Historia de la Literatura Italiana, Giacomo Filippo Tommasini

[Storia della letteratura italiana]. Muchas obras tienen este título, que indica el carácter científico que llegó a asumir la materia- después de muchos tratados dis­persos en polémicas, catálogos, diálogos y poéticas. Una colección bastante ordenada de los materiales sobre la vida y las obras de los escritores italianos se inició en el siglo XVII; entre todos parecen dignos de nota, por sus fines superiores, los Elogios de los hombres ilustres [Illustrium virorum elogia], publicados entre 1630 y 1664 por Giacomo Filippo Tommasini (1597-1655). Un libro sistemático, aunque destinado a hacer resaltar los elementos formales de la lírica italiana según una estricta tradición áulica, es la Historia de la poesía vulgar (v.) de Giovanni María Crescimbeni (1663-1728), publicada entre 1698 y 1711; digna de inte­rés por la abundancia de noticias eruditas, aunque tratadas sin método.

Giacinto Gimma (1668-1735), que en 1723 publicó la Idea de la historia de la Italia literata, fue el primero en pensar en una historia literaria que comprendiera en su desarrollo también los testimonios de la prosa: después de varios razonamientos generales acerca de problemas de filosofía y comunicaciones eruditas, Gimma trata del origen de la no­vela y de la poesía vulgar, y más ampliamente del Renacimiento y de la literatura que va del siglo XVI hasta sus tiempos. Esta obra adolece de una gran confusión de noticias y temas; y principalmente carece del vigor crítico que indica la nueva posición del historiador. Más orgánica y sostenida en su conjunto es la obra de Francesco Saverio Quadrio (1695-1756), ti­tulada Della poesía italiana, publicada en 1735 (con el pseudónimo de G. M. Marcucci) y más tarde ampliamente elaborada en su obra más extensa: De la historia y de la razón de toda poesía [Della storia e della ragione d’ogni poesía] (v.), publicada entre 1739 y 1752. Es una masa no elaborada críticamente de noticias reunidas por vez primera y divididas según los idiomas, gé­neros y estilos; y también debido a que para la literatura italiana se sirvió de Crescimbeni, aportando raramente juicios pro­pios, los estudiosos modernos se limitan a mencionar a Quadrio más bien que a seguirle. Giammaria Mazzuchelli (1707-1765) trató de sistematizar de un modo definitivo una tan amplia materia con un tipo de biografía muy utilizado por el Humanismo, aunque con mayor seguridad de informes, en su obra Los escritores de Italia, es decir, noticias históricas y críticas acerca de las vidas y de los escritos de los literatos (v. 1753-1763). A pesar de que trate, por orden alfabético, tan sólo de las vidas de los es­critores incluidos en las letras A y B, y de que no aluda más que escasamente a sus obras, sin una sistematización histórica, el libro es muy importante por sus noticias sobre los autores y la riqueza del material erudito.

C. Cordié

*    Tras estas tentativas, sirviéndose con un particular sistema crítico de las indagacio­nes anteriores, Girolamo Tiraboschi (1731- 1794) pudo concebir y escribir su Historia de la literatura italiana; publicada desde 1772 a 1781 y corregida y revisada entre 1787 y 1794, ésta es efectivamente la primera obra completa dedicada al tema. Por la abundancia, precisión y complejidad de su materia aún hoy día es muy útil. Sin embargo, escrita en la época de un Gravina y un Muratori, no responde a las nuevas exigencias del espíritu crítico. Una historia de la literatura italiana, que pusie­ra a prueba esas primeras alusiones a la autonomía de la obra de arte, era una ne­cesidad que advertían hasta los extranjeros. Leibniz incitó al conde Magliabechi a que empezara un trabajo de este género; Menckenius publicó en Leipzig (1736) la Vida de Angelo Poliziano; De Sade, en Amsterdam (1764), las Memorias de la vida de Francesco Petrarca. Todas estas obras sirvieron para estimular a Tiraboschi, pero no le dieron una clara idea del concepto de «literatura». Según su parecer, ésta coinci­día con la Historia de los orígenes y pro­gresos de las ciencias todas en Italia, y fiel a este criterio, sumergió en la marea de la historia cultural a los héroes de la poe­sía, juntándolos con teólogos, médicos, ma­temáticos y astrólogos y con la multitud de los mediocres y de los mínimos. Des­pués de los dos primeros volúmenes, donde siguiendo criterios meramente geográficos habla de las letras en Etruria, en la Italia del Sur y por fin de la literatura latina (que ocupa más de la mitad del primer vo­lumen y todo el segundo), el autor, en el tercer volumen, conduce su narración has­ta el 1200 aproximadamente y en el cuarto hasta el 1300.

