[Storia del Cristianesimo]. Obra de Ernesto Buonaiuti (1881-1946), publicada en tres volúmenes: I, Edad Antigua (Milán, 1942); II, Edad Media (id., 1943); III, Edad Moderna (1943). Es la obra más importante y completa — aunque cronológicamente no es la última — de la actividad científica y espiritual de Buonaiuti, como él mismo ha señalado con emotiva fuerza en el Peregrino de Roma (Roma, 1945); notable ejemplo de autobiografía espiritual — desde la crisis de su juventud, en la que, ya en plena posesión de sus ideas y perspectivas en torno a los orígenes del cristianismo y a la dialéctica de su desenvolvimiento en la historia, que debían exponerlo a tan amargas y dolorosas peripecias, fue llevado al sacerdocio católico (19 diciembre 1903)—hasta la excomunión mayor (25 enero 1925), que debía ponerlo definitivamente al margen de la Iglesia oficial, a la separación de su cátedra universitaria de Roma (1931) por haberse negado a prestar el juramento de fidelidad al régimen fascista, y, finalmente, a la supresión práctica, por parte del mismo régimen, de toda posibilidad de actividad pública, al día siguiente del comienzo de la segunda Guerra mundial. Precisamente entonces — como él mismo afirma en el Peregrino de Roma — se dedicó a desarrollar su obra principal «para establecer el balance definitivo de la acción cristiana en la Historia, ahora que por mil indicios se podía fácil y seguramente argüir que el Cristianismo se avecinaba a una dramática transición».
Bastaría esta precisa afirmación para comprender que la historia se sitúa programáticamente en un terreno más apologético (su pensamiento acude a la Ciudad de Dios (v.) de San Agustín; por lo demás, es obvia la inspiración agustiniana de la Historia del Cristianismo de Buonaiuti) que histórico, según el plan habitual en obras de este género, de las cuales se separa la de Buonaiuti por su absoluta originalidad, tanto en la concepción como en la ejecución. Como en ella confluyen en una síntesis ceñidísima — si bien definida por la notoria y, a veces, enfática tendencia oratoria, característica del estilo de Buonaiuti — los resultados más significativos de sus investigaciones historicocríticas sobre la historia del hecho cristiano, así sus estudios sobre la Iglesia paulina (cfr. Las experiencias fundamentales de San Pablo, en la rev. «Religio», julio-septiembre 1920; El mensaje de San Pablo, Roma, 1933), sobre el gnosticismo (El gnosticismo, Roma, 1907; Fragmentos gnósticos, Roma 1923); sobre el cristianismo en el África romana (El Cristianismo en el África romana, Bari, 1928), sobre las características de la crisis político– religiosa del siglo IV (consúltese ante todo los Ensayos sobre el cristianismo primitivo, Città di Castello, 1923), sobre la soteriologia cristiana, en particular sobre la doctrina agustiniana del pecado y de la gracia (La génesis de la doctrina agustiniana del pecado y de la gracia, Roma, 1916, y en «Richerche religiose», II, 1926; Pelagio y el Ambrosiastro, en «Investigaciones religiosas», IV, 1928, y El dogma central del cristianismo histórico, en la misma publicación, XV, 1939), sobre la importancia de la Edad Media, sobre Joaquín da Fiore y los movimientos mendicantes (cfr. San Francisco de Asís, Roma, 1926; Joaquín da Fiore, Los tiempos, la vida, el mensaje, Roma, 1931; El misticismo medieval, Pinerolo, 1928; y todos los artículos publicados en «Richerche religiose», entre 1928 y 1933), sobre la reforma luterana (cfr. Lutero y la reforma religiosa en alemania, Bolonia, 1926), aunque todos aquellos resultados entran en relación con una apasionada, inspirada y profética defensa de la interpretación personal dada por Buonaiuti al mensaje cristiano y de sus ideas sobre la función ejercida por éste en el pasado, como sobre la que podría ejercer en el mundo actual.
Para Buonaiuti (Historia del Cristianismo, I, págs. 15 y ss.) las «religiones superiores no han sido nunca, ni habrían podido serlo por principio, visiones especulativas del mundo ni esquematizaciones racionales de la realidad. Han sido más bien, uniformemente y por esencia, indicaciones normativas de disposiciones sacramentales, es decir, prerracionales y espirituales, con vista a la vida social y sus hechos elementales: el amor, el dolor, el remordimiento y la muerte. Las transcripciones conceptuales de esta disposición en fórmulas dogmáticas, como la sistematización jerárquica de la disciplina de los grupos constituidos sobre la base de los nuevos valores, vinieron posteriormente». Tampoco el Cristianismo pudo sustraerse a esta ley. «Nacido como anuncio de palingenesia y de salvación colectiva e inminente, como regla austera y solemne confiada a una minoría elegida en el mundo, 4 todo ello llevaba íntimamente tendencias ecuménico-católicas y un vastísimo programa social»; tendencias y programa que «imponían un progresivo enriquecimiento ideológico y un encuadramiento disciplinario cada vez más rígido». La Historia del Cristianismo está construida y desarrollada en torno a esta idea central del carácter místico y moral del mensaje cristiano; la transformación del Cristianismo en un sistema filosoficoteológico y en una organización burocrática es seguida paso a paso con la paralela ilustración de la supervivencia, tanto en movimientos colectivos como en los individuos aislados, del ideal espiritual cristiano. La historia institucional de la Iglesia y la de sus vicisitudes externas no interesan, como tales a Buonaiuti, sino en tanto intervienen como elementos en el desarrollo de su visión histórica.
M. Niccoli