[Histoire du Consulat et de l’Empire]. Adolphe Thiers (1797-1877) meditaba esta obra desde que por segunda vez (1840) dejó el ministerio orleanista y, rindiendo culto a los recuerdos patrios, se inclinó a una idea del liberalismo que no estaba exenta de simpatías bonapartistas. La Historia fue escrita y publicada de 1845 a 1862, en veinte volúmenes, sin que la línea recta de su desenvolvimiento lineal fuese turbada por las agitaciones de la vida política, de las que cupo a Thiers soportar las más graves responsabilidades al determinar, como contrapartida a la abolición del sufragio universal en la República de febrero, la restauración del Imperio. Durante el breve destierro y en medio de la desgracia en que cayó ante Napoleón III, émulo de las glorias de su tío, escribió los capítulos de las afortunadas empresas que sucedieron a Tilsitt, envolviendo la narración con una constante y perspicaz simpatía por el protagonista, que se alimentaba de aquel sentimiento de ambición personal, elevada a cánones de juicio y de vida política, en que rivalizaban, en 1851, Thiers y Napoleón III. La obra fue concebida como natural continuación de la Historia de la Revolución francesa (v.), cuyos caracteres esenciales reproduce en una composición más vigorosa, confiada al ritmo de una especie de lirismo de los hechos, que vienen a refluir dócilmente en el seno de los grandes cuadros de los acontecimientos más brillantes y solemnes. También aquí la historia querría hablar en primera persona, pero el autor cae en la trampa que le tiende su entusiasmo y su inteligencia fácil, que disuelve los problemas e iguala las partes.’ De ahí la ligereza y la concisión de los juicios, en que se afirma la denominada «teoría del éxito». No obstante, dentro de estos límites de historiografía nacionalista, no solamente es sentida la fascinadora grandeza de Napoleón, sino que ante todo se describe su mente capaz, organizadora de ejércitos y de países.
L. Rodelli
Para vengar Waterloo preparaba Sedán. (Carducci)
Esta Historia del Consulado y del Imperio es el fruto de un hombre de estado bastante imprudente y ciego; con Béranger y Víctor Hugo, Thiers creó el gran movimiento de la idolatría napoleónica, del cual había de nacer el Segundo Imperio; él pensaba, un poco superficialmente, que toda la gloria de Napoleón hubiera redundado en beneficio de la monarquía de julio, que había izado la bandera tricolor. (Lanson)