Los Catálogos o Registra auctorum y los Dialogi sujper auctores, compilados por lo general por monjes, según el modelo de los antiguos «ad informationem scholarum», durante la Edad Media, se refieren sobre todo a los escritores religiosos cristianos o a los clásicos precristianos, sin que el elemento alemán — cuando existe — tenga relieve particular en ellos.
Los «excursus» de carácter crítico, insertos en algunas obras poéticas — como en el Tristán (verso 4.643 y sig.) de Gottfried von Strassburg (v. Tristán e Isolda) o en el Alexander (verso 3.093 y sig.) de Rudolf von Ems (v. Alejandro Magno) o en el «Epicedio» de Walther von der Vogelweide (v. Poesías) a la muerte de Reinmar—, más que por un interés histórico literario, se originaron gracias a un deseo particular de cada uno de los poetas de tomar, también teóricamente, posición dentro de su propio arte y de su propio tiempo. Más tarde, la orientación nacional polémica que el Humanismo (v.) tomó, hacia el fin del siglo XV, después del descubrimiento de la Germania (v.) de Tácito, hizo sentir vivamente la necesidad de recoger en una visión de conjunto el pasado literario de la nación; pero el De luminaribus, sive de viris illustribus Germaniae, que Johannes Trithemius, abad de Sponheim, compuso hacia 1490 con el impulso de Wimpheling, no es más que un confuso catálogo de noticias, a menudo desprovisto de todo sentido crítico, y, por otra parte, la evocación humanista de la historia de la poesía alemana que tenía que constituir una de las partes esenciales de la Germania Ilustrada (v.) de Celtis, no llegó nunca a escribirse porque la muerte precoz del «archihumanista» truncó el vasto diseño después de diez años de incansables investigaciones, propias y de sus grandes compañeros. A continuación, cuando las guerras de religión en que desembocó la Reforma (v.) comenzaron a debilitarse, y en un clima de humanismo renaciente pudieron volver a florecer los estudios, el problema más apremiante estaba representado por la nueva lengua plasmada por la fuerza creadora de Lutero; y las cuestiones gramaticales, métricas, estilísticas y los preceptos de una moderna poética, pasaron a primer plano: también en el Libro de la poesía alemana (v.) (1624) de Martín Opitz, que durante tanto tiempo fue considerado como modelo en su género, los escorzos de carácter histórico son siempre incidentales y en función de ejemplo para la preceptiva.
La investigación históricoliteraria quedó así sometida a la indiferenciada erudición enciclopédica que, con el nombre de «historia literaria» o de «polihistoria» se complacía en recoger noticias sobre todas las ramas de las letras y de las ciencias y durante más de dos siglos — desde la Bibliotheca Universalis (1545) de K. Gesner, hasta la segunda mitad del siglo XVIII — halló en el «repertorio biobibliográfico» su típica expresión: el propio Morhof — que aun antes, en la segunda parte de su Enseñanza de la lengua y de la literatura alemana [Unterricht von der deutschen Sprache und Poesie, 1682], había hecho objeto de información detallada también a los poetas y a la poesía — limitó por el contrario su atención a los clásicos antiguos y a los poetas modernos en lengua latina, cuando puso mano a sus obras mayores — Polyhistor sive de notitia auctorum et rerum commentarii (v.), 1688-1692 (pero cfr. la última edición de Schwabe de 1744 con las adiciones de Muhles, de Möller y de Fabricius) —; de los siete libros de la primera parte, que lleva el título Polyhistor literarius, cinco se refieren a bibliografía, educación lingüística, filología, oratoria: de poesía sólo se habla en el libro tercero sobre el «método de los ejemplos y de las citas» y en el libro séptimo sobre poética. La suma de conocimientos sobre historia de la poesía se había ido poco a poco acreciendo a través del tiempo, tanto, que ya en 1654 Karl Ortlob, en su breve Dissertatio de variis Germaniae Poéseos aetatibus, pudo señalar en la poesía alemana, desde el Medievo al Barroco (v.), cinco momentos sucesivos, cada uno con tendencias y caracteres propios.
A partir de entonces, hasta fines del XVIII, la idea de un tratado sistemático sobre la materia afloró cada vez más a menudo entre los estudiosos, especialmente en los círculos intelectuales próximos a Leibniz, y, más tarde, cuando Gottsched fundó la llamada «primera revista de Germanística» — Contribución a la historia de la lengua, poesía y elocuencia alemanas [Beyträge zur critischen Historie der deutschen Sprache, Poesie und Beredsamkeit, 1732-44]. Pero la Historia Poetarum Germanorum, anunciada por J. G. Eckhart, secretario de Leibniz, nunca vio la luz: el mismo Gottsched se limitó a un compendio bibliográfico de la «historia del arte dramático». La orientación bibliograficoenciclopédica de los estudios continuó, en realidad, prevaleciendo durante todo el siglo; y — prescindiendo de las muchas indagaciones fructuosas sobre obras y problemas particulares, con el ejemplo y bajo el impulso, entre otros, de Bodmer — las noticias sobre historia de la literatura continuaron distribuyéndose diseminadas en los numerosos «repertorios de erudición» tan del gusto de la época — cfr. los de B. G. Struve (1706; séptima edic. en tres volúmenes, 1754-63), K. A. Heumann (1718; 8.a edic. en 2 volúmenes, 1791-97), G. Stolle (1781; 4.a edic., 1736), J. Andreas Fabricius (1752-54), K. J. Bouginé (1789-1802, continuándose con el de Heumann, 5 vol. y dos volúmenes de suplementos), J. G. Meusel (1799-1800, 3 vols.) —. También en una obra de carácter expositivo como la de J. F. Reimmann que se presenta como Ensayo de una introducción a la historia literaria de los alemanes, tanto en la parte general como en la particular [Versuch einer Einleitung in die «historiam literariam» sowohl im allgemeinen als auch in die «historiam literariam» derer Teutschen insonderheit (6 vols., 1708-13), en la que se propone demostrar cómo en «re literaria» los alemanes tienen «die allermeisten Meriten»; las reseñas sobre la historia de la poesía alemana abarcan únicamente tres capítulos en los volúmenes segundo y tercero; y no de ellos, sobre todo, provienen las «reglas que — según el autor — la historia literaria nos muestra para iluminar nuestra inteligencia y mejorar nuestro espíritu».
Todavía a fines del siglo, en las adiciones historicoliterarias con que Blanckenburg completó su edición de la Teoría general de las artes bellas [Allgemeine Theorie der schönen Künste, 1792-1799], de Sulzer, las noticias sobre la literatura alemana están diseminadas en el tratado de cada uno de los géneros literarios; y también en los apéndices de la misma obra que en 1792-1806 una sociedad de doctos publicó con el título Caracteres de los más excelsos escritores de todas las naciones [Charaktere der vornehmsten Dichter aller Nationen, 8 vols.], la historia de la literatura alemana está confinada en una parte del tercer volumen y representada por una más bien pobre y árida exposición de J. K. Manso, el historiador y poeta cuyo «arte de amar» fue objeto de los dardos de Schiller en los Xenien. El mejor tratado desde el punto de vista del método — rico en datos sobre el material impreso y el manuscrito, exacto en las indicaciones, inspirado en un razonable sentido crítico — continúa todavía siendo, aun a fines de siglo, una bibliografía, ordenada en la primera parte cronológicamente y después por asuntos: el Compendio de la historia de la literatura alemana desde los tiempos más antiguos hasta la muerte de Lessing [Compendium der deutschen Literaturgeschichte von den áltesten Zeiten bis auf Lessings Tod, 1790, 2.a edic. en dos vols., 1795-98] de J. E. Koch. Eran, por lo demás, los tiempos en que Federico el Grande, en su escrito De la littérature allemande (1780) echando una mirada de través sobre la nueva gran poesía que surgía a su alrededor, sólo hallaba en ella «dégoûtantes platitudes»: en el espíritu cosmopolita del siglo, el orgullo alemán se concentraba — además de en la comprobada fuerza de las armas — en el «saber» más que en la poesía : la «verdadera poesía de los alemanes» — la de tendencias clasicistas y gusto rococó, que únicamente hallaba gracia entre los grandes creadores del ejército prusiano y los catadores de música de flauta — «todavía estaba por nacer». Se comprende por tanto cómo en la Historia de la literatura desde sus exordios hasta los tiempos más recientes [Geschichte der Literatur von ihrem Anfang bis auf die neuesten Zeiten, 1805-1811, 6 vols.] de J. G. Eichhorn, con el que la historiografía literaria del Iluminismo (v.) termina en Alemania, la literatura alemana ocupa sólo una parte del volumen cuarto: Eichhorn, gran orientalista, particularmente benemérito por sus estudios bíblicos, tiene — en lo referente a la historia literaria — mentalidad racionalista, resumiendo en ella — con la lucidez, seguridad y, a un tiempo también, limitación de sus juicios personales — la ideología de toda la época.
A una historia de la literatura alemana en el sentido moderno de la palabra se llega solamente en la primera mitad del siglo XIX: después de la nueva interpretación del clasicismo hecha por Winckelmann, y después también de la renovación de la crítica debida a Lessing, después de Herder — suscitador de nuevas ideas, precursor y apóstol —, después de Goethe y W. von Humboldt, después de los románticos; cuando el concepto abstracto del hombre, caro a la racionalidad de la Ilustración, se resolvió en el concepto nuevo de una «humanitas» ideal, que no existe en sí y por sí, sino que viene actuando en la realidad concreta de la historia, y al estudio de la historia se le abrieron nuevos horizontes y nuevas vías en profundidad, y en la crítica el examen externo de la obra poética fue substituido por la investigación sobre el completo proceso creador del que nace la poesía; y la propia poesía — considerada en su desenvolvimiento perenne de modos y estilos — apareció como la expresión de la personalidad del poeta y, también, del clima espiritual de su época, del alma de su pueblo. Al mismo tiempo, los románticos, expertos en los ya perfeccionados métodos de la filología clásica, los introducían, renovándolos con el estudio de las lenguas y de las literaturas modernas; las investigaciones lingüísticas y filológicas, de tan largo alcance, llevaron a resultados imprevistos que a veces parecieron revelaciones, tanto en el campo de la gramática histórica, como en el de los descubrimientos y la crítica de textos. Debían, sin embargo, transcurrir muchos decenios antes de que, a la luz de las nuevas ideas, el rico material descubierto pudiese recogerse en unidad de síntesis. La Historia de la poesía y la elocuencia desde fines del siglo XIII [Geschichte der Poesie und Beredsamkeit seit dem Ende des 13. Jahrhunderts, 1801-1819; a la literatura alemana se le dedica el vol. XII] de F. Bouterwek, con la que se inicia la historiografía literaria del siglo XIX, es efectivamente una obra que, bajo mil aspectos, ahonda todavía sus raíces en la estética y en las consideraciones historiográficas del siglo XVIII.
