[Geschichten aus der Tonne]. Tres fábulas de Theodor Storm (1817-1888), recopiladas bajo este título, pues el escritor finge haberlas escuchado a un compañero de escuela durante los intervalos entre lección y lección, bajo un tonel. Aparecieron entre 1864 y 1865. Se titulan »Gertrudis de la lluvia [«Die Regentrude»], «La casa de Bulemann» [«Bulemanns Haus»] y «El espejo de Cipriano» [«Der Spiegel des Cyprianus»].
De las tres, indudablemente la más bella es la primera, que narra la visita hecha por una pareja de enamorados campesinos al reino encantado de Gertrudis (Trude), la dispensadora de la lluvia. La lluvia se ha dormido a causa de un hechizo del maligno espíritu Eckeneckepenn, el genio del fuego, y por ello toda la campiña arde de sed, y una gran sequía amenaza al país. Pero Mareen, la campesinita, ha aprendido las palabras mágicas para despertar al hada, así como el lugar donde ella vive. Se dirige allí con su novio; apenas pronunciada la fórmula del encantamiento, el hada se libra del sueño, rejuvenece de su larga vejez y de sus manos brotan las benéficas y tan esperadas nubes lluviosas. Entonces la campiña se despierta y reverdece con un frenesí de plantas y hierbas.
«La Casa de Bulemann» es, en cambio, la fábula del egoísmo que al fin es sometido por los espectros por él mismo creados. Es una historia fantástica, con evidentes influencias hoffmannianas, de un viejo sumamente avaro, exmarinero, que vive en una arruinada casa en compañía de su anciana ama de llaves y de dos enormes gatos. Su padre había sido prestamista y había acumulado una serie de prendas, y a su muerte lo dejó todo a su hijo. Ahora éste vende abusivamente las prendas para vivir de lo que saca. No conoce la piedad, ni siquiera para su sobrino y su hermana. La misma ama de llaves es presa de horror por la sórdida atmósfera de la casa y huye abandonando al viejo con sus gatos. Y éstos, de pronto, crecen, se agigantan, se convierten en enormes y crueles monstruos que lo guardan prisionero. El viejo no puede salir de la casa, no puede pedir ayuda, no puede ni siquiera morir. Lentamente sus músculos se encogen, se secan, se vuelve pequeño, diabólico, y habrá de vivir eternamente en forma de odioso espíritu diminuto. Sólo en las noches de plenilunio podrá, de tarde en tarde, asomarse a las rotas ventanas de su casa desierta, para asustar a los transeúntes.
La más débil de las fábulas es «El espejo de Cipriano», que no posee la fascinación ni la atmósfera encantada de las otras dos. Una castellana recibe de un mago un espejo que anuncia a las buenas mujeres el nacimiento de un hijo. Pero si en su superficie se refleja una mala acción, pierde sus cualidades mágicas. Después de haber dado a luz un niño, la castellana muere y su marido da pronto una madrastra al hijo, que a su vez es madre. Los pequeñines crecen juntos y se quieren, aunque la madrastra trate de sembrar el odio entre ellos. Después de muerto el Conde, la madrastra hace asesinar a su hijastro en presencia del espejo, para dar todo el poder a su propio hijo. Pero éste muere inmediatamente, casi por encanto. El espejo no recobra su poder mágico hasta muchas generaciones más tarde, cuando una buena mujer, nacida de la sangre de la mala madrastra, se dedica amorosamente a su hijastro, descendiente del antiguo linaje. Es hermosísimo, en las dos primeras fábulas, el tono casi mítico.
C. Gundolf