona nacida de un huevo de piedra, capaz de aparecer bajo setenta y dos formas, y dotada de poderes singulares. Después es presentado Hsüan Tsang, y descrita la visita del emperador T’ai Tsung (de la dinastía T’ang) al infierno, donde comprende la necesidad de divulgar la religión budista e invita a Hsüan Tsang a buscar textos budistas en el «Hsi-t’ien», o sea Cielo Occidental.
En su viaje, Hsüan Tsang toma a la mona Wu-K’ung por su discípula, y con ayuda de ésta convierte a otros dos discípulos, Wu Neng y Wu Chin, ambos hechiceros. En su compañía, el sabio atraviesa por ochenta y un peligros, constituidos por todo género de encantamientos y, después de haberlos superado, obtiene de Buda un gran número de textos budistas. Lo característico de esta obra reside en su extraordinario derroche de fantasía; las ochenta y una pruebas sostenidas por Hsüan Tsang son un repertorio variado hasta lo increíble de hechicerías, transformaciones, luchas, cuya absurdidad se eleva a veces a un decorativo lirismo. En este mundo irreal queda todavía cierta coherencia; aun en medio de las transformaciones exteriores que nos presentan los diversos personajes tan pronto convertidos en pequeñísimos insectos, como en monstruos de varios metros de altura, queda intacta en ellos una personalidad interior que siempre nos permite reconocerlos. Entres las grandes novelas chinas, ésta es quizás la más cercana al gusto occidental: la comitiva formada por Hsüan Tsang, Wu K’ung, Wu Neng y Wu Chin puede recordar en algún momento a un lector europeo la célebre de Baldo (v.) y de sus alegres compañeros.
P. Siao-Sci-Yi