Bouterwek era uno de los hombres que poseen el «pathos» de la vida de las ideas sin la capacidad de llegar a un pensamiento propio: parte de Kant sin comprenderlo bien — tanto que Kant mismo, al leerle, se asombró de que sus abstrusas especulaciones «pudiesen tener atractivos para una ‘cabeza poética’» —, pasó después por la influencia de Jacobi y al fin no pudo resistir a las sugestiones del idealismo; y, como fácilmente ocurre en estos casos, echó todo el conjunto — según escribió Goethe — en un único «saco de buenas e indeterminadas intenciones»: los viejos conceptos de armonía, gracia, «como leyes de lo bello» van en efecto a la par en su estética, con la concepción de la poesía como «expresión», «revelación del infinito»; pero precisamente por eso, su obra resultó más fácilmente accesible, y, mientras que en alemania su influencia quedó limitada casi exclusivamente al campo de los hispanistas, fuera de Alemania, donde las nuevas ideas habían penetrado de modo a veces harto confuso y, sobre todo, desigual y a saltos, la obra constituyó la gran mina de informaciones literarias que todos explotaron: también en Italia, el gran uso que muchos hicieron de ella — desde Berchet a Scalvini, al joven Mazzini — fue una de las razones de la escasa intimidad de contactos que con frecuencia se ha revelado entre el Romanticismo (v.) italiano y el alemán. No a Bouterwek — ni a la Historia y crítica de la poesía y de la elocuencia alemanas [Geschichte und Kritik der deutschen Poesie und Beredsamkeit, 1805] de F. Horn, obra vaga e inconsistente, romántica, pero convencional, y mucho menos a una obra posterior del mismo autor sobre la Poesía y elocuencia de los alemanes después de Lutero [Die Poesie und Beredsamkeit der Deutschen von Luthers Zeit bis zur Gegenwart, 4 volúmenes, 1822-29], notable por algunas valoraciones críticas de autores sueltos del 1700, como Hamann — debe recurrir el que quiera conocer en qué perspectivas se les apareció a los románticos alemanes la literatura nacional, sino a las lecciones que sobre este asunto dio A. W. Schlegel en la Universidad de Bonn en los años 1818-19, encontrándose entre el auditorio Heinrich Heine [cfr. Geschichte der deutschen Sprache und Poesie, ed. de J. Körner en el Deutsche Literaturdenkmale des 18. und 19. Jahrhunderts, vol. 147, 1913] : las ideas no son enteramente las mismas que le habían inspirado en 1803-1804, en Berlín, las «revolucionarias y atrayentes» lecciones «sobre la bella literatura y sobre el arte» (v. Cursos sobre Literatura y sobre Arte): el tono misticofilosófico en que las nuevas ideas se presentaban envueltas, en parte se ha disipado y no pocos conceptos particulares que en aquel tono tenían su necesaria atmósfera han venido a menos : en el largo hábito de existencia al lado de Madame Staël, el pensamiento estético y crítico se expone sobre una base menos mística, menos lírica y más racional, casi puramente historicoliteraria, según una evolución de la que surgen las huellas en el Curso sobre el arte dramático (v.) : el antiguo, elocuente y elegante heraldo del «verbo romántico» se ha convertido ahora en filólogo y profesor de filología: quedan, sin embargo, las grandes directivas; quedan también frente a triunfantes concepciones nuevas, por ejemplo, frente a J. Grimm, que apoyándose en Herder buscaba en el «pueblo» al creador de la epopeya y de la poesía popular y que mantuvo firme el principio del origen individual de toda poesía.
Para la historia de la historiografía romántica en alemania, las lecciones tienen por eso notable importancia, especialmente cuando se integran con la parcialmente distinta visión de la historia de la poesía alemana, que pocos años antes había delineado, ya en el espíritu de la inminente Restauración, el «hermano convertido» Friedrich Schlegel en su Historia de la Literatura antigua y moderna (v.): el espacio reservado a la poesía alemana es en ella naturalmente limitado, pero el tratado es históricamente interesante por el nuevo acento que muchas ideas románticas del Athenaeum (v.) vienen a tomar para salvarse y «aclimatarse» a la nueva dirección espiritual del autor. Casi a la vez, el espíritu patriótico, del que toda alemania estuvo empapada durante la’ guerra de liberación, hallaba también su expresión en una historia de la literatura: las Lecciones sobre la historia de la Literatura alemana [Vorlesungen über die Ges- chichte der deutschen Literatur, 2 vols., 1818-19] de L. Wachler, que era sobre todo un historiador — particularmente versado en los estudios de la historia de la historiografía—, pero que ya había dado pruebas de su robusto sentimiento nacional como pretor de la Universidad de Marburgo durante la ocupación francesa y, llamado a Breslau en 1816, tomó ocasión de un curso de lecciones historicoliterarias para elevar un himno a su pueblo: la información es sólida, obtenida directamente del conocimiento de los textos, y el juicio sobre las obras particulares es el de un hombre «al día», que tiene sus ojos puestos en las literaturas de los otros pueblos — entre sus escritos más notables se encuentra también un Manual de la historia universal de la cultura literaria [Handbuch der allgemeinen Geschichte der literarischen Kultur, 1804- 1805; 3.a edic. ampliada a cuatro volúmenes en 1833] —; pero tanto en la perspectiva de conjunto como en el desenvolvimiento de análisis e interpretaciones — además de en las turgencias oratorias del estilo — la pasión nacional se revela por todas partes como la verdadera razón de ser de la obra.
Es, por decirlo así, una historiografía literaria puesta al servicio del «espíritu de los tiempos». Tal es también — si bien desde un punto de vista filosófico y político — la interpretación de la historia de la poesía alemana que da el Manual de historia general de la Poesía [Handbuch einer allgemeinen Geschichte der Poesie, 3 vols., 1832-33] que el futuro primer biógrafo de Hegel, Karl Rosenkranz, compuso a los veintisiete años — en la época de los juveniles entusiasmos idealistas y de los nuevos entusiasmos hegelianos — y que Francesco de Sanctis tradujo durante su larga prisión en las cárceles de Castel dell’Ovo (la traducción apareció anónima en Nápoles, en 1853): Rosenkranz quiere tratar en ella «la historia interna de la poesía», y, según el ritmo tradicional de la dialéctica hegeliana, trata de captar en su desenvolvimiento los sucesivos «momentos ideales» en los que viene actuando paso a paso la historia de la poesía: sugestivos apuntes sueltos no faltan, y ello explica el interés — no excesivo por otra parte — de De Sanctis: lo que a menudo falta es la experiencia literaria directa, el contacto personal con la poesía concreta de los textos examinados; la crítica por eso vale poco y la obra en su conjunto puede hoy atraer la atención sólo como «producto típico» de la primera difusión del hegelismo en los estudios literarios.
Por otras razones, en medida todavía mayor, tiene también relieve puramente historicodocumental la Historia de la literatura alemana [Geschichte der deutschen Literatur, 4 vols., 1839-40], que el batallador corifeo de la «Joven alemania», Heinrich Laube — en el idílico «lugar de confinamiento» que le había sido asignado por la policía, en Pückau, entre un paseo «en el más bello jardín de Europa» y un ocio bienaventurado en la biblioteca del príncipe Pückler —, escribió para consuelo de sus jornadas mientras que, aun en aquella «luna de miel en domicilio croata», su cabeza continuaba siendo «toda un tumulto de movimientos libertarios en todos los campos, desde la moral a la estética y la política»: la obra que nació refleja por supuesto— tanto en la substancia como en el estilo que un su biógrafo y apologista definió «salopp» — este caos interior: toda la segunda parte, hasta Lessing, es de segunda mano: desde Herder en adelante, la lectura directa de muchos textos es causa de una mayor consistencia; pero predilecciones románticas aún no periclitadas se mezclan con el nuevo gusto realista y con la ten- denciosidad política, de tal modo que el juicio crítico, donde no es convencional, deja una impresión de arbitrariedad, aun cuando recoge bien el sentido: sólo tiene interés actual el volumen cuarto, en el que — siendo el autor parte «in causa» — la exposición histórica está completamente mezclada e imbricada de polémica, pero precisamente por esto tiene valor de testimonio directo.
Y carácter análogo — si bien fundada sobre una doctrina bastante más sólida y escrita con un tono habituado a las afirmaciones recias y netas y a la palabra tajante — tiene también la Poesía alemana desde los tiempos más antiguos a los tiempos novísimos [Deutsche Dichtung von der ältesten bis auf die neueste Zeit, 3» vols., 1858-59] de W. Menzel, el polemista nato que sabía pensar sólo «con la punta de la espada» y que combatió siempre contra todo y contra todos, así contra Goethe («el gran corruptor») como contra Börne y Heine, así contra Hegel como contra los «ya compañeros de batalla» de la «Joven alemania», sin medir jamás los golpes, si bien éstos terminaban cayendo contra él mismo: ya a los treinta años levantó gran revuelo con la agresiva violencia de su panfleto en dos volúmenes: La literatura alemana [Deutsche Literatur, 1827; 2.a edic. en cuatro volúmenes, 1836; trad. de G. Basevi, 1831], en el que, con impetuoso espíritu iconoclasta, sometió a despiadados y a menudo a demoledores análisis críticos la literatura de los tres primeros decenios del siglo: ahora, en la nueva y más vasta obra, recogió en torno a los residuos de aquella polémica y con las mismas tendencias cristianogermánicas, con la misma posición antitradicionalista y antiburguesa, sus juicios sobre toda la literatura alemana; pero los propios juicios, como formulados con agudas observaciones y con fuerza expresiva, están a menudo determinados por razones que tienen poco que ver con el arte: el presente entra dentro de la visión del pasado y la conturba con la proximidad de sus pasiones y con la intransigencia de sus ideologías literarias, morales, socialpolíticas; y a la obra — especialmente en la segunda parte — se recurre a veces todavía hoy, pero, sobre todo, por los muchos resúmenes y trozos de novelas y dramas ya olvidados que Menzel insertó como última estratificación de las muchas lecturas hechas durante sus trabajos cotidianos como redactor del «Literaturblatt».
En conjunto, la obra es una tardía — y un tanto desordenada — «batalla romántica», en la que el Romanticismo está ya todo mezclado con motivos que le eran originariamente extraños; y en tanto el Romanticismo auténtico — el Romanticismo de «estricta observancia» — está casi a veinte años de distancia del tiempo en que Enrique Heine había creído recoger «el último canto libre del bosque» sonriendo a las danzas del oso Atta Troll (v. Atta Troll), elevaba con imperturbable pureza de acentos, en el terreno historicoliterario, su «canto del cisne»: con la Historia de la literatura poética de alemania [Geschichte der poetischen Literatur Deutschlands, 2 vols., 1857; el 2.° vol. había aparecido ya en 1846 con el título Zur Geschichte der neueren romantischen Poesie in Deutschland: la nueva edic. de la obra completa por W. Kosch, 1906] de José von Eichendorff: el poeta que en las noches de luna veía «al Señor caminar sobre las cimas de los montes» da a sus ideas románticas una entonación religiosocatólica, y no rehúye, cuando llega el caso, alguna intención polémica, especialmente en la dirección de la Literatura poética alemana después de Klopstock y Lessing [Deutsche poetische Literatur seit Klopstock und Lessing, 1841; 2.a edic. en dos vols., 1847-49] del protestante H. Gelzer; pero se trata de una polémica señoril y velada, de fondo; la obra entera, llevada con mano ligera en la prosa melodiosa grata al autor de las páginas Episodios de la vida de un holgazán (v.), es la evasión del poeta a un mundo siempre lejano pero más en armonía con su espíritu, más en correspondencia con la atmósfera de su alma sensitiva y soñadora: en la segunda parte, los perfiles de los poetas románticos, desde Novalis a Arnim, a Brentano, a Chamisso, se afianzan, por decirlo así, el uno con el otro en una galería de «espíritus familiares» de que el poeta se rodea en medio de su creciente soledad.