La estructura de los volúme­nes es bastante parecida: tras una mirada general al «estado de Italia» en el siglo del que se está ocupando, el autor exami­na las vicisitudes de las Universidades, ha­bla de las bibliotecas, de los viajes, estudios sagrados, filosofía y matemáticas, medicina, jurisprudencia civil y eclesiástica, historia, idiomas extranjeros, poesía italiana, poesía latina, gramática y elocuencia, artes libe­rales y así sucesivamente. Después del «Trecenato» la obra no es más que la historia del petrarquismo, dominando la figura de Petrarca en todo el Humanismo, el Rena­cimiento, y hasta los últimos años del Sete­cientos. La obra, a pasar de sus defectos, tuvo un buen éxito; publicada en 1781, tuvo una segunda edición (Roma, 1782), a la que se siguieron muchas otras.

G. Franceschini

*          Un lugar aparte merece la Historia literaria de Italia [Historie Literaria d’Italie] del francés Pierre Louis Ginguené (1748-1816). Un mérito indiscutible de Ginguené fue la gran simpatía que muestra por el tema; sin embargo, su juicio no siempre es exacto, acepta las fuentes sin un examen crítico y su concepción sigue vinculada a la antigua tradición de los géneros literarios; con todo, hay que mencionarle por haber comprendido toda la importancia de la aportación italiana a la cultura europea y corregido muchos juicios inconsiderados e injustos de sus predecesores, desde Boileau a La Harpe, contribuyendo ampliamente a un mejor conocimiento de la historia y literatura italianas en Francia. La obra se inicia con el reinado de Constantino y llega hasta el siglo XVIII, examinando la producción literaria según la tradicional división por géneros. La primera parte, que comprende la Edad Media hasta todo el siglo XV, se publicó en 1811. El autor trata de explicar el fenómeno literario con influencias históricas bastante discutibles, pero ofrece una ordenada exposición de hechos sacados con toda probidad de las fuentes a su disposición.

Dedica casi un volumen a Dante y a la exposición de la Divina Comedia (v.), cuyo valor siente claramente a diferencia de La Harpe, que la llamaba «poème monstrueux». Con igual cuidado trata de la persona y de la obra de Petrarca, Boccaccio y tampoco carecen de interés los capítulos dedicados a la Florencia de los Mèdici. La segunda parte de su obra (cuya publicación acabó en 1835) comprende los siglos XVI y XVII, mien­tras que la parte referente a los géneros menores del «Cinquecento» y «Seicento» la terminó el italiano Salfl, según unos apun­tes del autor. En las largas y minuciosas exposiciones de los poemas de Boiardo, Ariosto y también de los menores, sigue a La Harpe, aunque recurre a los maestros del método histórico al indicar las posi­bles fuentes del poema de Ariosto y en la introducción sobre la vida italiana en el Renacimiento. Si bien el autor vivió en el período del enciclopedismo y de la revo­lución, sólo se deja atraer por la moda de la literatura filosófica en algunos trozos inspirados más bien por cierto pesimismo.

B. Treves

*   Después de la obra de Tiraboschi, la historiografía literaria, a causa, entre otros factores, de las polémicas sobre la función de la poesía en la sociedad y las nuevas tendencias del gusto, hubo un momento de calma; la Historia de la literatura italiana respondía plenamente a las necesidades de los eruditos del siglo XVIII y difícil hu­biese resultado intentar una renovación de la materia. Escaso interés tienen por tanto las Vidas de los italianos excelentes por doctrina en el siglo XVIII [Vitae italorum doctrina excellentium qui saeculo XVIII floruerunt], publicadas entre 1767 y 1774 por Angelo Fabroni (1732-1803), y el am­plio tratado del crítico, de origen español, Giovanni (Juan) Andrés (1740-1817), Dell’ origine, de’ progressi e dello stato attuales d’ogni letteratura [Origen, progreso y es­tado actual de la literatura _(v.) ], publica­do entre 1782 y 1799; la obra está dividida por naciones, siglos y géneros; es más que nada un repertorio de conjunto que no apor­ta ninguna luz sobre las varias literatu­ras, ni mucho menos sobre la italiana, aun­que resulta interesante la sistematización de esta última en una especie de panteón de las literaturas que precede a la histo­riografía universal de los siglos XIX y XX.

C. Cordié

*   Cierto interés conserva el Manual de historia de la literatura italiana de Fran­cesco, llamado Franco, Salfi (1759-1832), pu­blicado póstumo en 1834: el autor, que ha­bía continuado con el décimo volumen la Historia de Ginguené, aunque sirviéndose de toda la obra del crítico francés a tra­vés de un compendio, quiso aplicar un con­cepto suyo presentando las obras maestras de los grandes escritores y reseñando con­venientemente a los menores. En el ma­nual, que se divide en períodos que van del 75.° año de cada siglo al 75.° del sub­siguiente, se examinan los caracteres de las distintas edades y por tanto da de los autores y las obras un panorama menos fragmentario que de costumbre. En gene­ral, el trabajo es más importante por sus propósitos que por su realización. Sin em­bargo, no carecen de interés las páginas so­bre el Petrarca lírico; cálidas las dedicadas a Ariosto, «el mayor poeta que la natura­leza dio a Italia»; interesantes los juicios sobre la belleza de la obra de Tasso, poeta sentimental, y su admiración por Marino y Chiabrera.

