[Les feuilles d’automne]. Volumen de poesías de Víctor Hugo (1802-1885). Editado en 1830, es el primero de los cuatro libros en los que se recoge la producción poética más importante de la primera mitad de la vida del poeta (v. Los cantos del crepúsculo, Las voces interiores, Los rayos y las sombras). El tono particular de la colección está fijado de antemano por el mismo autor en su prólogo: «Versos serenos y tranquilos como todos hacen o sueñan hacer, poesía familiar, del hogar doméstico, de la vida privada: de lo más íntimo del corazón. Una mirada melancólica y resignada aquí y allá, y, principalmente, sobre lo que ha sido. El eco de aquellos pensamientos, a menudo inexpresables, que despiertan confusamente en nuestro espíritu los mil objetos de la creación que sufren o languidecen a nuestro alrededor: una flor que se marchita, una estrella que cae, un sol que se pone, una iglesia sin techumbre, una calle de yerbajos…». Poesía, sentimental, pues, que sigue de cerca las batallas románticas de los primeros años, que encuentra inspiradores y compañeros en un Lamartine o en el Sainte-Beuve del José Delorme (v. Vida, poesías, etc).
Pero la poderosa personalidad de Hugo se afirma precisamente en este voluntario renunciamiento a la originalidad: estas elegías, en realidad, son muy poco «intimistas», la mirada del poeta, sin bien nace de lo más profundo del alma, está siempre dirigida al exterior, su inspiración siente le necesidad de objetivarse en algún espectáculo de la historia o de la naturaleza, en el cual puedan demostrarse de lleno sus extraordinarias cualidades pictóricas. Y hay siempre aquella tendencia a lo grandioso por la que los más fugitivos pensamientos de su corazón, los recuerdos y los episodios de su vida misma, asumen un carácter heroico, un significado ejemplar, voluntariamente universal. Si recuerda su infancia es para comparar la historia de su vida a la historia del siglo abriendo su canto con un hemistiquio que se ha hecho célebre: «Ce siècle avait deux ans!»; y es la misma inclinación épica que le lleva a recordar la vida de su padre, general del primer Imperio, y a insistir sobre el tema de la epopeya napoleónica. Por otra parte, las ideas de Hugo en los últimos diez años cambiaron mucho: siguiendo precisamente los acontecimientos del siglo, el legitimista del 1820 se dispone a convertirse en el cantor de las grandes-convulsiones de la Historia, en el poeta de la tragedia de los pueblos; y esta «paisible» colección se cierra con una apocalíptica visión de la Europa que se estremece bajo la tiranía, dispuesta a la rebelión, y con la promesa de inflamados cantos satíricos («Et j’ajoute à ma lyre une corde d’airain!).
Entre las muchas poesías que han llegado a ser famosas, hay que citar la «Prière pour tous» que es la plegaria del niño al cual asiste él padre recordando con inmensa piedad a los vivos y a los muertos, entrando por medio de ésta en comunión con toda la humanidad: demasiado largo el poema en diez partes, en el cual, empero, se encuentran páginas de rara belleza. El poeta ya declara en esta colección su innata tendencia a filosofar : una filosofía entretejida de lugares comunes, pero que precisamente por esto, desafiando continuamente los peligros de lo declamatorio, quiere y, a menudo lo consigue, hablar a todo el mundo con todo el ímpetu del corazón y con la centelleante elocuencia de una encendida fantasía.
M. Bonfantini