Toda la rápida y a menudo, tumultuosa evolución del siglo se refleja así, directamente, dentro también de la historiografía; y si desde un punto de vista científico no es posible considerar sin reservas las obras singulares, ellas constituyen, sin embargo, en conjunto, una prueba de vigorosa vitalidad. Es la gran vitalidad de la época en que Wagner devolvía a alemania, modernizada en sentimientos y pensamientos, la leyenda de los Nibelungos, y los grandes historiógrafos, desde Ranke a Mommsen, reconquistaban el pasado para la conciencia moderna, reconstruyéndolo en obras monumentales, y rápidamente maduraban las fuerzas que la mano de hierro de Bismarck guiará a la consecución de la unidad del Reich. También los estudios filológicos de método severo participaron naturalmente en tan potente voluntad constructiva. Pasado el período romántico heroico de los «grandes descubrimientos» — ligados a los nombres del lingüista F. Bopp, de los hermanos Grimm, de K. Lachmann —, la germanística consolidó, en efecto, en este tiempo, por obra de toda una serie de filólogos de gran doctrina y de comprobadísima experiencia crítica — desde Wackernagel a Haupt, a Bartsch, a Müllenhoff — sus fundamentos científicos. Ocurrió así que, entre 1820 y 1860, en tanto que la nueva literatura volvía sus ojos al pasado para buscar en él la justificación ideal de sus propias tendencias, todos los estudios de filología germánica sufrieron una profunda renovación — junto a numerosísimas investigaciones particulares cuyos resultados han sido en gran parte adquisiciones para la ciencia —, aparecieron también las primeras «Historias generales de la literatura alemana», inspiradas en los nuevos métodos, tales que todo germanista las considera todavía hoy, por varios motivos, entre los indispensables «instrumentos del oficio».
Entre 1835 y 1840 apareció la primera edición de la Historia de la literatura poética nacional de los alemanes [Geschichte der poetischen Nationalliteratur der Deutschen; 2.a edic. con el título Geschichte der deutschen Dichtung, 1840-44; 5.a edic. de Bartsch, 5 vols., 1871- 1874] de G. Gervinus. Es más la obra de un historiador y de un político que de un literato: las creaciones de la fantasía están sobre todo consideradas como una prueba — «como la más viva prueba» — dé la época en que se compusieron; la personalidad de los poetas está vista en función de su participación en la vida de su pueblo y de su tiempo, juzgadas con referencia a la «idea histórica» que actúa en su tiempo y en su pueblo; y la fe liberal en el progreso perenne de las ideas de «libertad» y de «nación» es el substrato común hacia el que la interpretación de cada uno de los momentos históricos y de cada una de las personalidades converge constantemente. Aquí no se hace propiamente la historia de la poesía, sino la historia de los fondos espirituales de que la poesía ha sido expresión y de la actitud eticopolítica de las personalidades que la han creado. Pero dentro de estos límites, el resultado alcanzado fue nuevo y de gran importancia.
Hombre todo de una pieza — fue uno de los «siete de Gottinga» que sacrificaron su cátedra a la defensa libre de sus ideas —, Gervinus reviste la materia con la plenitud de su propia pasión y, en ocasiones, no calla tampoco su resentimiento contra los poetas que tantas veces y en tantas circunstancias, según su modo de ver, habrían también podido y debido «comportarse de otra manera» (si Goethe y Schiller representan la «cúspide de la poesía» el único poeta verdaderamente «según el corazón» es Lessing); pero, contemporáneo de Ranke, Gervinus es también siempre consciente de que «el historiador debe conservarse sereno e imparcial, sin alejarse nunca de la verdad aun cuando su corazón, dentro de él, proteste»; y, como fundamentó sus «construcciones» sobre un vasto dominio del material historicocrítico como ningún historiador de la literatura alemana lo había hecho nunca, ocurrió que, por lo menos teóricamente, está convencido de que «las ideas no deben ser aplicadas desde el exterior a la investigación histórica, sino que deben emerger espontáneamente de la propia investigación como fuerza inmanente de la propia realidad examinada». Con tales procedimientos, la unidad y continuidad de las tradiciones literarias alemanas resalta con toda evidencia; y salvo algunos esquematismos — como el de la alternativa entre los períodos de «fondo sensual» y períodos de «impulso espiritual» que se han verificado en alemania, hasta que con los clásicos de Weimar, sensualismo y espiritualismo se integraron en unidad de armónico equilibrio — pueden aparecer forzados en su mecanismo simplista, en conjunto, el desenvolvimiento de la literatura se inserta realmente con vigor, como fuerza viva y dominante, en la totalidad del devenir histórico del pueblo. Tanto en sus aspectos positivos como en los negativos, la obra es tal que pudo durante decenios ejercer influencia formativa sobre la historiografía literaria posterior.
Entre sus aspectos negativos — además del fundamental de una indiferencia ostensible para los valores estéticos — está también el escaso interés por los problemas y por las posibilidades de la filología, lo que sobrepasa la pura hermenéutica de los textos: un correctivo en tal sentido y un complemento a Gervinus está representado, sin que el autor se lo propusiera, por el casi contemporáneo Compendio de la historia de la Literatura nacional alemana [Grundriss der Geschichte der deutschen Nationalliteratur, 1827, 4.a edic. del autor y muy ampliada, 3 vols., 1847-55; 5.a edic. ampliada y en parte reelaborada por Bartsch, 4 vols. más un volumen de índices, 1872-73] de A. Ko- berstein. En su origen fue pensada como manual escolar; después, el material creció de tal modo en las manos del autor que a pesar de la ampliación de la idea original, no pudo completarla en los límites pensados y se difundió en un sinfín de notas que dejan pequeño al tratado principal. Evidentemente no es, y tampoco pretende ser, una obra de síntesis: es una colección diligente y minuciosa y una exposición sistemática a la vez de una «puesta a punto» del estado de los estudios en el momento en que se escribió el Compendio. Indicación de las obras y de las ediciones, crítica de los textos, cuestiones de métrica, análisis de las formas poéticas, historia de la estética y de la crítica, historia de la lengua, formación de escuelas y relación de éstas entre sí, relaciones con la literatura extranjera, etc.: con un cuidado preciso y minucioso se examinan todos los problemas. Está distribuida por épocas y, dentro de cada una de éstas, por géneros literarios, lo que no sólo rompe la continuidad histórica, sino que a menudo obliga a recurrir a los índices finales para reunir los dispersos estudios sobre los escritos de un mismo autor. El mérito de la obra consiste en la honradez y en lo «cuidado» del trabajo, en la objetividad y la exactitud de la información; aún hoy, todo germanista recurre a ella útilmente.
Como se había formado en la escuela de J. Grimm y de Lachmann, Koberstein no era medievalista; la máxima riqueza de datos se refiere a la literatura moderna del siglo XVII en adelante — especialmente el siglo XVII y la época romántica—: pero la deficiencia, para las épocas más antiguas, se ha remediado en la edición de Bartsch — particularmente en el volumen segundo de la edic. sexta, único publicado —. Otro compendio, para la época más antigua — hasta el siglo XVI —, está constituido por la Historia de la literatura alemana [Geschichte der deutschen Lite- ratur, publicada en 1848-55, con un suplemento editado por E. Martin, 1872-; 2.a edic. corregida por el mismo Martin, añadiendo una segunda parte que amplía el tratado desde la guerra de los Treinta Años hasta la segunda mitad del siglo XIX, 2 vols., 1879-1896] de W. Wackernagel, el cual tenía un temperamento de filólogo bien distinto del humilde, atento, laborioso maestro de alemán en el gimnasio de Pforta. Discípulo predilecto de Lachmann, tan experto en letras clásicas como en antigüedades germánicas, en historia del arte y de las costumbres, personalidad vigorosa y polifacética, pero científicamente disciplinada, Wackernagel no sólo conoce, sino que domina todo el material entonces conocido y lo interpreta y lo valora según un juicio propio, con frecuencia original. Sin embargo, tampoco su obra es de síntesis: la visión de conjunto consiste en un esquema del desarrollo histórico, dentro del cual el tratado de cada escritor y de las cuestiones particulares ocupa siempre el primer plano: es verdaderamente, hasta por su estructura interna, la conclusión expositiva de su Crestomatía alemana [Deutsches Lese- buch, 3 partes en 5 vols., 1835-43; el primer volumen en 5.a edic., 1876; el segundo y tercer vol. en 3.a edic., 1876] que por lo menos en lo que se refiere a la literatura anterior al 1500, por la abundancia de textos, la excelencia de la selección, la validez de la edición crítica, la justeza de las interpretaciones y de los juicios, fue, en su tiempo, considerada como magistral.
Durante decenios, hasta fines del siglo, la Crestomatía y la Historia de la literatura — que, por otra parte, para cuestiones singulares todavía son interesantes hoy — constituyen en efecto la mejor «introducción al estudio de la poesía medieval». Casi al mismo tiempo, se venía concretando otra obra que, a su vez, resultó sobre todo preciosa para la historia de la literatura moderna a partir del Humanismo y que, con sus nueve ediciones, constituye hoy el punto de partida para toda investigación historicoliteraria: el Compendio para la historia de la poesía alemana [Grundriss zur Geschichte der deutschen Dichtung], vols. I y II, 1856-59; vol. III, 1862-1881 hasta cerca de la muerte de Goet- te; 2.a edic., 3 vols., hasta la guerra de los Siete Años, 1884-87; continuada después de la muerte del autor por especialistas bajo la dirección de E. Goetze, vols. IV- XII, 1893 y sig., pero los dos últimos volúmenes todavía están en parte en curso de publicación; para el vol. IV — en el que está contenido el tratado sobre Goethe, en la reelaboración de H. Kipka — conviene consultar la 3.a edic. publicada en cuatro partes (1901-16) de K. Goedeke. Poeta menor, de nobles y delicados sentimientos, discípulo de J. Grimm — tan devoto a éste que, cuando el maestro fue destituido de su cátedra a causa de sus ideas políticas, no sólo interrumpió, sino que abandonó definitivamente sus estudios universitarios —, luego periodista, compilador de antologías, monografías, estudios varios, por propio gusto y por las necesidades de la vida, Goedeke halló su camino cuando, retirándose a Celle, su ciudad natal, con su hermosa colección de libros — en 1858 tuvo que venderla para hacer frente a necesidades económicas —, concibió la idea de una bibliografía de toda la literatura alemana, hecha con criterio científico, con materiales de primera mano y ordenada históricamente.
Tenía en parte antecedentes: además del Compendio de Koch (v. s.), la Filología alemana en compendio [Deutsche Philologie in Grundriss, 1886] de Hoffmann von Fal- lersleben; mucho material había sido ya recogido por Graesse en el conocido manual bibliográfico: Historia general de la literatura de todos los pueblos conocidos [Lerh- buch einer allgemeinen Literaturgeschichte aller bekannten Vólker der Welt, 4 partes en 7 vols., 1835-1859]. Pero la novedad consiste en el método y en los finales de la obra, que está completamente libre de los esquemas puramente bibliográficos de sus predecesores, tratando de dar — a través de las sucintas biografías y de los títulos de las publicaciones y de su agrupación en períodos bien definidos — una verdadera sistematización histórica de la materia. No se trataba sólo de recoger y de ordenar fichas según un criterio particular preestablecido; se trataba de utilizar directamente las fuentes — «nach den Quellen», dice precisamente no sin un «modesto sentimiento de orgullo» el subtítulo —, de considerar a las propias fuentes de modo crítico en su individualidad específica y en la sucesión histórica y de acertar, a través de los datos biográficos y de las indicaciones de las obras, con la fisonomía esquemática de cada autor particular, fijando el lugar que éste ocupa en la época a que corresponde. Fue un trabajo paciente, de beni^ctino, al que Goedeke dio cima solo, infatigablemente, durante treinta y dos años; pero los resultados fueron de alcance • imprevisto: no sólo hicieron luz sobre gran cantidad de escritores olvidados, y no todos de segundo orden, sino que períodos enteros e importantes corrientes de poesía aparecieron con una riqueza y una complejidad de la que antes no se tenía ninguna idea. La historiografía literaria alemana tuvo, gracias a ésta, conciencia de sus lagunas y se encontró frente a nuevas metas y nuevos horizontes: la historia del Humanismo, la del drama y la de la poesía popular en la época de la Reforma, la de la lírica de arte en el 1600, etc., se fundamentaron sobre nuevas bases.