Bastante amplia la parte sobre el siglo XVIII, con particular atención para la tragedia (Parini, Alfieri y Alessandro Verri). Un capítulo añadido expone las cuestiones literarias de la primera mitad del siglo XIX, tratando de señalar los de­fectos de clásicos y románticos y la nece­sidad de llegar a un acuerdo, puesto que todos los poetas tienen un único fin, el de la belleza; sin embargo, menciona de paso a Manzoni, Leopardi y los autores de su tiempo, sin darles el necesario relieve. Este «ensayo histórico sobre la literatura italia­na», como lo llama su autor, es una tenta­tiva para presentar en escorzo los valores fundamentales del Parnaso italiano: tenta­tiva incierta, ya que las impresiones de lectura no están sostenidas por un sólido sentido histórico y crítico. Pretendió ser una sistematización histórica y a la vez un examen interno de las distintas obras maes­tras el libro De la literatura de la Europa meridional (v.) del suizo Jean-Charles-L. Simonde de Sismondi (1773-1842), publicado entre 1813 y 1829. La parte que se refie­re a Italia se tradujo en seguida al ita­liano (Milán, 1820), con el título Della letteratura italiana dal secolo XV fino al prin­cipio del secolo XIX [De la literatura ita­liana del siglo XV hasta el principio del siglo XIX]. Junto con el trabajo de Ginguené este nuevo tratado traía a la crítica italiana un espíritu nuevo que hacía difícil un simple retorno a las investigaciones eru­ditas, o que por lo menos realzaba su inte­rés dentro del cuadro de los estudios gene­rales. Una continuación de indagaciones biográficas y bibliográficas con el fin de dar noticia de autores menores y destacar ciertos aspectos de la vida de los grandes, viene a ser la obra Los siglos de la litera­tura italiana de Giambattista Corniani (1742- 1813), publicada desde 1804 a 1813, que termina cuando comienza la genial obra del escritor suizo, señalando una sustancial diferencia de intenciones entre críticos de distintas generaciones y nacionalidades. Divididos por biografías, de siglo en siglo, desde el siglo X hasta la primera mitad del siglo XVIII, en nueve épocas, los continuó con una décima época Stefano Ticozzi, que en 1832 dirigió una nueva edición; sin em­bargo, por falta de vigor crítico, la obra no pone de manifiesto la intención de señalar en los distintos poetas sus caracteres, sus sistemas espirituales y sus valores más du­raderos.

Concebida en un principio como continuación de Los Siglos y más tarde des­arrollada según un plan propio, es la obra De la literatura italiana en la segunda mitad del siglo XVIII de Camillo Ugoni (1784- 1855), publicada entre 1820 y 1822, sutil en muchas de sus partes por su libertad de jui­cio y vivacidad de argumentación histórica. Ricos en páginas de Ugoni y de Ticozzi, Los Siglos de Corniani fueron completados en algunos puntos por Francesco Predari, en 1854-1856, y continuados con una undécima época. Una tentativa que interesa por la amplitud de su información y como testimonio de un caprichoso publicista es el Ensayo sobre la historia de la literatura ita­liana en los primeros 25 años del siglo XIX, publicado en 1831 por Ambrogio Levati (1790-1841). La Historia de la literatura italiana de Giuseppe Maffei (1775-1858), publicada en 1825, varias veces reimpresa y corregida por Pietro Thouar en 1853, es más que nada informativa y escrita preci­samente para extranjeros amantes de la li­teratura italiana. También otros extranjeros se dirigieron en este período directamente a sus compatriotas con mayor sagacidad. El inglés John Cam Hobhouse, lord Broughton (1786-1869), publicó un Ensayo sobre la actual literatura italiana [Essay on the Present Literature of Italy] (1818), en parte escrito por Foscolo; en 1825 fué traducido al italiano por M. Pegna. Vigorosas son las páginas sobre Parini, debidas a Foscolo; notables las que se refieren a Cesarotti, Al­fieri, Pindemonte y Monti.

Documento sin­gular, por su tiempo, las concernientes al propio Foscolo. El alemán Emil Ruth (1809-1871) publicó, en 1844-47, una incompleta Historia de la poesía italiana [Geschichte der italienischen Poesie], que trata de in­terpretar las obras de los grandes poetas, sistematizándolas en una verdadera historia: la obra alcanza hasta el siglo XVI. Débil tentativa de seguir el ejemplo de Tiraboschi es la Historia de la literatura italiana en el siglo XVIII, publicada por Antonio Lombardi entre 1827 y 1830: sin embargo, es rica en noticias bien ponderadas que toda­vía pueden resultar útiles para investiga­ciones particulares. Se reimprimió en 1832 con un índice general de materias. Un trabajo más denso de lo que parece a pri­mera vista es el de Paolo Emiliani Giudici (1812-1872): Historia de las Bellas Letras en Italia, publicado en 1844 y más tarde, en 1855, con el título definitivo de Historia de la literatura italiana. Dividida en 24 leccio­nes, desde los orígenes hasta Leopardi, la obra trata de la historia de las letras ita­lianas como «crítica filosófica derivada de los hechos». Así aclara el desarrollo de la literatura y de sus obras según una orgá­nica comprensión histórica. El elogio de Foscolo, como poeta y crítico, justifica la apasionada reivindicación de las letras en la formación del carácter italiano y en la fe cívica y patriótica de Italia. Por esta actitud oratoria, genuinamente vinculada a su época, la obra sigue leyéndose aún con provecho. Escaso interés ofrecen, a pesar de su vasta divulgación escolar, la Historia de la poesía en Italia, publicada en 1857 por Giambattista Cereseto y la Historia de la literatura italiana, publicada en 1859 por Pietro Sanfilippo.

