Historia de la Liga Lombarda, Luigi Tosti

[Storia della Lega Lombarda]. Obra del abate Luigi Tosti (1811-1897), publicada en 1848. En el primer libro vemos, en los Mu­nicipios italianos extinguidos por el feuda­lismo longobardo, cómo el pueblo recobra sus ayuntamientos por medio de los obispos. Gregorio VII eleva al papado y al episco­pado y agita el Imperio; y los pueblos y los Municipios resurgen en el espíritu ro­mano y cristiano en forma republicana. El cuadro de las enemistades municipales ad­quiere fuerza dramática en el segundo li­bro, concentrándose la narración en las guerras feroces entre Milán y Pavía, Como y Lodi. En Lombardia, furioso de indigna­ción y anhelos de venganza, entra Barbaroja. Siguen la primera Dieta de Roncaglia, la destrucción de Rósate, Asti y Tortona y el avance hacia Roma para recibir del papa Adriano la corona imperial después de ha­ber satisfecho la condición de entregar a Arnaldo de Brescia, que quiso imponer en Roma la república sobre el Papado. Las fiebres romanas, más fuertes que las armas de los romanos, alejaron a Federico más allá de los Alpes. Barbarroja volvió a des­cender a Italia, sitió y tomó a Milán y re­unió una segunda Dieta de Rocaglia. Los milaneses, no dominados, reemprenden la ofensiva.

Los de Crema inmortalizan su nombre mientras Adriano extiende «la dies­tra papal» sobre la primera liga de mila­neses, brescianos y piacentinos, preludio de la gran Liga Lombarda, y muere. En el li­bro tercero, «la libertad de la Iglesia y de Italia se hacen inseparables»; Alejandro III excomulga a Federico; Milán se rinde por hambre por segunda vez y es destruida. Es el fin de las repúblicas italianas. Las ciu­dades vencidas, sobre las que Federico ex­tiende su poder, empiezan a agitarse. En el libro cuarto, los mensajeros de Verona or­ganizan un levantamiento general y, en se­creto, diputados de Bérgamo, Cremona, Brescia, Mantua, Ferrara y de los cuatro burgos de Milán se reúnen en el monaste­rio de Pontida y forman una federación de veinte años. Las glorias de Legnano lle­nan el libro quinto. No sólo los italianos se muestran dignos de libertad, sino que «unen la alegría de la victoria a mucha conti­nencia espiritual» y envían a los boloñeses una relación del rico botín tomado al ene­migo, escribiendo: «Todo lo cual no con­sideramos nuestro, sino deseamos que quede en comunidad del señor papa y de los ita­lianos». Pero «no faltan las diferencias en la unión de la liga». Significativo ensayo de la serenidad y objetividad del historia­dor es la evidencia en que pone la equivo­cación de Alejandro III, al proponer al em­perador — y firmar — la paz con la Iglesia, una tregua de quince años con Guillermo de Sicilia y sólo de seis con los lombardos. El volumen no termina con la paz final de Constanza, que mostró «cómo se redimen los pueblos y se ahogan las tiranías», ni se detiene en el espectáculo de degeneración de los tardíos descendientes que «deshicie­ron con sus manos el santuario de la liber­tad, elevando sobre sus ruinas una multitud de tronos para hombres más dignos del en­cierro que del gobierno humano»: porque Tosti se ve arrastrado por el «salutífero año de 1848» a sentir lo intempestiva que es la evocación de las glorias italianas «cuando toda Italia se puso en pie y se movió hacia el lugar que le señalan los cielos calmados».

Falta, en la historia de Tosti, la visión del carácter fundamental económicosocial, an­tes que político, de las reivindicaciones de los municipios: episodio de la lucha de la nueva burguesía, necesitada de autonomía democrática para continuar su desarrollo in­dustrial y comercial, contra la nobleza feu­dal y territorial, laica y eclesiástica, bene­ficiaría directa de los «regalía iura», mien­tras el Papado se erige en defensor de los derechos de justicia y de la solidaridad cristiana. La publicación de la Historia de la Liga Lombarda no sólo ofrecía un mag­nífico ensayo de la nueva escuela histórica güelfa y esgrimía un documento del dere­cho de Italia a un «sitial en el concilio de las naciones», sino que en dicho momento histórico, terminada entre un llamamiento a Pío IX y un apostrofe, constituía un acon­tecimiento histórico ella misma, y promotor de historia.

G. Pioli