Ningún reconocimiento podía ser más grato a Goedeke que el de una generación entera de doctos, que empleó voluntariamente su trabajo para que su obra fuese continuada y puesta al día en relación con los resultados siempre nuevos de los estudios. También en sus continuadores, el tono dado por Goedeke a sus biobiblio- grafías — nombre del autor, biografía, resumen de sus estudios biográficos y críticos, resumen de sus obras en el orden de la fecha y de la publicación — a pesar de alguna inevitable modificación y de alguna subdivisión ulterior en razón de la sobreabundancia del material, ha quedado sustancialmente intacta y, dentro de los límites cronológicos alcanzados hasta ahora, el Compendio — debe consultarse en la segunda edic. y para el volumen IV en la tercera, completando la fecha de publicación de cada volumen en adelante, con las indicaciones bibliográficas de los Resúmenes anuales para la historia de la literatura alemana moderna [Jahresberichte für die neuere deutsche Literaturgeschichte, 1891- 1935] y, después de 1935, con los registros bibliográficos de las revistas «Euphorion» y «Literaturblatt für romanische und germanische Philologie» — constituye para todo estudioso un indispensable y cotidiano instrumento de trabajo y una fuente inagotable de noticias, como no existe en ninguna otra literatura moderna. Pero esta misma obra fue también fecunda desde otro punto de vista, por la revisión de los métodos que con rápido ritmo se fue realizando.
Por una parte, H. Hettner — en su Historia de la literatura del siglo XVIII [Literaturgeschichte des XVIII Jahrhunderts, 1856-1870; 3 partes, de ellas la tercera en 5 volúmenes se ocupa de la literatura alemana y ha sido publicada de nuevo en 4.a edic. por O. Harnack en 1913] —volviendo a la literatura de gran tradición de estudios de historia del arte, superaba fácilmente tanto las angustias de una filología entendida como fin en sí misma, cuanto los peligros del «naufragio de la literatura en la política» y, partiendo de la valoración preliminar de lo que el siglo XVIII había tenido de vital en la literatura y en el pensamiento, mostraba en un vasto cuadro la historia espiritual y literaria de la época, con tal claridad de perspectivas y con juicios tan equilibrados, que la obra, a pesar de tantos estudios nuevos como se han hecho en los decenios transcurridos desde su publicación, nada ha perdido de su valor; por otra parte, el filósofo R. Haym, en su Escuela romántica [Die romantische Schule, 1870; 4. a ed. cuidada por Q. F. Walzel, 1924], reaccionaba contra lo abstracto de la historiografía literaria de la tardía escuela he- geliana, mostrando el indisoluble ligamen de la «idea» con los individuos que son sus representantes y sus intérpretes, y — aun limitando la investigación a los primeros románticos y aun careciendo del pleno consenso interior a la materia que en aquel mismo año inspiraba a Dilthey el primer volumen de su Vida de Schleiermacher [Schleiermachers Leben, 1870; 2.a ed. cuidada por E. Mulert, 1922]—fijaba la génesis del pensamiento estético y del gusto poético de los románticos con tal perspicacia y lucidez de análisis, que ningún investigador del Romanticismo alemán ha podido por menos, ni puede, de dejar de tener siempre presentes sus conclusiones.
Al considerar todo esto y teniendo también en cuenta las demás obras que, con el incesante progreso de las investigaciones, están olvidadas ahora pero que, sin embargo, representan para su tiempo una aportación positiva a los estudios, bien sea por el interés del tema o por la seriedad de preparación demostrada al afrontarlo — como la Historia de la poesía alemana con vistas a sus elementos antiguos [Geschichte der deutschen Poesie nach ihren antiken Elementen, vol. 2, 1854- 1856] de L. Cholevius, romántico enamorado del clasicismo, que en la relación entre los dos elementos vio la dialéctica propia de la historia del espíritu alemán, o como el Manual de historia de la literatura ale* mana [Handbuch der deutschen Literaturgeschichte, 1847; pero el título engaña; sólo la parte más antigua está ampliamente tratada] de L. Ettmüller, romántico enamorado de la Antigüedad germánica, que persigue los elementos de las antiguas sagas en todas sus ramificaciones alemanas, nórdicas y anglosajonas, por lo que pudo ofrecer motivos hasta al propio Wagner — y cuando por fin se tenga en cuenta el hecho de que para la literatura más reciente, a la que siempre es muy difícil señalar un puesto dentro de la perspectiva histórica, ya habían sido intentadas las primeras sistematizaciones en historias literarias ricas en datos, como la Literatura nacional alemana en la primera mitad del siglo XIX [Die Deutsche Nationalliteratur des 19. Jahrhunderts, 1881; 7.a edic., 1901] de R. Gottschall, el poeta, novelista, dramaturgo y crítico «para las personas cultas» nunca saciado de escribir y mucho menos de leer — se comprenderá fácilmente que en estos decenios se determinó el florecimiento de historias literarias de carácter divulgador, algunas de las cuales — a través de continuas reelaboraciones y adiciones — han conservado gran difusión hasta el tiempo presente.
La primera, y no sólo en orden del tiempo — en cuanto a otras que no tienen carácter propio, como la de Scháfer (1842) y la de Oeser (1844), bastará un simple recuerdo — es la Historia de la literatura nacional alemana [Vorlesungen über die Geschichte der deutschen Nationalliteratur, 2 vols., 1845; 2.a edic. con el título Geschichte der deutschen Nationalliteratur, 2 vols., 1848; reelaboración de Wackernagel, 1875; y de Goe- deke, 1877, continuación de A. Stern, 1884; última edic. puesta al día de H. Lóbner y de K. Reuschel, 1911] de A. Vilmar, cuya característica particular es que lleva, en conjunto, la impronta evidente de una acusada personalidad: mentalidad de teólogo y de hombre de una pieza, impetuosamente opuesto a todo compromiso y a toda medida, Vilmar sintió también en la juventud el canto de la «Sirena liberal», pero de ella conservó tan sólo la idea romántica del pueblo y la tendencia nacional; y, en vísperas de 1848 — en medio de las duras batallas en que se empeñó «al servicio de Dios en los cielos y al de las autoridades legítimas en la tierra» — su Historia de la literatura fue, desde un punto de vista cristiano protestante, una posición resuelta del «hombre de orden» amante de la patria, para las obras de poesía de su propio país. Los problemas históricos y filosóficos están ausentes, o, por lo poco que se transparenta inevitablemente, están considerados como resueltos y hasta los juicios críticos son perentorios — véanse, por ejemplo, las reservas hacia Schiller y los entusiasmos por Klopstock —. Pero precisamente esta sencillez — unida a la frecuente conmoción pateticooratoria del estilo de aquella especie de fascinación siempre propia de todas las intransigencias — aseguró al libro una vastísima resonancia: durante tres cuartos de siglo, hasta muy tarde en la era guillermina, grandes sectores de la «burguesía bienpensante» contemplaron en ella como en un espejo su propia satisfacción «que parecía nacional», la propia satisfecha espiritualidad protestante, además de sus propias y tenaces inclinaciones conservadoras.
Naturalmente que el sector católico no anduvo parco en oponer reparos: y, después de un primero y sucinto manual de Brugier (1865; 12 edic. por F. M. Harms, 1911) robustecido y corregido en ediciones sucesivas — apareció la Historia de la literatura alemana [Geschichte der deutschen Literatur, 1866; reelaboración de F. Brüll y de J. Seeber, 1887-89; de A. Salzer, 1897; reelaboración y continuación de M. Ettlinger, 2 vols., con ilustraciones, 1915] de W. Lindemann: literato y editor, arcipreste y hombre de acción, miembro del Centro Católico en el Parlamento prusiano, también Lindemann era hombre de sólidas y resueltas convicciones, pero de modos más persuasivos, y puso en su tratado sus reservas sobre las «cosas del otro partido», pero sin forzar la mano, y llevó el agua a su molino sobre todo donde la materia — del Medievo al Barroco y a la época romántica — le ofrecía ocasión para reivindicar para la alemania católica sus virtudes creadoras. Para personas menos preocupadas desde el punto de vista religioso, y deseosas de «hacerse una cultura sin demasiados quebraderos de cabeza» proveyó a su vez con la Historia de la Literatura alemana [Geschichte der deutschen Literatur, 2 vols., 1879; 32 edic. aumentada por K. Kinzel, 1910; 37 edic. aumentada y completada por P. Weiglin, con ilustraciones, 1929] de R. König, que fue durante 25 años director de una conocida «revista para familias» titulada «En casa» [«Daheim»] y ofreció a la masa de sus caseros lectores lo que éstos necesitaban: una exposición sencilla, llana, discursiva, un poco anecdótica, con muchos análisis, muchos resúmenes y un poco de emoción, y también con inexactitudes que le fueron debidamente vituperadas y que fueron eliminadas en las ediciones sucesivas.
Más elevada, para el hombre de sólida cultura aunque no especialista, que exige algo más concreto en que «hincar el diente» trató de ofrecerle al mismo tiempo una historia literaria y una crestomatía, con su Historia de la literatura con trozos escogidos de las obras de los más excelentes escritores [Geschichte der deutschen Literatur mit ausgewählten Stücken aus den Werken der vorzüglichsten Schriftsteller, 3 vols., 1851-59, añadiendo luego un 4.° vol. en 1871, 8.a edic., 1892]. Heinrich Kurz, el maestro de alemán de Michelet y de Saint-Marc-Girardin que, después de sus brillantes inicios como sinólogo y de azarosas peripecias, debía terminar como tranquilo y laborioso bibliotecario provincial de Aarau: era un modesto pero a su modo auténtico docto: la impresión que su obra produce es la de haber sido compuesta sobre todo para él, para satisfacer la alegría de tener a mano los textos que le eran más queridos y de contemplar a su gusto los perfiles de sus autores, perfiles que diseñó con amorosa exactitud y con abundancia de detalles, añadiendo también el perfil físico en bellos grabados en madera, y hasta cuando le fue posible, la reproducción de autógrafos. Más que una historia, lo que ofrece Kurz a sus lectores es una galería de retratos ordenados históricamente y en grupos homogéneos, en cada uno de los cuales un bien informado tratado preliminar indica los elementos de afinidad. Pero por la limpieza de los datos biográficos y críticos, por la abundancia de los textos citados, por la seguridad del criterio de elección, aun en lo referente a los autores de segundo orden — con su tono modesto y con sus tres mil páginas a dos columnas — es algo más que una preparación a los estudios, a los que en algunas partes ha hecho y aún puede hacer buenos servicios: constituye ella misma un documento histórico: el signo visible del general proceso de asimilación de los valores de la cultura, que iniciados en la burguesía en la época del «Biedermeier» (v. Alegría de cantar de Biedermeier) se venía realizando por aquellos años, cuando Bismarck reconocía en el «maestro de escuela» su mejor colaborador en la obra de construcción del nuevo Reich. Por otra parte, el propio número de historias literarias que con ritmo incesante se venían sucediendo, es ya, en sí y por sí, un síntoma de la difusa disposición del espíritu por todas partes.