C. Cordié

*    En 1865, Cesare Cantü (1804-1895) pu­blicó su Historia de la literatura italiana. En un prólogo de tono más bien despre­ciativo hacia sus predecesores, el autor la­menta en la literatura y crítica italianas la pestilencia del academicismo, de las formas vacías y, por reacción, se acerca a la fór­mula romántica de la «literatura expresión de la sociedad». «Solamente en nuestros tiempos — declara — se ha dicho que la li­teratura no es un mero juego de la imagi­nación, un trabajo aislado; sino que los escritos han de manifestar la índole de un pueblo… la psicología de un alma, de un siglo, de una raza». Como ejemplo cita a la crítica extranjera del siglo XIX, de Fauriel a Villemain, Schlegel, y Gervinius. Cantü, dando estas bases teóricas a su his­toria, creía ser un renovador de la crítica italiana; sin embargo, en 1865 era tan sólo un retrasado. En aquel tiempo la teoría de la literatura como expresión de la sociedad ya había decaído, y hubo quien dijo que engendraba una peligrosa confusión entre la historia efectivamente literaria y la his­toria civil. Aparte de este defecto de principio, el libro no mantiene su ambicioso programa. Dentro de estos límites hubiera podido presentar un interesante cuadro de la cultura italiana, con una serie de retra­tos de escritores escogidos y juzgados con gusto. Sin embargo, para lograrlo, era ne­cesario tener esas cualidades de las que precisamente carecía Cantü: amplitud de visión y simpatía humana.

El temperamen­to del autor, en cambio, le llevaba hacia la polémica en un terreno de ideas bastante cerradas y con un espíritu de áspera into­lerancia. En sus libros hay siempre, implí­cita, una disputa: en éste los tiros se di­rigen contra la misma literatura cuyas pe­ripecias quiere narrar y a cuyos represen­tantes, hasta los más ilustres, considera la mayoría de las veces como retóricos de mediana inteligencia, que «reputan pensa­miento el estruendo de sus frases». Un Petrarca, un Boccaccio, un Ariosto tienen así que dar cuenta de sus ideas y a me­nudo hasta de su conducta personal. Peor le fue a Maquiavelo, cuya obra no examina el autor, quien le juzga tan sólo a través de una malévola biografía. La cumbre de la incomprensión la alcanzamos con Fosco- lo, del que se dice que «sintiendo mucho, razonando poco, tiene conceptos siempre sacados de otros, sin precisión y eternamen­te envueltos en niebla», sin nombrar, ni mucho menos, los Sepulcros (v.). A pesar de estos defectos substanciales, y considerándolo tan sólo como un libro de fácil información, aún hoy se puede utilizar con provecho por la abundancia de sus noticias, a menudo amontonadas sin orden, aunque a veces raras y curiosas.

M. Vinciguerra

*   La mejor de todas sigue siendo la His­toria de la literatura italiana de Francesco De Sanctis (1817-1883). Es la obra maestra crítica de De Sanctis, el gran monumento de la historiografía romántica, que, fun­diendo en una síntesis nueva y original las mejores exigencias del historicismo y de la filosofía romántica, actuó directamente so­bre la renovación de la estética y de la crítica que realizó la filosofía de Benedetto Croce. En la intención originaria y según los acuerdos tomados con Morano, de Nápoles, el primer editor de la Historia, en 1869, se trataba de un manual de literatura italiana para el bachillerato, mejor dicho, según expresó el mismo autor, «de la más breve historia que se haya escrito hasta la fecha»; más tarde esta intención se amplió espontáneamente y los volúmenes llegaron a ser dos: el primero, acabado en 1870, y el segundo a finales de diciembre de 1871. Sin embargo, el segundo volumen, que va del Orlando furioso (v.) a la mitad del si­glo XIX, resultó, por razones exclusiva­mente editoriales, algo desequilibrado por la excesiva y apresurada condensación de las últimas páginas; por lo tanto, hay que añadir un tercero a éste, representado por los escritos dedicados al examen de la lite­ratura italiana del siglo XIX: los estudios sobre Leopardi, Manzoni y las dos grandes escuelas, «democrática» y «liberal».

