[Histoire de Napoléon et de la Grande Armée pendant Vannée 1812]. Publicada en 1824, esta célebre narración de la campaña de Rusia escrita por un testigo, el general Philippe-Paul, conde de Ségur (1780- 1873), ayudante de campo del emperador, fue incluida en 1873 en Histoires et Memoires.
Las notas hechas durante la expedición están reconstruidas en una narración impersonal: la marcha triunfal a través de alemania y Polonia sojuzgadas, el ímpetu de la invasión, que hizo vana la minuciosa organización logística, las vanas tentativas de tomar contacto con las fuerzas enemigas continuamente en retirada, la suspirada batalla del Moscova, que aunque terrible, no resultó decisiva, la suprema desilusión de Moscú y la demasiado tardía decisión de abandonar la ciudad, presa del incendio y del saqueo, la batalla de Maloiaroslavetz, cuyo éxito no fue aprovechado. Una vez fallida la empresa, Napoleón no piensa más que en París, temeroso de las consecuencias de su larga ausencia. Todo se abandona durante la marcha afanosa: los prisioneros, los heridos, el botín, los trofeos traídos de Moscú; mientras que el frío, el hambre, las enfermedades y los combates incesantes con el enemigo perseguidor reducen la orgullosa Grande Armée a una masa amorfa de hombres embrutecidos. Pero si grande es la audacia de los generales, entre ellos el valerosísimo Ney, y siempre brilla el valor militar, el desorden ocasiona espantosos desastres, tales como el paso del Beresina o la falta de distribución de víveres en Vilna. Pero ningún movimiento de revuelta estalla contra Napoleón, que para aquellos soldados representa el destino.
Según nos acerca al emperador, disipa las nubes del mito, nos hace asistir a sus debilidades, a sus descorazonamientos, a las angustiosas perplejidades de sus noches insomnes, a los golpes de ira seguidos de arrepentimiento, a los abandonos confidenciales. Y nos revela los sufrimientos físicos que minaban sus fuerzas y a veces la lucidez de su genio. Pero públicamente, tenía la fuerza de mostrarse imperturbable, de dar las órdenes como si aún existiesen los cuadros del Ejército, de interrumpir las objeciones replicando: «¿Por qué queréis hacerme perder la calma?». De este modo fueron conservados hasta el fin la gloria y el prestigio de aquel gran ejército, del que no sobrevivían más que fantasmas. De estas memorias resulta un Napoleón ensoberbecido por la grandeza y la singularidad de la empresa, en la que sus propias dotes de ímpetu y de audacia le fueron fatales. Se reconoce en ellas la fuente de la interpretación tolstoiana de Napoleón en Guerra y Paz (v.); pero sin hacer de él un juguete de la Providencia y conservando su libertad de juicio, Ségur mantiene un culto hecho de admiración y a la vez de comprensión por el héroe, al que tantos hombres debieron su propia ruina, pero al que debieron también la gloria y la razón de haber vivido.
P. Onnis