[Geschichte der Kunst des Altertums). Es la obra principal de Johannes Joachim Winckelmann (1717-1768), editada en Dresde en diciembre de 1763, con fecha de 1764, diez años después del viaje del gran arqueólogo por Italia; viene a ser el resumen de todos sus conocimientos, fundamental para el gusto neoclásico, para la estética idealista y para la sucesiva historia del arte.
Habiéndose formado en un ambiente dominado por una fuerte reacción contra las formas barrocas e incluso contra el clasicismo académico francés dominante hasta entonces, Winckelmann se erige en el primer representante de la polémica sustentadora del culto a la Antigüedad, y expone sus teorías en una forma absolutista y dogmática. La famosa obra se puede dividir en tres partes: en la primera (Libros I, II y III) el autor perfila la historia del arte en los pueblos orientales: egipcios, fenicios, persas y etruscos. En la segunda, que es la más importante (Libros IV-VIII) traza una historia del arte griego, cuya superioridad explica por la perfección de la naturaleza del pueblo, debida a la cultura y a las condiciones climatológicas de Grecia. Winckelmann, que atribuye al arte griego un valor ejemplar para todos los tiempos, une a esta teoría determinista un concepto místico de la belleza: «Solamente mediante el estudio del arte griego llegaremos a determinar lo bello», dice, y continúa: «La belleza es uno de los misterios de los que vemos los efectos y que todos sentimos, pero nadie ha conseguido dar una idea bien determinada de ella». Y más adelante: «El concepto de la belleza humana se hace tanto más perfecto cuanto más posible se hace pensar conforme y de acuerdo con el Ser Supremo». De donde el arte debe tender «a la unidad» y a la «simplicidad», porque unidad e indivisibilidad son los atributos del Ser Supremo. De aquí deriva el famoso principio que se convertirá en dogma del arte neoclásico: la «impasibilidad», es decir, la falta de individuación y de pasión, principio que Winckelmann ve aplicado en la estatuaria griega.
Tal idea está justificada históricamente por el hecho de que el gran arqueólogo conoce solamente pocos testimonios del arte griego, y siempre a través de la mediación del arte romano. La «serena grandeza» y la «impasibilidad» son, por consiguiente, los supremos atributos del arte griego; no obstante, situado frente a la exigencia de la expresión, Winckelmann ha de admitir que «la belleza sin expresión sería insignificante, y que la expresión sin la belleza resultaría desagradable». Es deseable que ambas se influyan recíprocamente, dando lugar a una armonía en la que la belleza frene la expresión y que el autor denomina «gracia». Siguen, en el tratado, las reglas de la escultura. Después de haber examinado los cánones de Mirón y Policleto, de Lisipo y Vitrubio, Winckelmann considera el de Mengs y se adhiere a él. Por último, divide el arte en cinco períodos: el «estilo antiguo» (arcaico); el «viejo estilo» (arte de Fidias); el «bello estilo» (que va de Praxiteles a Lisipo y Apeles, y en el que el arte adquiere mayor gracia); la «decadencia» (arte alejandrino) y el «final». Recoge así la tradición que habían desarrollado Vasari y Bellori, y el desarrollo del arte griego se convierte para él en un esquema universal ajustado a todas las edades, estableciendo un paralelo con la pintura italiana, en el que el estilo sublime está representado por Rafael y Miguel Ángel. En los últimos libros de su Historia describe Winckelmann el arte romano, que él considera como un apéndice o continuación del arte griego. La crítica estética moderna ha puesto de relieve repetidamente los errores teóricos de Winckelmann: su idea abstracta de la belleza absoluta, su visión de la obra de arte subordinada a la realidad de la naturaleza y su teoría de la evolución de los estilos; y ha reconocido también una limitación crítica en aquella exaltación de la «fase clásica» del arte griego que vino a impedir a la consiguiente arqueología ochocentista la comprensión del arcaísmo y del helenismo.
No obstante, la grandiosidad histórica de Winckelmann se mantiene en pie. En oposición a la arqueología antigua, que se basaba en gran parte sobre noticias literarias, la obra de Winckelmann es la de un renovador que instaura la observación de los monumentos descritos con atención metódica y paciente, y con ello crea la auténtica ciencia arqueológica. Por otra parte, por haber opuesto a la historiografía biográfica anterior, el estudio, no de las personalidades de los artistas, sino la historia de la evolución de las formas, ha sido considerado como el fundador de la historia del arte en el siglo XVIÍI, dominada precisamente por el concepto evolucionista y de los estilos. Debemos reconocer a Winckelmanfl, además de esta gloriosa posición de historiador y de científico, el fervor apostólico de su culto por la Antigüedad, que permitió formar el gusto de toda una época y comunicar eternamente desde sus páginas aquel ideal de cultura y de arte.
F. Wittgens