Concep­to fundamental de la Historia de la litera­tura italiana de De Sanctis es la idea ro­mántica de «desarrollo», cuya premisa teó­rica es la existencia de una entidad orgá­nica, el «espíritu nacional» que deviene y se realiza en la compleja variedad de las manifestaciones políticas, sociales, literarias, culturales y filosóficas. En relación directa con este principio teórico e historiográfico está la tendencia a una historia de la lite­ratura concebida como síntesis, haciendo convergir las manifestaciones individuales a la esencia orgánica y unitaria del desarro­llo. Defensor decidido y valiente de la esté­tica de la «forma», es decir, de la absoluta autonomía del arte, y sintiendo por otro lado el íntimo actual enlace entre el arte y la personalidad, De Sanctis, en su Histo­ria, se encontró frente a un problema de método que planteaba la conciliación de elementos distintos y opuestos: encontrar la conexión entre arte e historia; perfilar un desarrollo entre lo que, una vez reali­zado, ya no puede devenir (arte); conciliar los caracteres del único con los del prin­cipio orgánico; salvar el carácter creador del arte de manera que no parezca un mero producto de la historia ni tampoco una sen­cilla sucesión de apariciones fenoménicas; fundir o armonizar el juicio histórico con el juicio estético. La Historia de De Sanctis carece de una precisa premisa teórica y metodológica, y el canon historiográfico sobre el que se basa ya no parece ente­ramente aceptable a la luz del pensamiento crítico más reciente; sin embargo, las in­evitables oscilaciones de método y princi­pio en el conjunto resultan absorbidas en el vigor creador de la construcción historicocrítica, y el esquema general es lo bas­tante elástico para dejar lugar a caracte­rizaciones individuales generalmente inci­sivas y poderosas, por la gran cantidad de páginas que De Sanctis dedicó al examen de las obras maestras de la literatura ita­liana.

Sin embargo, además de ese canon historiográfico y metodológico, la interpre­tación de De Sanctis se basa sobre un prin­cipio directivo de inspiración íntimamente laica, naturalista y positiva, y específica­mente antimedievalista, que ya se encuen­tra en otros historiadores italianos del si­glo XIX y que tuvo su formulación y su aplicación doctrinaria más típica en los grandes historiadores franceses del período de la Restauración: este principio es la superación de la Edad Media en la gradual «rehabilitación» de la naturaleza, hacia una nueva síntesis de «ideal» y «real» bajo el emblema del pensamiento moderno. Punto de partida, síntesis y conclusión de la Edad Media entendida como unidad de pensa­miento y de acción bajo la égida de la fe, es la Comedia dantesca, en la que «todavía envuelto, nudoso y lleno de misterios vive aquel mundo’ que, sometido a análisis, hu­manizado y realizado, se llama hoy litera­tura moderna». En Petrarca el misterio se aclara, e «Italia vuelve la espalda a la Edad Media». Petrarca es el poeta de la transi­ción, y la suya es la melancolía de un mundo nuevo que «todavía obscuro» trata de liberarse de la Edad Media: el mundo de las bellas formas, de la bella naturaleza y de la bella mujer. Boccaccio arranca de lo sobrenatural; humaniza la «divina co­media» llegando a un concepto totalmente opuesto al de la Edad Media: a la glori­ficación de la carne; el viejo mundo místico-teológico-escolástico se derrumba, «nos encontramos frente al hombre y a la na­turaleza». La cumbre artística y filosófica de este proceso la alcanza el Renacimiento con la conquista del sentido de la inma­nencia y de la belleza; sin embargo, aquí aumenta la disidencia entre arte y vida, entre pensamiento y acción, y empieza una nueva atormentada transición, cuya musa fue Torquato Tasso.

El mundo artístico del Renacimiento, alejándose de la vida, con­tinúa con distintas formas en las sutilezas del Seiscientos y los melindres de la Ar­cadia para concluir, en los melodramas de Metastasio, en una disolución de la palabra en la música: de todos modos, el gran pen­samiento del Renacimiento trae sus frutos en la «ciencia nueva» de Bruno, Campanella, Galilei y Vico, mientras la «nueva literatura» que surge como restauración de la verdad y de la naturaleza, y de la con­ciencia, tendrá sus expresiones más repre­sentativas en la obra de Goldoni, Parini, Alfieri y, a través de la poesía de Foscolo, nueva musa, como ya Petrarca y Tasso, de la transición entre dos edades, dos culturas y dos fes, en la nueva y última concilia­ción de ideal y real, pensamiento y fe, realizada por Manzoni. La Historia termina con una rápida y dramática reconstrucción del complejo trabajo político, cultural y li­terario de la primera mitad del siglo XIX: la nueva síntesis está truncada; aquel sis­tema «teológico – metafísico – político» que sostuvo a Italia en su lucha por la con­quista de la independencia y de las insti­tuciones liberales, se ha derrumbado; a la metafísica sigue la crítica, mientras con la poesía de Leopardi aparece nuevamente el «misterio»; es una disolución laboriosa y discorde aunque animada por un ansia creadora de la que saldrá la «literatura mo­derna». Sin embargo, esta literatura «su­pone una seria preparación de estudios ori­ginales y directos en todas las ramas de la ciencia, guiados por una crítica libre de prejuicios e impaciencias inquisitivas; y su­pone también una vida privada y pública, largamente desarrollada. Mirar a nuestro interior, a nuestras costumbres, a nuestras ideas, nuestros tópicos, calidades buenas y malas, convertir el mundo moderno en mun­do nuestro, estudiándolo, asimilándolo y transformándolo… Tenemos la novela his­tórica : nos falta la historia y la novela. Y nos falta el drama. De Giuseppe Giusti to­davía no ha salido la comedia: y de Giacomo Leopardi todavía no brotó la lírica. Nos sigue persiguiendo la academia, la Ar­cadia, el clasicismo y el romanticismo… Vivimos mucho sobre nuestro pasado y del trabajo ajeno. No hay vida y trabajo nues­tros. Y por nuestra presunción se vislumbra la conciencia de nuestra inferioridad. El gran trabajo del siglo XIX ha llegado a su término. Estamos asistiendo a una nueva fermentación de ideas que anuncia una nueva formación. Ya vemos dibujarse en este siglo al nuevo siglo. Y esta vez no tenemos que encontrarnos en la cola, en segundo lugar». Palabras, éstas, valientes y vibrantes, severas y augurales, que tam­bién pueden valer como la expresión más franca de la substancial inspiración ética que anima toda la Historia. Aunque no completamente aceptable en su canon historiográfico y en su principio interpretativo de la literatura italiana, la obra sigue re­sistiendo hoy día; es un conjunto orgánico y compacto y obra capital para los estudios críticos, lectura profundamente educativa y vivaz estímulo de vida mental.