Particularmente la literatura nueva, después del gran renacimiento del siglo XVIII, fue generalmente sentida como un «valor actual», que constituía un deber para toda «persona instruida» el hacerlo propio; y no sólo — de modo semejante a las «historias generales de la literatura» — se sucedieron especiales y específicas Historias de la literatura del siglo XVIII en adelante, como la de J. Hillebrand (desde Lessing en adelante: 3 vols., 1845; 3.a edic. por el hijo de Karl H., el historiador y ensayista germanoflorentino, 1875: se distingue esta historia por la clásica finura de gusto y por la importancia que da a la historia de las ideas estéticas) y de W. Lóbell (desde Klopstock en adelante, 4 vols., 1856- 65; riquísima en datos — tanto que se encuentran en ella las vivas simpatías de Koberstein, que cuidó del volumen último, postumo, dedicado a Lessing y a su época); pero sintió sobre todo la necesidad de «mirar a los grandes del pasado próximo», como si fueran contemporáneos, y de juzgar su obra como si no «hubiese todavía entrado en la historia». Éste es, en efecto, el carácter particular de la Historia de la literatura alemana desde Leibniz a la época presente [Geschichte der deutschen Lite- ratur von Leibniz bis auf unsere Zeit, 5 vols., 1885-96]; constituye una fusión de tres obras anteriores, de las que una, publicada en el 1853, trataba del siglo XIX; la segunda, editada en 1855, trataba de la época de Goethe, y la tercera, editada en 1861-63, de la «vida espiritual» alemana desde Leibniz hasta la muerte de Lessing: las dos primeras se habían ya unido en 1858 con el título Historia de la literatura alemana desde la muerte de Lessing de Julián Schmidt que hizo tanto ruido por los violentos ataques de que la hicieron objeto Fernando Lassalle y L. Bucher (cfr. Julián Schmidt der Literarhistoriker, 1867): periodista de tendencia nacional liberal, burgués de mentalidad y de gustos, Schmidt fue, durante decenios, primero en los «Grenz- boten», luego en la «Berliner Allgemeine Zeitung», el batallador crítico y polemista de su grupo: falto de un pensamiento estético coherente y consistente, guiado principalmente por el simplicísimo instinto de sus personales «reacciones», erró muchas veces sus golpes; pero, con su agresiva polémica contra todo lo que quiere ser «demasiado grande», con su reducción de todos los problemas a «términos burgueses de buen sentido en la vida cotidiana», con su aversión a todo lo que le parecía demasiado poéticamente romántico y demasiado patéticamente utopista desde el punto de vista social, fue el impertérrito esgrimidor de la «consabida y complacida miopía realista», que en gran parte de la burguesía, desde los «Biedermeier» en adelante, constituyó una especie de tabla de salvación en el violento choque de las opuestas fuerzas históricas que dominó en tan vasta medida también en la literatura creadora.
Schmidt asumió por tanto una posición y una función en su época: su Historia de la literatura — que, más que una «historia» es una suma de exámenes críticos, dispuestos de manera un poco simplista, según la sucesión cronológica de las obras: en la 5.a edic. Schmidt intentó una «exposición sincrónica» con resultados inevitablemente caóticos — constituyó una tentativa para ampliar su «revisión de valores» más allá de la poesía de su propio tiempo, a todos los autores — del siglo XVIII en adelante — que la conciencia del tiempo sentía como «actuales». A pesar de todo lo que en ella puede haber — y hay — de angosto, hasta de falso, en muchos juicios críticos, a pesar de todo cuanto pueda haber — y hay — de unilateral, y a veces de petulante e irrespetuoso en muchas actitudes, es también esta obra — de manera distinta a como lo es la tranquila, docta y enamorada, de Kurz — un documento elocuente del vasto y trabajoso proceso con el que poco a poco el pueblo alemán se fue uniendo en el culto de su propia poesía y de sus propios valores espirituales. Entre tanta divergencia de orientaciones políticas, sociales, religiosas y filosóficas que se entrecruzaban en esta época, hubo en ella un punto común en el que todos terminaron por coincidir: la conciencia de que «un pueblo posee en su poesía, en su arte, en sus obras del pensamiento, en su cultura, las verdaderas razones de su derecho a la vida, las verdaderas fuentes de su fuerza y de su grandeza».
Esta atmósfera que por fin maduró — sobre bases rigurosamente científicas — constituye hasta hoy la mayor fuerza, la sola gran síntesis que posee alemania de su literatura: la Historia de la literatura alemana [Geschichte der deutschen Literatur: hasta la muerte de Goethe, con muchísimas reimpresiones, desde 1886 en adelante, de E. Schróder; nueva edic. continuada hasta la época presente por O. F. Walzel, 1918; completada en las ediciones sucesivas de 1928 en adelante, con una buena bibliografía de J. Kórner] de Wilhelm Seherer. «La belleza elevada como un altar con sentimiento de veneración — escribe Seherer —, las obras de arte de noble contenido y pura forma, obran sobre las naciones como obraban en tiempo antiguo los templos y los oráculos, que atraían desde lejos a los hombres y los unían entre sí»; algo análogo trató en realidad de lograr al escribir su obra: contemplar, reflejada en la historia de la poesía alemana, «la formación de la conciencia de su pueblo». Para esta convergencia de la poesía en la historia, el primer aviso lejano fue dado evidentemente por Gervinus; pero el propio Seherer estaba demasiado educado en el culto de los «ideales humanos» de Goethe y de Humboldt para que el «devenir histórico» de un pueblo se le pudiese resolver simplemente — o sobre todo — en historia política. La obra concreta de poesía quedaba por tanto, para él, en primer plano; y todo lo restante, no menos la historia política que la del pensamiento, la de la vida religiosa, la del arte, la de la ciencia, la de las costumbres, quedó como el trasfondo en que la palabra del poeta debía situarse para ser bien comprendida.
Gran filólogo — el mayor, después de J. Grimm, en el campo de los estudios ger- manísticos —, historiador de la lengua, que recurriendo sistemáticamente al valor de las «falsas analogías» y, más todavía, con la aplicación de las leyes fonéticas a la explicación histórica de los hechos lingüísticos, abrió a la ciencia nuevos caminos; alumno de Müllenhoff y editor con él de los Monumentos de la prosa alemana de los siglos VIII al XII; historiador de la literatura que, con experiencia directa en todos los problemas de la crítica de los textos y de la crítica de las fuentes y del análisis literario, llevó por primera vez al estudio de la poesía moderna el rigor del método — ya utilizado para el estudio de la poesía medieval, y, tanto en un campo como en el otro, sacó provecho de la doble experiencia, renovó los métodos de investigación desechando consuetudinarios esquemas formales y dejando que la visión histórica se articulase libremente en relación con los resultados concretos logrados, Scherer no podía dejar de dar, y en efecto dio, a su síntesis fundamentos filológicos. Cierto que con sus «metódicos ardores» fue también la suya, bajo ciertos puntos de vista, una «filología excepcional», por cuanto lleva el sello de su personalidad: una filología que, aun manteniendo su rigor nacional, constituye una fe y eleva incesantemente el pensamiento a lo inexplorado y desconocido, sin detenerse nunca, ni siquiera allí donde el pensar contiene implícito en sí el riesgo del error. Pero sólo gracias a esto pudo Scherer superar el punto muerto a que los estudios parecían llegados: sólo de este modo el análisis de la estética de la poesía — considerada todavía generalmente como cosa «anticientífica y completamente subjetiva» — pudo entrar como elemento vital en su obra: no fue la base de ella, como lo fue para De Sanctis, pero fue el punto de encuentro en que confluyen voluntariamente filología e historia, hallando su cauce natural.
Guiado por una sensibilidad segura que difícilmente se equivoca al juzgar de la belleza de un verso o de la vitalidad de un poeta, Scherer fue llevado de este modo a diferenciar la evocación histórica, no sólo según su contenido espiritual y según la manera del estilo, sino según su real e interna gradación de valores; y, como nadie más que él había sabido nunca valorar la substancia espiritual y el color y la atmósfera de una época o individuar en netos contornos según sus auténticas fuerzas creadoras a una personalidad, toda la historia de la literatura alemana — desde los monumentos más antiguos hasta el final del Fausto (v.) — se apareció de pronto profundamente renovada tanto en sus perspectivas como en la formulación de sus problemas particulares; y, mientras que su obra, «aumentada por él» gracias al proceder espontáneo de sus estudios, se presenta en sí terminada, compacta y viva como una obra de arte, por otra parte ha representado esta obra durante más de medio siglo, mayormente — con la influencia que ejerció y las reacciones que provocó — el punto de partida para los estudios que siguieron. Y también hoy, a pesar del natural progreso de los conocimientos y del no menos natural acrecerse y prevalecer de los nuevos puntos de vista, es válida para Scherer la observación que pocos años después de su muerte hizo uno de sus alumnos, Eduard Schróder: «Si bien son muchos los puntos en los que no se le puede dar por completo la razón, no hay ninguno en el que se le pueda dejar de tener en cuenta». La resonancia de su obra fue inmediata y de tal naturaleza, que la «historia de la literatura alemana moderna» conquistó de golpe la dignidad de «ciencia autónoma», y una cátedra propia en la universidad.
La reacción en el campo de la «filología pura», que precisamente por aquellos años celebraba sus magníficos triunfos con los «neogramáticos», no podía naturalmente faltar; no fue tanto el afortunado ejemplo del Grundriss de Gróber para la filología romance lo que sugirió ya desde 1884 el proyecto de un análogo Compendio de la filología germánica [Grundriss der germanischen Philologie, 3 vols., 1891- 93; 2.a edic., 4 vols., 1901-1909; 3.a edic. en curso de publicación desde 1911: hasta ahora 21 vols.] bajo la dirección de Hermann Paul; en la preliminar «historia de la filología germánica», la corta página dedicada a Scherer, entre una y otra cortesía a su «noble, pronto e inquieto ingenio», está llena de «reservas científicas» y de admoniciones a la «multitud de sus secuaces» mostrando también en el tono sus dientes envenenados; las partes que tratan del «concepto y el fin de la filología germánica» y de la «teoría del método» constituyen una abierta, declarada y circunstanciada toma de posiciones: atrincherada entre la bien defendida mansión de «su» — efectivamente bien «suyo» — Medievo, la «filología pura» — frente a los fuertes ímpetus de su moderna hermana — se eleva altiva y solemne, con sus bien ordenados y seguros métodos, sobre el pedestal de sus conquistas. No se trata, en verdad, de conquistas de poca monta: todo un siglo de estudios está comprendido en el Compendio y resumido en él; la mente clara y la inflexible voluntad ordenadora de Paul — que entre los neo- gramáticos fue indudablemente el primero en cuanto a la doctrina y en cuanto a la agudeza — logró disciplinar a sus veintisiete colaboradores de modo que pudo llegar, a pesar de tanta diversidad de campos de estudio y de autores, a un tratado unitario.
