[Masse Mensch]. Drama de Ernst Toller (1891-1942), escrito en 1919, en la prisión fortaleza de Niederschónenfeld, y representado en Berlín en 1921, en el «Proletarisches Theater», de Erwin Piscator. Está dedicado «a los proletarios», como «drama de la revolución social del siglo XX». Se compone de siete cuadros, de los cuales tres, llamados visiones, deben ser representados en «una irreal lejanía casi de sueño». El contraste de opuestas ideas unificadas con las pasiones que le agitan y de cuyo choque surge el drama, está representado en forma de una alegoría cuyas figuras no tienen un nombre: se llaman La Mujer, El Hombre, El Acompañante, El Sin Nombre, Obreros, Prisioneros, Sombras… pero cada una es un símbolo.
La Mujer, símbolo del ser humano, es el protagonista; el antagonista es la masa, personificada por el Sin Nombre. En el primer cuadro se asiste a una reunión clandestina de obreros en vísperas de una grandiosa huelga. La Mujer les incita a la acción, a la batalla. Pero sorprendida por El Hombre, a quien ella ama a pesar de que él representa al Estado Burgués y es incapaz de comprender su «necesidad de vida humana, de una plenitud más íntima», es traicionada por él; entonces comienza su derrota al par que su sacrificio: ella está «dispuesta a sacrificarse personalmente». En el siguiente cuadro aparece la sala de la Bolsa de la Moneda, donde los banqueros trafican y especulan por la «salvación del sistema» cuya garantía y resultado son la guerra y la corrupción. La visión se hace sombría, mientras se oye un «fox-trot» bailado por los banqueros con chistera, que hacen sonar monedas de oro a modo de castañuelas, escena en la que se ha inspirado evidentemente René Clair en algunos de sus films. El tercer cuadro está constituido por escenas de masas, que se han hecho célebres gracias a la dirección de Piscator; los obreros están reunidos en muchedumbre y lanzan alaridos lamentando su vida humillante. La Mujer está con ellos, y un solo grito de revuelta les une y les exalta: ¡huelga! Pero el Sin Nombre surge de la masa para proclamar la inutilidad de una simple huelga, creyendo, en cambio, necesario acudir a la revolución, a la violencia. A ello se opone La Mujer.
Sigue una visión nocturna en la que, en el patio de una cárcel, prostitutas y guardias danzan en torno al Sin Nombre, condenados a muerte. Entra La Mujer y reconociendo entre los condenados a muerte al Hombre, implora para él el perdón: «…el Hombre cuenta!». Le responden que sólo cuenta la masa. Entonces ella se abandona: «Lejos de mí», dice. «Yo no soy ya de los vuestros… me siento tan cansada…» En el quinto cuadro, que termina con el canto de la Internacional, la revolución se ha desatado, pero fracasa. Uno frente a otro luchan ahora abiertamente la Mujer y el Sin Nombre, es decir el hombre y la masa; hasta que los soldados del orden entran apuntando con los fusiles, y encadenan a la Mujer. En la sugestiva «visión» del sexto cuadro la Mujer está encerrada en una celda iluminada por un violento cono de luz. A su alrededor se hallan las sombras acusadoras de los muertos fusilados: ella es la culpable, ella que no ha querido salvarles oponiendo la violencia a la violencia. Surgen otros fantasmas; son los Banqueros, después los Prisioneros, y ecos y voces diversas rompen el silencio: crimen… crimen… crimen… Entonces, en la propia angustia, la Mujer duda de sí, de Dios y de la vida. El último cuadro es la celda de la cárcel donde ella espera el momento de su fusilamiento, y al Hombre, todavía amado, le tiende la mano llamándolo hermano; pero él la deja sola.
Entra entonces el Sin Nombre, para invitarla a la fuga: él lo ha comprendido todo y quiere salvarla; bastará matar a un centinela. Pero la Mujer se opone a una tal proposición: también el centinela es un hombre, y ella no tiene derecho a quitarle la vida, mucho menos por causa de la masa. Así se dispone a la muerte por «querer ser buena», para poder llegar a ser un día «hecha más pura, más inocente, la humanidad». Se oye una descarga y el llanto de dos prisioneras que continúan en la celda vacía, cierra el drama. El conflicto, que en esta obra se representa en el momento de la máxima tensión, en el momento en que el grito ensombrece los términos de la lucha social por la cual Toller había combatido y fue condenado a cinco años de cárcel, representa la lucha eterna del hombre por su propia liberación y por la liberación total e sus semejantes, a la vez que refleja el comienzo de la crisis que más tarde debe a llevar a Toller al suicidio; la orientación Oel drama, en el que la masa está considerad.^mo entidad abstracta y esquemática, y el trabajo apenas roza la tesis, puede afirmarse que casi desaparece ante la imposibilidad de llegar a una resolución de los propios términos (por lo menos en el pensamiento de Toller y en su vida).
Su forma, tanto en la composición escénica como en el lenguaje, deriva parcialmente de los dramas de Oskar Kokoschka, que fue el primero en llevar al teatro, en 1907, un lenguaje directamente expresivo hasta la eliminación de toda imagen e incluso de toda palabra no esencial o no usada en el momento más allá de su propia potencia expresiva. Casi todo el ambiente del drama es apasionado, exaltado; pero la acción, exenta de cambios y de íntimas distensiones, aparece fragmentaria y estática. Conservan cierta poesía los momentos aislados en que una luz profunda ilumina las palabras, así como la historia y sus motivos, el sentido y el valor esencialmente humano de toda lucha; pero un drama desenvuelto de tal forma por el autor y tan rico de «contenido» como el Hombre. Masa, que tantas dudas y pensamientos desató, queda, sin embargo, junto con ¡Hurra, vivimos! (v.) como uno de los ejemplos más típicos y más vivos del llamado teatro político que nació al calor del Expresionismo (v.) alemán.
G. Veronesi