D. Mattalía

*   El retorno a las investigaciones estricta­mente eruditas lo señala en Italia, en la atmósfera del llamado método histórico, la Historia de la literatura italiana publicada en siete volúmenes entre 1878 y 1889 por Adolfo Bartoli (1833-1894). La obra re­presenta la primera tentativa seria de una presentación orgánica de la materia desde un punto de vista histórico. Al autor le parece que ha llegado el momento de re­novar los estudios con dureza y sagacidad de método, abandonando las fáciles síntesis filosóficas y las polémicas sobre el valor de la poesía popular y la sinceridad de la obra creadora. Bartoli quiere empezar asentando las bases, y por tanto se detiene principal­mente sobre la literatura medieval y la prosa y poesía italianas de los orígenes. Trata luego ampliamente de la nueva lírica toscana, de Dante y Petrarca. La obra, in­terrumpida con este autor, se puede con­siderar completada, por lo que se refiere a Boccaccio, por los Dos primeros siglos de la literatura italiana, cuya publicación, em­pezada en 1870 por entregas, terminó en un volumen en 1880, e integrada por los Precursores del Renacimiento (de 1877).

Aparte de las discusiones polémicas que a menudo se entrelazan en las varias argu­mentaciones, la obra es un digno método de investigación ejemplar. Después de Tiraboschi y las claras síntesis de algunos ex­tranjeros, como Ginguené y Sismondi, apor­ta la contribución de una rica compren­sión psicológica de los distintos autores, y al mismo tiempo la comprensión histórica de una época y de las relaciones que con ella tiene la obra de un artista. Preciso en el juicio de los hechos, Bartoli trata de entender las razones de la poesía y cons­truir una interpretación orgánica de am­bientes literarios y problemas de gusto, apa­reciendo efectivamente como un autor re­presentativo de aquella tendencia que en­contró en el Carducci historiador de la li­teratura un fuerte defensor. Con Bartoli nació la escuela del llamado «método his­tórico», desde D’Ancona a Mazzoni: la mis­ma que acabó por contrastar vivamente (a menudo también a causa de equívocos e incomprensión de varios discípulos) con la doctrina de Croce y la estética de la in­tuición.

C. Cordié

*           Los dos primeros siglos de la literatura italiana de Bartoli iniciaron una gran colec­ción por entregas de la Casa Editorial Fran­cesco Vallardi: en la misma se publicaron en 1878 El Resurgimiento de Giosia Invernizzi (que va de 1375 a 1494), en 1880 la Historia de la literatura italiana en el si­glo XVI de Ugo Angelo Canello (1848-1883), El Seiscientos de Bernardo Morsolin, y la Historia de la literatura italiana de la mitad del Setecientos a nuestros días de Giacomo Zanella (1820-1888). Esta colección, amplia­mente difundida y renovada, es útil al especialista aunque dispersa la historia dirigiéndose más hacia la erudición que ha­cía una verdadera sistematización crítica.