Él era hombre de «principios», que deben ser «firmes e inviolables» como las leyes de la naturaleza, para que la ciencia sea digna de su nombre: estos «principios» los impuso con mano dura, no teniendo en cuenta nada de lo que no es «cierto» con documentada verdad o con demostración crítica y teniendo además presente, con escrupulosa conciencia, todo lo que — desde la gramaticidad histórica, hasta la crítica de los textos, desde la biobibliografía hasta la crítica de las fuentes, desde el estudio del ambiente a la exégesis — entra dentro de límites bien precisos. Con la precisión de los límites corre parejas la precisión de la información, que en su género queda como insuperable. La historia de la lengua alemana está tratada por Behagel, la métrica antigua alemana por Sievers, la métrica alemana moderna por el propio Paul; la historia de la literatura alemana está expuesta, para el antiguo alto alemán, por R. Kogel, para el medio bajo alemán, por J. Jellenghaus y para el medio alto alemán, por F. Vogt: el tratado es sistemático, con una definición básica entre poesía y prosa, y con subdivisiones ulteriores para los géneros literarios o agrupaciones étnico-geográfico-lingüísticas: en cada obra se indican las cuestiones que miran a la individuación eventual, la biografía del autor, el contenido histórico, legendario o conceptual, la forma y las particularidades de la lengua y del estilo. La Reforma, «que no habría sido posible sin una ruptura a fondo con las tradiciones sobre que reposaba la estructura interna espiritual del Medievo», señala el límite último, más allá del cual — del mismo modo que más allá de las columnas de Hércules — la navegación científica cede su puesto a la «imprevisible aventura». En su eventual sistematicidad, el Compendio representa una suma tal de labor constructiva que no podía — tampoco él — dejar de imponerse: el resultado de la oposición fue que se produjo una escisión de los estudios en dos «especializaciones»: la germanística medieval y la germanística moderna. De los medievalistas, nobles y severos custodios de una herencia secular de estudios y de métodos, casi ninguno «se dejó ir» hasta «salir de su propio campo», sino alguna vez «a causa de algún inocente vagar crítico» o por la fuerza de «las seducciones musicales wagnerianas»; también en la «escuela de Scherer», entre los germanistas modernos, fueron pocos los que — como Burdach y Roethe — continuaron, — con las normas del maestro, cultivando los estudios de ambos campos.
Un vasto y multiforme mundo, que había de explorarse todavía metódicamente, sistemáticamente, se presentaba ante ellos; casi todos — hasta los mayores, como Erich Schmidt, J. Minor, A. Sauer — reunieron en su propio campo exclusivamente sus fuerzas, concentrándose en trabajos monográficos, en grandes ediciones, colecciones de epistolarios, estudios de las relaciones literarias, biográficas y críticas de los mayores poetas, investigaciones sobre obras singulares. Se acentuó más todavía esta situación cuando se preparó a los estudios la generación siguiente en los primeros decenios del nuevo siglo, y el método historicofilológico representado por la escuela de Scherer, pareció que no respondía ya a las inquietudes del nuevo pensamiento. A la «Historia de la literatura» que Scherer y sus discípulos habían profesado, se contrapuso la exigencia de una «ciencia de la Literatura» — «Litera- turwissenschaft» — que no podía ser ya construida sobre una simple aceptación de los hechos o sobre el reconocimiento crítico de los textos completado a base de intuiciones empíricas y críticas del análisis estético, sino que debía crear métodos nuevos, apoyados en conceptos filosóficos de alcance universal, «fundados metafísicamen- te» y que debían descender a la «esencia de las cosas, de la que depende la dinámica de la historia»: no podía ser ya una «historia sin a priori» como la fundamentada en bases positivistas, sino que debía contener en sus «premisas filosóficas» las fuerzas que determinan y que gobiernan la Historia. El punto de partida principal fue la obra de Dilthey, especialmente los ensayos recogidos con el título La experiencia espiritual y la poesía [Das Erlebnis und die Dichtung, 1908], también traducidos como Vida y poesía, La concepción de la vida y análisis del hombre desde el Renacimiento y la Reforma [Welstanschauung und Analysis des Menschen nach Renaissance und Reformation, 1907]; pero a éstas se añadieron otras influencias sucesivas: La tipología de las formas de la vida, de Spranger; los Conceptos fundamentales de la historia del Arte (v.), de Wólfflin, con sus cinco pares de «categorías antitéticas en la concepción artística»; la fenomenología de Husserl (v. Ideas relativas a una fenomenología); la sociología de Max Weber (v. Sobre la Ética protestante y sobre el espíritu del capitalismo); las concepciones estéticoheroi- cas de Stefan George y de su grupo (v. Hojas para el arte); la filosofía existencial de M. Heidegger (v. Existencialismo).
Las exigencias, de que el movimiento partió, eran en su mayor parte legítimas, pero las consecuencias no fueron todas de valor positivo. Por una parte se intentaron vías en profundidad, se descubrieron nuevos «paisajes históricos» y nuevos «paisajes espirituales», se precisaron nuevos problemas; indudablemente se disiparon prejuicios tradicionales, se llegó en muchos puntos a ver realmente mejor las cosas «desde dentro»; pero, por otra parte, se creó una gran confusión en las ideas. En primer lugar, el hecho estético perdió su autonomía: ya no se hizo, en general, una historia en la que la poesía estuviera en primer plano; se hizo historia de la cultura, historia de las ideas, historia del espíritu — «Geisteswis- senschaft», Ciencia del espíritu—: la propia palabra estilo perdió su significado preciso, exclusivamente poético, artístico, y se convirtió en «estilo de vida, estilo del modo de pensar, de sentir y de obrar»: el hecho de tener delante «verdaderas obras de poesía» perdió toda importancia: lo importante fue sólo la idea, que se encarna en una época determinada, en un determinado ambiente social, étnico o religioso, en un determinado «modo de expresión» o en una determinada personalidad. Pero la poesía es ciertamente otra cosa — más simple y más grande —, tiene derecho a ser estudiada y comprendida en sí y por sí, en sus auténticos valores, y de otro modo no se puede pretender hacer «historia de la poesía». En segundo lugar, cada uno creyó poseer por sí la «piedra filosofal», la «idea fundamental» sustentadora del edificio, y el «método filosóficamente constructivo»; las ideas y los métodos, encontrándose y oponiéndose, a menudo hicieron prevalecer la discusión teórica sobre la investigación concreta o subordinaron ésta a aquélla, hasta crear el confusionismo aun en el uso de las palabras: el que lea El espíritu de la época de Goethe [Geist der Goethezeit] de Korff y el Romanticismo y el clasicismo de los alemanes [Romantik und Klassik der Deutschen] de Schulz — dos obras sólidas y serias que tratan del mismo período entre 1770 y 1830 — muchas veces encontrará grandes dificultades en comprender por lo que cambian las palabras de significado.
Peor fue cuando se intentó el acuerdo y fatalmente salieron en su lugar transacciones: Idea y forma [Idee und Gestalt, 1925] de O. F. Walzel, con sus yuxtaposiciones y superposiciones de conceptos heterogéneos, da la impresión de un trabajo de Laocoonte en el que «las serpientes de la ciencia del bien y del mal en el arte» se enroscan y contorsionan en torno a la belleza apretando en vano un blanco mármol que no cede; y ia historia y la teoría de la ciencia de la literatura de J. Petersen, que fue la conclusión dolorosamente inacabada de tantos años de honrado trabajo, tenaz y atractivo, da la impresión de un nuevo trabajo de Sísifo, en el que el autor sube por la montaña los «peñascos de teorías», pero al fin, los peñascos ruedan por las laderas al valle y la cima brilla desnuda al sol. Era necesario señalar todo esto para explicar el carácter de las nuevas «historias de la literatura» que surgieron en esta época. En el campo medieval — que en general quedó extraño a esta laboriosa fatiga — el progreso gradual pero incesante de la investigación historicofilológica llevó a una sucesión periódica de obras, en las que paso a paso se «pone a punto» el estado de la cuestión: comenzó Kelle, profesor de ger- manística en Praga [cfr. Geschichte der deutschen Literatur von der ältesten Zeit; llega hasta el fin del siglo XIII, 2 vols., 1892^*96]; siguieron las de Kögel, profesor de Basilea [cfr. Geschichte der deutschen Literatur bis zum Ausgang des Mittelalters, 2 vols., 1894-97]; Vogt, profesor en Mar- burgo (1897: llega hasta el fin del siglo XVI); Golther, profesor en Rostock (cfr. Die deutsche Dichtung im Mittelalter, 1913, 2.a edic., 1922); Siebs, profesor en Breslau (1920; llega hasta mediados del siglo XI); Aschner (1920: parte desde mediados del siglo XI y llega hasta mediados del siglo XIII): el método, excepto el del wagneriano Golther — que particularmente se inclina a indagar en un análisis de los motivos poéticos de la materia legendaria – es en todas estas obras, sustancialmente, idéntico: la diferencia entre una u otra obras radica en la mayor o menor extensión de la materia examinada y especialmente en la posición asumida para los problemas particulares: pero todas estas posiciones están objetivamente resumidas y críticamente escogidas y casi siempre enriquecidas con una aportación crítica propia por G. Ehrismann en su Historia de la literatura alemana hasta finales del Medievo [Geschichte der deutschen Literatur bis zum Ausgang des Mittel– — alters: 1.er vol., 1918; 2.° vol., 1922; 3.er vol., 1927: la obra está completa en la nueva edición: 2 partes en 4 vols., 1932-351; el tratado converge metódicamente en el análisis y en la interpretación de los textos, pero esta interpretación está entendida en sentido muy lato, de modo que todos los problemas — filológicos, lingüísticos, estilísticos, históricos — vienen examinados, no tanto para el alumno germanista, a cuya formación tendió Ehrismann al elaborar los resultados de sus cuarenta años de estudio, sino también para el germanista ya experto.
La obra constituye un gran «Vademécum», al que casi nunca se recurre en vano. Se respira en ella — lo mismo que en las demás historias literarias citadas — un tranquilo aire de laboratorio científico, que ni siquiera se turbó al irrumpir en él — con la novedad revolucionaria de sus teorías sobre la «saga» de los Nibelungos (v.), sus relaciones entre canción heroica y poema épico, sobre la unidad del antiguo mundo poético germanonórdico y anglosajón, sobre la métrica germánica, etc. — el último de los grandes germanistas: Andreas Heusler; pero la novedad y la genialidad crítica de las intuiciones, los resultados a que en ellas se llega, no en el método que es — también en Heusler — rigurosamente historicofiloló- gico, hasta el punto de que casi todas sus conclusiones — tanto en la Poesía germánica antigua [Altgermanische Dichtung, 1934], como en las investigaciones dedicadas a problemas particulares — se han impuesto por sí mismas, y representan algo definitivamente adquirido para la ciencia. La misma consideración vale también para la anunciada y «esperada» vasta obra — de la que sólo ha salido hasta hoy el primer volumen: Prehistoria e historia de los orígenes de la cultura alemana [Vor — und Frühgeschichte des deutschen Schrifttums, 1939]—de G. Baesecke, si el pleno dominio de la materia y el poder asociativo de la imaginación y la capacidad y el inspirado gusto de querer proceder siempre por «vías no exploradas», no impulsaran a veces al autor, en cuestiones particulares, a soluciones que, aun después de sus investigaciones, continúan siendo todavía discutibles.
Sólo en la complejidad y densidad del análisis, en el que insiste a veces H. Schneider — en su sólido y bien ordenado volumen: Poesía heroica, poesía eclesiástica, poesía caballeresca [Heldendichtung, Geistlichendichtung, Rit- terdichtung, 1925], o bien en algunas interpretaciones de lo gótico en las que se hace valer también para la poesía las conocidas orientaciones críticas señaladas por Dvorak para la historia del arte, se advierten a veces los reflejos de la «problematicidad» que dominó por entonces, también, en lo que se refiere a las historias literarias generales en la filología moderna. Aquí todos terminaron dándose cuenta de que la idea clave de que se consideraban en posesión, no servía para franquear el reino de los cielos — sino que solamente franqueaba la puerta para la que había sido fabricada—; y las «obras de síntesis» que se intentaron se ocuparon por eso, no de la historia general de la literatura, sino de una época particular o de un particular estilo: sobre todo el Barroco, la Ilustración, la época de Goethe, entendida por algunos como «deutsche Bewegung» («movimiento alemán») y por otros como neohumanismo, y, «last not least», el Romanticismo y, por fin, el «Bie- dermeier». Para responder a la exigencia imperiosa de considerar la historia de la literatura también en la continuidad de su desarrollo, se fue determinando una forma particular de historia literaria que se podría llamar «de régimen asociado» y que tuvo su máxima expresión en dos grandes obras de carácter colectivo: las Épocas de la poesía alemana [Epochen deutscher Dichtung], dirigida por P. Zeitler, 6 partes en 7 vols., 1925-40, y la sección alemana del Manual de ciencia de la literatura [Hand– buch der Literaturwissenschaft, dirigido y organizado por O. F. Walzel, vol. VI, X, XI, XVI, XVII, 1932 y sig.].
