[Histoire dell’Opéra en Europe avant Lulli et Scarlatti]. Obra musicológica del escritor francés Romain Rolland (1866-1947).
Presentada primero como tesis doctoral y publicada en 1895 — cuando el autor se licenció en musicología en la École Normale Supérieure de París — ganó en 1896 el Premio Bourgault-Ducoudray, iniciando con una obra sólida y personal la variada, multiforme y original actividad de Rolland. Estudio orgánico, complejo, realizado sobre fuentes directas, en parte todavía ignoradas (el autor efectuó largas y sagaces investigaciones en varias bibliotecas italianas), está planteado según un riguroso método analítico y reconstructivo, y basado en los principios de la crítica idealista. Precedido de una amplia introducción, se subdivide en nueve capítulos, además de un apéndice y de un suplemento (textos musicales de Francesco Provenzale). Admitido que el «drama lírico» trasciende la esfera puramente musical para interesar todo el campo del arte, y sentado que constituye tal vez la manifestación más original de la civilización moderna, el autor señala como objeto de su estudio honrar las tentativas y las realizaciones de los primeros creadores de esta forma de arte, es decir, la «buena tierra italiana» de donde ha salido.
En el primer capítulo, el autor afronta la cuestión previa de la «unión de la música con el drama» y — examinada la reacción de la música contemporánea contra el género «ópera», y las críticas que éste provocó ya en el pasado — concluye sosteniendo que sólo en Italia se ha podido realizar — en virtud de la viveza nativa del pueblo y de un característico sentido del arte — la fusión espontánea y armónica de la música con la poesía, ideal recogido más tarde, a mitad del siglo pasado, por Ricardo Wagner con su concepción de la «ópera como arte del porvenir». El tratado prosigue señalando la gradual introducción del espíritu popular y del sentimiento personal en las formas puramente arquitecturales de la música de la Edad Media. A fines del siglo XV nacen las primeras personalidades musicales completas: el flamenco Josquin des Prés y en pleno siglo XVI el italiano Palestrina, que crea con sus Misas la tragedia musical religiosa y mística. Con Orazio Vecchi, de Modena, nace el «madrigal dramático» y se forma la comedia musical. Luego — precedido por las investigaciones «arqueológicas» y «literarias» de la Academia florentina de Bardi y de otros gloriosos descubridores, que instauran la «declamación lírica» —, se presenta el genio de Claudio Monteverde, que reivindica el derecho del sentimiento, de la libre inspiración y de la libre expresión, y opone al conformismo musical de sus predecesores una «melodía humana» y una «música de las pasiones», fruto de la observación de la naturaleza y del respeto a la verdad.
La «Ópera» en las cortes italianas del siglo XVII, su carácter alternativamente intelectual y mundano, la influencia que sufre por parte de la Iglesia, de la sociedad, del predominio cada día mayor de la presentación escénica y sucesivamente los desarrollos «populares» de la comedia musical —- en Florencia, en Venecia, en Nápoles (es importante el descubrimiento hecho por el compositor Provenzale, fundador de la Escuela napolitana), en Roma (donde triunfa Carissimi) —, forman capítulos de aguda y amplia exégesis que terminan con la descripción del apogeo del drama musical en Italia. A la ópera en alemania, en Francia y en Inglaterra (capítulo de «apéndice») está dedicada la última parte del volumen: en estos países el drama musical se presenta como género de importación italiana y no adquiere características apreciables. En el último capítulo, el autor examina la «decadencia» de la ópera italiana y determina las causas (corrupción del gusto, virtuosismo, decadencia intelectual, escepticismo de la sociedad del XVII, etc.) y concluye, en fin, su importante estudio con páginas altamente encomiásticas para Italia por su genial esfuerzo creador en el campo del drama lírico, páginas no sin reservas, sin embargo, sobre el carácter de los italianos, a quienes el «abandono a la vida», una innata^ facilidad, una natural resistencia al metódico empeño creador, no les ha permitido alcanzar la primacía absoluta que de ellos se esperaba.
Aunque en parte quede superada por las orientaciones sucesivas de la crítica y por los resultados alcanzados en investigaciones más recientes, esta magistral obra de Romain Rolland puede considerarse todavía hoy como válida y capaz de constituir una sólida base de los estudios musicológicos.
V. Orazi