Como Historia literaria de Italia fue com­pilada totalmente entre finales del Ocho­cientos y principios del Novecientos, con Los orígenes (v.) de Francesco Novati (1859- 1915) continuados y editados por Angelo Monteverdi (n. en 1886), El Doscientos de Giulio Bertoni (1878-1942), El Trescientos de Guglielmo Volpi (1865?-1938), El Cuatrocientos (v.) de Vittorio Rossi (1865-1938), El Quinientos de Francesco Flamini (1868-1922), El Seiscientos de Antonio Belloni (1868-1934), El Setecientos de Tullio Concari (1850-1922), El Ochocientos de Gui­do Mazzoni (1859-1943). Una tercera edi­ción de la colección se publicó en estos últimos años: mientras Bertoni, Rossi, Bel­loni y Mazzoni ponían al día sus volúme­nes, otros colaboradores se incorporaban a la colección: Antonio Viscardi (n. 1900) para Los orígenes (1939 y reimpr. en 1943); Natalino Sapegno (n. 1901) para El Tres­cientos (1934 y reimpr. en 1939); Giuseppe Toffanin (n. 1891) para El Quinientos (1929 y reimpr. en 1941); Giulio Natali (n. 1875) para El Setecientos (1929 y reimpr. en 1936); un nuevo tratado es el de Alfredo Galletti (n. 1872) para El Novecientos (1935 y reim­preso en 1939). Una compilación comple­mentaria de esta colección es la «Historia de los géneros literarios italianos», dividida entre varios colaboradores y todavía in­completa; a pesar de haber sido comba­tida en el terreno metodológico por el mo­vimiento estético inspirado por De Sanctis y encabezado por Croce, no ha dejado de dar sus frutos en el campo de la erudición y de las investigaciones particulares.

Es sabido que Benedetto Croce (1866-1952) no quiso nunca llevar a cabo una ver­dadera Historia de la literatura italiana, puesto que el famoso teórico de la Estética (v.) puso siempre de manifiesto la necesi­dad de tratar los temas por monografías y no en una verdadera historia. Sin embargo, escogiendo entre los muchos ensayos de Croce, dedicados a la literatura italiana, Floriano Del Secolo y Giovanni Castellano pudieron fácilmente preparar, en 1927, una amplia antología crítica de los escritos de­dicados por Croce a los autores italianos. Dispuesta cronológicamente, dicha antología se titula Poetas y escritores de Italia. La obra comprende algunas de las páginas más sutiles del crítico: presentando a persona­lidades como Leopardi, Galileo, Cuoco y discutiendo hasta sobre la cultura española en Italia en el Seiscientos y sobre la lite­ratura dialectal refleja, la obra ensancha los lindes de los tratados corrientes de un mo­do verdaderamente eficaz. Un desarrollo particular ofrecen, en un orgánico trabajo, los varios ensayos de La literatura de la nueva Italia, publicados entre 1914 y 1915: muy famosos por su posición polémica y por contener las primeras afirmaciones de la crítica italiana sobre D’Annunzio, Verga, Pascoli, Fogazzaro; sin embargo, en gene­ral, Croce ha examinado de cerca la am­plia y a veces olvidada producción literaria que va de la independencia al Novecientos.

A los cuatro volúmenes de dicha obra, ya publicada además por entregas en la Crítica, se añadieron dos más en 1939 y 1940: se presentan autores menores del mismo pe­ríodo, se confirman juicios anteriores o dis­cuten escritores más recientes, como Pirandello, Deledda, Gozzano, Panzini, Gaeta. Una notable altura de tono distingue, desde hace algún tiempo, muchos tratados de ca­rácter escolar; ejemplar es la Historia de la literatura italiana para uso de los Insti­tutos de Segunda Enseñanza, de Vittorio Rossi (1865-1938), crítico citado anterior­mente por su Cuatrocientos: publicada en 1900-1902 fue seguramente en sus numero­sas ediciones la más divulgada en las es­cuelas italianas. Es un manual sencillo y bien informado, aunque sin abandonar las posiciones de la crítica y en general el in­terés hacia la erudición, el autor acerca a los jóvenes a las figuras mayores y menores de la literatura, poniéndolos frente a las más seguras indagaciones científicas. De la Breve historia de la literatura italiana des­de sus orígenes hasta nuestros días, publi­cada en 1923 por Eugenio Donadoni (1870- 1924) son notables las páginas sobre Tasso, Foscolo y otros autores característicos. La obra, muy afortunada por su concisión y justeza de estilo, tuvo numerosas reimpre­siones, con adiciones de Francesco Flora y Giuseppe Villaroel para el período más reciente.

Una finura expresiva, con una clara valoración de la poesía, caracteriza la His­toria de la literatura italiana desde sus orí­genes a nuestros días de Attilio Momigliano (n. 1883), publicada al principio en 1933-35 y más tarde reunida en un volumen: pone de manifiesto en una refinada delicadeza de lectura la perspicacia y a la vez la singularidad de una posición crítica que de la interpretación psicológica y la investi­gación erudita se dirigió decididamente al comentario estético y la valoración del es­tilo. Teniendo en cuenta también la Historia de la literatura italiana, publicada en 1938 por Mario Sansone (n. 1903), como obra que ofrece los resultados de la más reciente crítica y una notable experiencia didáctica, hay que mencionar el Compendio de his­toria de la literatura italiana de Natalino Sapegno (n. 1901), crítico que ya recorda­mos por su Trescientos: tal obra, publicada desde 1936 a 1947, está especialmente des­tinada a las escuelas, aunque es rica en información y bien orientada desde el pun­to de vista historiográfico.