No se trata simplemente de obras — que como los Compendios de Goedeke y de Paul — están hechas en colaboración, sino de obras compuestas con unidad de método, fundado sobre principios precisos a los que voluntariamente todos se subordinan, dirigidas por criterios constantes, a los que todos espontáneamente se pliegan: la dirección de las Épocas, confiada a Zeitler, es editorial y no científica; también Walzel, que había iniciado el Manual formulando sus teorías sobre la estética y la crítica, pudo cobijar bajo el mismo techo, pero no reducir a un común denominador, a hombres de temperamentos tan distintos y de orientaciones tan diversas como, por ejemplo, Andreas Heusler y Günther Müller: tanto en el Manual como en las Épocas, cada colaborador conserva plenamente su personalidad con sus propios intereses específicos espirituales, con sus problemas y con sus métodos. El valor de una y otra obra no puede por tanto consistir en la coherencia de perspectivas, dentro de la cual la unidad de las tradiciones literarias de alemania se desnude articulándose según el gradual desenvolvimiento de su historia: el valor de ellas reside ante todo, naturalmente, en la profundidad del empeño y en la consistencia de los resultados que cada autor obtiene en la parte que le ha sido asignada, y, en lo tocante a las dos obras en conjunto, el valor concreto reside en el hecho de que — estando tratados en ellas los períodos sucesivos de la literatura y siendo cada autor eminente de distinto modo dentro de cada campo — todos vienen a coincidir en un punto, en el que se presentan, como en un espejo único, con sus concordancias y sus divergencias, directamente o a través de los reflejos de la polémica, todas las fuerzas vivas del pensamiento de la época.
No estamos ante la obra de un edificio completo en sí, como lo era la obra de Scherer: nos encontramos — por decirlo así — en el «taller resonante de multiformes actividades» del que debe surgir el edificio. Y todo esto resulta extremadamente instructivo. Sin embargo, aunque las líneas del edificio están todavía muy lejos de integrarse en una sólida arquitectura, en la que cada una de las partes halle su puesto con justeza y equilibrio, se nos muestran tentativas que tienden a alcanzar esta unidad: el resultado ha sido la simplificación abstracta, a la que se han sacrificado tanto la historia como la poesía. K. Franke en su Historia de la literatura alemana en cuanto determinada por fuerzas sociales (publicada primero en inglés porque el autor era profesor de la Universidad de Harvard — An history of Germán Literature as Determined by Social Forces, 1901 —, más tarde parcialmente en alemán con nuevo título: Die Kulturwerte der deutschen Literatur in ihrer geschichtlichen Entwick- lung, vol. I, 1910; vols. II-III, 1923), con su exclusiva preocupación de los «valores sociales colectivos» y, en general, «superindi- viduales», terminó olvidando que en la realidad de la historia, de la cual ciertamente forma parte lo mismo que de todas las demás cosas humanas, la poesía representa también un «valor absoluto», pero en dirección precisamente opuesta como reino de la libre fantasía y de la individualidad creadora: Wiegand, en su Historia sistemática de la literatura alemana [Geschichte der deutschen Literatur nach strenger Sys- tematik, 1922, 2.a edic., 1929], después de predisponer su planificación meticulosamente calculada y clasificación de la vida literaria, y después de haber construido de conceptos a cal y canto toda una red completa de canales «longitudinales y transversales», se afanó en hacer correr inexorablemente dentro de ellos el río de la poesía, como si la historia de la poesía fuese una obra de «colonización de tierras».
Se comprende que hasta obras como ésta tienen siempre algo que enseñar, del mismo modo que siempre se aprende algo de quien — aunque sea a su modo — trabaja en serio; pero cuando se leen estas obras, es imposible sustraerse a la impresión de que todas estas «historias de la literatura» según las normas de la «Geisteswissenschaft» poseen, o por lo menos han poseído hasta ahora, su riqueza gracias a su «problema- ticidad», de la que no logran despojarse si no es convirtiéndose en esqueletos. Ésta es también la impresión que produce la historia de la literatura desde fines del siglo XV hasta la publicación de la última parte del Fausto, que Günther Müller ha publicado recientemente con el título Historia del alma alemana [Geschichte der deutschen Seele, 1939]: la tendencia a la abstracción especulativa se manifiesta también en el tratamiento del barroco hecho por el mismo autor para el Manual (v.) de Walzel: entre el tipo del hombre «gótico», el del «fáustico», el del hombre «alemán y cristiano», la historia está ya muy lejos de ser — como lo era en el «Maestro Dilthey» — un movimiento, una idea en perenne fluidez de actuación, pero con cerrada dialéctica de intrincadas argumentaciones: el resultado de todo ello es que la vida móvil y multicolor de la poesía se ilumina muy a menudo con nuevas luces, pero sólo a trozos — y con frecuencia con rayos laterales oblicuos—, cuando llueven del cielo ceñudo y plúmbeo de sus enrevesados pensamientos, relámpagos imprevistos descienden hendiendo el aire opaco y pesado: ¡ algún respiro se nota cuando el «atormentado pensador» explica las cosas alguna vez de frente y, descendiendo sobre la tierra, se contenta con mirar a su alrededor y a reconocer las cosas como son! Una sola de las nuevas historias literarias ha logrado captar con plenitud de consenso la realidad histórica en toda la multiplicidad y variación de sus manifestaciones y a la vez ha logrado coordinarla en visión unitaria: la Historia de la literatura alemana por estirpes y regiones [Literaturgeschichte der deutschen Stämme und Landschaften, 4 vols., 1912-18; 4.a edic. reelaborada con el título: Literaturgeschichte des deutschen Volkes, 4 vols., 1938-41; pero véanse todavía siempre las ediciones anteriores: el título y la fecha de la cuarta edic. bastan para indicar la dirección del nuevo arreglo, que, aunque modificándola, no altera sin embargo substancialmente la obra] de Josef Nadler.
También Nadlep escribió «Geistesgeschichte» y posee una viva sensibilidad para los «problemas», pero es un «problemático» que en la idea de un contrato ét~ nicogeográfico de la historia literaria — delineada en 1908 por A. Sauer — ha encontrado su «hilo de Ariadna». Efectivamente, la composición étnica del propio alemán es, de estirpe en estirpe, tan diferente y, desde el Sacro Imperio Romano hasta el siglo XIX, ha sido su historia de tal manera dominada por fuerzas centrífugas — con tantos estados autónomos particulares y egocéntricos — que la cultura no ha podido menos de sufrir el reflejo. Nadler no ha economizado esfuerzos para descender al fondo de las cosas: en cada una de las «zonas etnicoculturales» ha realizado sus exploraciones minuciosamente, autor por autor, obra por obra, hasta cuando los autores y las obras eran de segundo o de tercer orden, porque para su fin servían, ya que «ellos también creaban ambiente»; y como posee cualidades de escritor, con singular prontitud y facilidad para fijar un carácter en una imagen, en una nota de color, una atmósfera, a veces resultaron «cuadros históricos y cuadros culturales» que — como la unidad renano-suizo-bávara de la mística del siglo XIV, el barroco en la Silesia y en Viena, el fermento filosoficomístico de la Prusia oriental, el romanticismo en Berlín, etc. — parecieron revelaciones. Pero la medalla tiene también su reverso.
Lo primero de todo, el «hilo de Ariadna» que sirve de guía — aun queriéndole atribuir la fuerza de un cable de acero — no pasa nunca de ser un hilo, y no basta para sostener el curso todo de la historia: de la Caballería al Humanismo, del Barroco al Romanticismo, de la Ilustración al Naturalismo, las grandes fuerzas históricas — en el campo de la cultura — son fuerzas espirituales que trascienden de todo confín etnicogeográfico: ligarlas a «determinadas estirpes y a determinadas regiones», aunque éstas hayan surgido «como producto autóctono del suelo y de la sangre» es trastornar la realidad, en la cual ellas dan, no reciben, la vida: olvidar que el curso de la vida espiritual es un hecho «europeo unitario» es renunciar a comprenderlo. En segundo lugar, la sistemática reducción de la poesía a «documento» independiente de su intrínseco valor estético, no sólo ha llevado a Nadler a escribir — también él — «historia de la cultura», y también «historia de la poesía», sino que le ha llevado también a un nivelamiento general de las personalidades tratadas, con relieve exclusivo en lo que las une y con zonas de sombra en torno a lo que individualmente las distingue; pero cuando las grandes luces se extinguen o se atenúan — por lo menos en el campo de la vida espiritual — las grandes líneas se pierden. La substitución de una «perspectiva espacial» por la «perspectiva temporal» — consustancial y, por decirlo así, congènita con este género de estudios — no es, en realidad, posible lograrla sin daño de la verdad histórica íntegra, siempre compleja e internamente diferenciada.
Si la aportación de la obra de Nadler a la ciencia ha sido indudablemente positiva e importante — tanto que un hombre de gran cultura y de refinado gusto como el humanista y poeta Hofmannsthal, ha podido escribir: «para mí, la historia de la literatura alemana comienza a existir sólo desde hoy» — la obra misma, más que como orgánica reconstrucción histórica, se presenta, en conjunto, como una serie coherente de estudios particulares reunidos en torno al hilo de una directiva común: como un docto y genial «itinerario». Por eso ha ocurrido que por espacio de cincuenta años, después de la muerte de Scherer, la redacción de «historias generales de la literatura» ha quedado en cierto modo fuera del gran florecimiento de las contemporáneas investigaciones críticas, reducida esencialmente a obras de divulgación. Algunas de éstas, redactadas por filólogos de sólida doctrina — más que de divulgación—, son obras de información y constituyen en cierto modo un complemento a la obra de Scherer: tal es la Historia de la literatura alemana [Geschichte der deutschen Literatur, 1897; 4.a edic., 3 vols., 1923-24; 5.a edic. reelaborada por W. Koch, 2 vols., 1934-35; con un tercer volumen suplementario para la literatura contemporánea por L. Fechter: de la segunda edic. ha sido hecha una traducción por G. Balsamo-Crivelli, 2 vols., 1908] de F. Vogt y Max Koch, la cual — además de abundantes «resúmenes objetivos de obras» — ofrece, con precisa exactitud, todos los datos de historia, biografía, erudición, cuyo conocimiento Scherer había en cierto modo presupuesto en su síntesis: tal es también, bajo otro aspecto y bajo distinto punto de vista, la Historia de la literatura desde sus orígenes hasta la época presente [Geschichte der deutschen Literatur von den Anfängen bis zur Gegenwart, 2 vols., 1922] de K. Borinski, la cual — lo mismo que una obra análoga anterior escrita por el mismo autor, en colaboración con Golther, para la colección de textos Deutsche Nationalliteratur de Kürschner (vol. 163, I y II, 1892-94) — integra a Scherer desde el punto de vista de la historia de las teorías estéticas y críticas, que con tan fatigoso trabajo a menudo acompañaron en alemania — y no pocas veces precedieron — a la evolución del gusto y a la renovación de la poesía.
