[Histoire du Second Empire]. Obra en siete volúmenes de Pierre de la Gorce (1846- 1934), publicada del 1894 al 1905. Si bien a poca distancia de los acontecimientos narrados, se propone ser la primera historia imparcial de Napoleón III, compensando el defecto del conocimiento integral de los documentos, con fuentes extranjeras y comunicaciones privadas. La compleja figura de Napoleón III está representada con sus contradicciones y ambigüedades; soñador y conspirador durante su juventud, también sobre el trono persigue quimeras y prefiere los tortuosos caminos de la política secreta: Don Quijote y Maquiavelo. Sus altos designios no poseyeron el freno del buen sentido, que los reduce a proporciones prácticas. Sus cualidades personales: valor, generosidad, clemencia, deseo sincero de aliviar la miseria del pueblo, hacen olvidar muchos de sus errores. La narración, que comienza con el golpe de estado de 1851, es continuación de un estudio anterior sobre la Segunda República [La séconde Republique Française, 1887] y analiza la Constitución inspirada en el Consulado. El régimen se consolida con la fundación del Imperio, entre la ilusión de la paz y los esplendores de la Corte, con el progreso del bienestar interno y la justa represión de la oposición, y con la sabia política seguida al abrirse la cuestión de Oriente. En 1856, el Imperio está en su apogeo.
Pero en el Congreso de París, ya la intervención de Cavour señala la primera fisura y comienza el camino de la falsa e imprudente generosidad. Y en Italia se decide la suerte del Segundo Imperio. Con esta convicción, el autor estudia minuciosamente las relaciones de Napoleón con el gobierno piamontés y después con el italiano, y demuestra cómo Cavour supo hacer servir al emperador para sus fines y se aseguró la dirección de los acontecimientos. Tuvo un sucesor en Bismarck, no más genial, pero más implacable. Por eso las cuestiones de Polonia y de Dinamarca se resolvieron en favor de éste, y Napoleón III mismo fue ciego hasta el punto de favorecer la guerra de Prusia contra Austria y su alianza con Italia. Mientras el Imperio se debilitaba en el interior, transformándose de autoritario en liberal, se prepararon las causas de la guerra con Prusia, el desastre de Sedán, la expiación de tantas aberraciones y debilidades. El autor no oculta su punto de vista católico y nacional, aun sabiendo valorar la necesidad política de los acontecimientos, hasta los perjudiciales a Francia o al Estado pontificio. Por otra parte, la profundización de los cálculos políticos del emperador habría atenuado su excesivo severo juicio sobre una política desafortunada, pero no tan sentimental y quimérica, y que para el bienestar interno y para la expansión colonial de Francia trajo ventajas importantes y duraderas.
P. Onnis