Mención aparte merecen los estudios críticos extranjeros, principalmente por la manera con que se acercan a la poesía y al espíritu de los autores italianos. Tras los testimonios ya citados anteriormente, hay que valorar de un modo justo la Historia de la literatura italiana [Geschichte der italienischen Literatur] de Adolf Gaspary (1849-1892), pu­blicada en Berlín entre 1884 y 1888, y que quedó incompleta en la mitad del Quinien­tos. La tradujeron Nicola Zingarelli y Vittorio Rossi en 1887-1891, con adiciones del autor. Es importante por su vivacidad de juicio y la agudeza de sus observaciones. Muy divulgada por su amplitud histórica y sus ilustraciones fue la Historia [Geschich­te] del alemán Berthold Wiese y de Erasmo Pércopo (1860-1928), publicada en Leipzig en 1899 y traducida al italiano en 1904. Más orgánica también por una propia concep­ción metodológica, que se acercó cada vez más a los principios críticos de Croce, es la Historia de la literatura italiana [Italienische Literaturgeschichte] del alemán Karl Vossler (n. 1872), publicada en Leipzig en 1900. A ella hay que añadir, del mismo autor, la Literatura italiana contemporánea, publicada en 1914 y en Nápoles, en 1916, en la traducción de Tommaso Gnoli: va «desde el romanticismo al futurismo», que comprende a Leopardi, Manzoni, Carducci, Fogazzaro, Verga, Pascoli, D’Annunzio, e ilustra sobre la renovación de la estética y la crítica literarias en la obra de Croce. Ofrecen una amplia información y a la vez se detienen con atención en las figuras de los autores y los movimientos espiritua­les la Historia de la literatura italiana [A History of Italian Literature], publicada en Londres en 1898 por el inglés Richard Garnett, y especialmente la Literatura italiana [Littérature italienne], publicada en París en 1906 por el francés Henri Hauvette (1865- 1935), muy penetrante en el examen de la poesía «literaria» correspondiente al cla­sicismo renacentista.

Digno de recuerdo es también el Panorama de la literatura ita­liana [Panorama de la Littérature italien­ne] de Benjamín Crémieux (1888-1944), pu­blicado en París en 1928; desde el último Carducci en la Ronda (v.) hasta los re­cientes movimientos literarios, el libro pre­senta, no sin ciertas deformaciones polémi­cas, los valores más significativos de las letras italianas del Novecientos. La inves­tigación de la literatura italiana tiene que ser entendida como un elemento histórico por parte del crítico extranjero: ya que de otra forma se le escaparía el significado de algunos movimientos espirituales y la pe­culiaridad de obras maestras de la poesía y pensamiento. Las mismas diferencias entre la cultura italiana y la francesa, dice Cré­mieux, plantean la necesidad de estudiar la cultura de Florencia o la de Nápoles en su autonomía, porque, frente a un París centralizador casi a la manera del siglo de Luis XIV o de Napoleón, los franceses no comprenden la importancia de la provincia en la formación de una cultura nacional. La característica de este Panorama estriba por tanto en el examen histórico de la re­acción premanzoniana, de la cultura y del triunfo de Carducci, y en la comprensión —-ajena a investigaciones de meras influen­cias literarias — del espíritu realista en la obra de Verga.

Junto a una literatura so­cial, ampliamente inspirada por la pro­vincia a través de los sufrimientos de los humildes, florecerá por contraste una lite­ratura psicológica y doctrinaria, desde Fogazzaro a Oriani; y si tiene ocasión de desarrollarse, en el nuevo interés para las dis­tintas regiones propio de la patria que acaba de alcanzar su independencia, una amplia aunque no intensa literatura dia­lectal, se ponen de manifiesto también ten­dencias de otras clases, ora nobles, ora bur­guesas, como se ve en las obras de D’Annunzio, Pascoli y Panzini. De Croce y del mo­vimiento de la Crítica (v.)’ a las luchas literarias y políticas de la Voce (v.) y, tras la experiencia de la primera guerra mundial, a las estilísticas de la Ronda (v.), Crémieux examina las distintas co­rrientes literarias hasta la obra de Piran- dello y de los contemporáneos, poniendo de manifiesto una vez más la necesidad de valorar la cultura italiana en la variedad de sus formas y sus posiciones.

C. Cordié

*   Es sabido que una historia literaria in­dica siempre, en un período histórico deter­minado, las posibilidades y las exigencias de una cultura. Por tanto no se puede pa­sar por alto, aun cuando resulte en ciertos pasajes algo difusa, la Historia de la lite­ratura italiana publicada, con muchas ilus­traciones, entre 1928 y 1932 por Giuseppe Zonta (1878-1939). Singular y significativa en la cultura contemporánea es la Historia de la literatura italiana de Francesco Flora (n. 1891), publicada en 1940-42: guiada por un refinado gusto de lector, se aplica a la valoración sincera de la poesía y del len­guaje literario de autores grandes y meno­res e interpreta con justeza las experien­cias del pasado. En esta realización, que representa el más digno esfuerzo historio- gráfico de la crítica literaria contemporánea, la parte que se refiere a los autores y co­rrientes literarias del Novecientos corre a cargo de Luciano Nicastro.

C. Cordié