Obra de otro discípulo de Scherer es también la Historia de la literatura alemana [Geschichte der deutschen Literatur, 2 vols., 1920-21] de R. M. Meyer, que en la primera parte — publicada postuma, por primera vez por Pnio- wer en 1916 — se atiene substancialmente a la tradición fijada por el maestro, pero en la segunda parte — escrita primero y publicada como obra aparte (cfr. Die deutsche Literatur im 19. Jahrhundert, 1900, 4.a edic. ampliada, 1910; y véase también lo relativo al buen compendio bibliográfico: Grundriss zur Geschichte der neueren deutschen Literatur, 1902), completa a Scherer con un tratado original de la literatura del siglo XIX. A pesar de su formación originaria como filólogo, Meyer se sentía inclinado casi por instinto a la crítica militante y en su examen de la poesía del siglo, si no siempre logró desenredar el ovillo de las grandes líneas de las corrientes opuestas, afrontó directamente a cada poeta, delineando el perfil de cada uno con mano segura, en contornos límpidos, y distinguiéndoles entre sí con un juicio crítico que — si no siempre se substrae a algunos prejuicios de estética naturalista — en general da en el clavo y los transmite a la crítica posterior. En el cuadro de conjunto de la poesía alemana, las posiciones de muchos escritores posteriores a la época romántica — desde Mörike a Keller, de Ludwig a Fontane, de Heine a Liliencron — se fijó sistemáticamente con claridad por primera vez en su obra. Naturalmente, mucho contribuyó a fijarla ulteriormente — entre consensos y oposiciones — la verdadera crítica militante, anti o extraacadémica.
Las batallas más ruinosas fueron las que riñó A. Bartels; en el terreno político, en nombre de un intransigente nacionalismo pangerma- nista y antisemita, en el terreno literario en nombre de un realismo de tono rural, pero su Historia de la literatura alemana [Geschichte der deutschen Literatur, 2 vols., 1901-1902; 12.a edic., 3 vols., 1924-28: completada por un bien nutrido manual bibliográfico: Handbuch zur Geschichte der deutschen Literatur, 1900, 2.a edic., 1909] y su Poesía alemana, desde Hebbel a la época presente [Die deutsche Dichtung der Gegenwart, 1898; 12.a edic. con el título: Die deutsche Dichtung von Hebbel bis zur Gegenwart, 3 vols., 1922], a pesar del «gran ruido», de sus frecuentes «bravatas», de la crítica «a lo mosquetero» y del repartir golpes a diestro y siniestro y a ojos cerrados, constituyeron solamente una tentativa de la «revisión de los valores literarios del siglo XIX», que fue, en parte, uno de los méritos de Meyer — tan detestado por él — y que constituyó en general una de las mayores conquistas críticas de la época. Éste fue, en efecto, el tiempo de los «descubrimientos»: no sólo en la dirección del «realismo poético», ya puesto en evidencia durante los años 1840-1870 por A. Stern en su continuación de la Historia literaria de Vilmar; no sólo en dirección del naturalismo, que con las «grandes corrientes» (cfr. Haupt Strömung en der Literatur im 19. Jahrhundert, vol. II, 1873, y vol. VI, 1891) de Brandes se fueron descubriendo; desde el neohumanismo de Goethe, su fuente originaria, y con las investigaciones sociolo- gicoliterarias de S. Lublinski (cfr. Literatur und Gesellschaft im 19. Jahrhundert, 4 vols., 1899-1900) que pretendió estudiar «la poesía del siglo en función de la sociedad»; no sólo en la dirección del romanticismo, que las sugestivas evocaciones de Ricarda Huch (cfr. Die Blütezeit der Romantik, 1899; Ausbreitung und Verfall der Romantik, 1902) propusieron como valor actual; en realidad cada grupo de poetas, cada «escuela», hizo sus «descubrimientos» en relación con lo que eran «sus» propias metas: ora Kleist, ora Hebbel, ora Hölderlin, ora Novalis, ora Gotthelf, ora C. F. Mayer, ora F. Nietzsche, etc. «El firmamento literario del siglo» se llenó así poco a poco de «nuevas estrellas de primera magnitud».
Y poco a poco, se fue constituyendo una jerarquía de valores que pronto se transmitió intacta a casi todas las «historias de la literatura del siglo XIX» aunque no sea más que en la dirección y el color. W. Kosch (cfr. Geschichte der deutschen Literatur im Spiegel der nationalen Entwicklung, 1813-18, hasta ahora 2 vols., 1928 y sig.) considera, por ejemplo, el hecho literario desde un ángulo visual político-religioso- moral: W. Oehlke (cfr. Die deutsche Literatur seit Goethes Tode nach ihren Grundlagen, 1920) le considera por el contrario desde el punto de vista de sus experiencias de vida literaria en los demás países y atento a las grandes líneas y a las mayores personalidades; A. Eloesser (cfr. Die deutsche Literatur vom Barock bis zur Gegenwart, 2 vols., 1930-31) no oculta su interés preferente por la historia y por la crítica del alma burguesa y por la literatura que más directamente refleja estos problemas; A. Soergel (cfr. Dichtung und Dichter der Zeit, 1911; 20.a edic., 1928) se contenta a su vez con cuidarse amorosamente del análisis de las obras de «sus» poetas para obtener una información amplia y bien orientada: pero, si cada una de estas cuatro obras tiene su fisonomía propia, según la índole particular de sus autores, la «perspectiva general de valores» que constituye sustancialmente su osamenta, permanece sustancialmente inalterada. Como tal las han acogido — para la época siguiente a la muerte de Goethe — también las nuevas «historias generales de la literatura», que la difusión de la cultura en la época guillermina hizo surgir en gran número.
Ya se trate de la compilación un tanto genérica de C. Storck (1898), o bien de la compilación de E. Engel (2 vols., III, 1906, 30 edic., 1930), que refleja sobre todo la «opinión común», pero que tiene muchos defectos; ya se trate de la Historia de la literatura alemana de A. Biese (3. vols., 1907-11; 24 edic., 1929), descriptiva, analítica, con su poco de sentimiento aquí y allá y con un vago tinte poético extendido por todas partes, según el gusto del autor, que es el conocido historiador del «sentimiento de la naturaleza a través de los siglos», o bien de la Historia literaria alemana de Leixner, compuesta en 1881 cuando todavía Scherer no había publicado su obra, y continuamente revisada con el correr del tiempo (la última vez lo fue por Friedländer, en 1916), sin que a pesar de ello haya ganado en consistencia, pero también sin que la hayan hecho pesada excesivas pretensiones, que no habría podido soportar, o bien de la «novísima» Historia literaria alemana de P. Wiegler (2 vols., 1930) que brillantemente escrita en tono de folletón lleva vivas manchas de color y con su sabio arte de hacer las citas da lugar a una exposición ágil y movida, muy «moderna de tono» — con escorzos imprevistos y con gran vida en los retratos de los autores particulares—, es visible la diferencia de dirección de una a otra obra; pero la diferencia de dirección, no lo es de método, de modo de exposición, no de ciencia, no de gusto del escritor, no de juicio crítico: en la fundamentación substancial, la «escala de valores», la «perspectiva histórica general» son idénticas, según una especie de «canon» que la «problematicidad» de los cultivadores de «Geistesgeschichte» no ha logrado generalmente atacar. En el fondo, ni siquiera el nacionalsocialismo ha logrado — a pesar de su organización centralizado- ra — cortarlo substancialmente. La huella dejada por el nacionalsocialismo en la historiografía literaria es, en efecto, extremadamente escasa.
Como una tentativa de revaloración de toda la literatura alemana se presentan los cinco volúmenes (Von deutscher Art und Kunst (1940-42), pero no se trata, en realidad, sino de una serie de ensayos sueltos, en los que especialistas diversos, no siempre con gran convicción, aplican, o adaptan, o tratan de introducir la «idea clave» de la sangre o de la raza en el campo específico de sus propios estudios; tanto da leer para esto el Mythus de Rosenberg; por lo menos se va directo a la fuente. Sólo un esfuerzo de desvaloración y de valorización coherente ha sido realizado — en lo tocante a los poetas de la última generación — con la Poesía del pueblo de nuestro tiempo [Volkhafte Dichtung der Zeit, 1937] de Langenbucher, para llevar a primer plano a los autores conformes con el régimen y para dejar en la sombra de un silencio total a los que estuvieron en lucha con él. Pero un método semejante — que es un método polémico y de propaganda, no un método científico — podía ser aplicado al presente, no al pasado: el pasado es lo que es, según Dios lo hizo; por eso las «historias generales de la literatura» — con perspectivas nacionalsocialistas — no lo pudieron cambiar: la Historia literaria alemana de P. Fetcher (1939) es una obra con tendencias nacionales, como habría podido escribirse en otros tiempos si no fuese por un cuadro abigarrado de circunstancias que colorea la exposición, por toda ella, hasta donde el color resulta «fuera de tono». La Historia literaria (1936) de W. Linden es una tentativa improvisada para encasillar a los autores dentro de esquemas idealistas tomados del nacionalsocialismo, y no convence a nadie, ni a los situados en el campo que intentaba servir; por fin, la Historia de la poesía alemana [Geschichte deutscher Dichtung, 1937] de F. Koch, muestra muy bien «la mano del hombre de oficio», pero precisamente por esto resulta extrañamente una mezcla de ciencia y de arbitrariedad, con el resultado de que la arbitrariedad salta a la vista, como por ejemplo cuando toda la época humanista se condensa en media página y a Kolbene- yer se le concede un espacio casi igual al asignado a Goethe.
Prácticamente, ni siquiera un buen manual escolar ha podido añadirse a tantos existentes y conocidísimos: de H. Kluge (1.a edic., 1865; 55.a edic., 1928); todo él lleno de datos, fechas y hechos, pero ordenado, exacto; de G. Egelhaaf (1881; 24.a edic., 1918), claro y perspicaz sobre fondo histórico; de C. Heinemann (1901; 26.a edic., 1928), inspirado en el culto de Goethe y nutrido de sentimiento humanista; de G. Klee (1905; 24.a edic. de W. Scheel, 1935; 27.a edic., continuación de C. Hófer, 1931), escolar, fácil, expositivo; de H. Róhl (1914; 8.a edic., 1935), más vivaz y de gustos más modernos por su tono escolar. Entre los Manuales extranjeros baste con recordar el inglés de J. G. Robertson An His- tory of Germán Poetry (1902; 2.a edic., 1931), sólido, nutrido de buena doctrina y reavivado con rasgos del sentido realista del «humour», que los anglosajones suelen oponer a la tendencia germana a la abstrae- cicr¿; los franceses de Chuquet (1909) y de Bossert (1901; 7.a edic., 1930), el primero agradable, ágil, elegante y sobre todo leve, el segundo bien informado, exacto, claro, lúcido, preciso, pero escolar. Después de un sumario desde los Cornianos hasta la segunda mitad del siglo XVIII, Italia tuvo su primera historia de la literatura alemana en la Idea de la bella literatura alemana (v.) de Aurelio de Giorgi Bertola (1779; 2.a edic., 1784); fue una obra que tuvo también su función histórica: fue una de las obras que «al hombre del Sur le revelaron la poesía del Norte», en cuanto que ofreció a la idílica Arcadia de los poetas italianos de su tiempo una visión idílica de la no menos arcàdica Germania. [Manuales de historia de la literatura alemana traducidos al español: H. Heine: Literatura alemana (trad. de Mauricio Bacarisse. Madrid, 1920); M. Koch: Historia de la literatura alemana (trad. de Carlos Riba. Barcelona, 1927); J.-F. Angelloz: La literatura alemana (trad. de Zoé de Godoy. Barcelona, 1949); H. Schneider: Épocas de la literatura alemana (trad. de Rodolfo Modern. Buenos Aires, 1956)].
G. Gabetti