[Geschichte des deutsch-französischen Krieges von 1870-71]. Obra de Helmuth Karl Bernhard von Moltke (1800-1891), publicada en 1891. La empezó el año 1877 y la terminó en 1888. Con la intención de redactar en la forma más sumaria la historia de la campaña de 1870- 1871 publicada por el Estado Mayor alemán, el autor se colocó inadvertida e insensiblemente en su propio punto de vista: el de Jefe del Estado Mayor. Son singulares las palabras con que inicia el volumen, que no se esperarían de la pluma de un gran estratega: «Mientras las naciones lleven una vida separada, habrá cuestiones que sólo se podrán resolver con las armas en la mano; pero interesa a la humanidad que las guerras, cuanto más terribles sean, se hagan más raras. Hoy día importa menos saber si un Estado tiene los medios para hacer la guerra, que conocer si quien dirige sus destinos es lo bastante fuerte para impedirla».
Moltke, como es natural, omite todos los precedentes de la discusión por la sucesión española, y tampoco menciona el episodio del despacho mutilado de Ems; pero pone al lector, desde las primeras páginas, ante dos cuadros: el de la completa falta de preparación y desorganización del ejército francés y la supina improvisación de su gobierno, y el de la preparación completa, en los menores detalles, del ejército alemán y del plan de guerra, hasta el momento de la primera marcha hacia la frontera. Pues «es un error creer que se pueda fijar con anterioridad un plan de campaña y ponerlo en ejecución desde el principio al fin. El primer choque con las fuerzas básicas del enemigo crea, según el resultado, una nueva situación». Pese a sus errores y debilidades, el autor rinde homenaje al valor desplegado en varios casos por los ejércitos adversarios y reconoce las graves pérdidas del ejército alemán, que ya en los primeros 14 días perdió 50.000 hombres, con una proporción extraordinaria de oficiales. Las vicisitudes de la guerra, minuciosamente descritas, culminan en la jornada del 4 de septiembre, en Sedán, donde «el Imperio de Francia se derrumbó» y el emperador Napoleón III depuso las armas en manos del rey; en la capitulación de Metz, el 27 de octubre, de Verdún el 9 de noviembre y luego en el sitio y, por fin, en la rendición de París. Con la rendición de Belfort el 15 de febrero, después de una valerosa defensa, con la libre salida de la guarnición, la victoria alemana queda completada y los tratados de paz se inician y concluyen. «La guerra costó a los alemanes grandes sacrificios: perdieron 6.247 oficiales, 123.453 hombres, 1 bandera, 6 cañones.
Los franceses, sólo en prisioneros, eran 21.508 oficiales y 702.048 hombres. Fueron conquistadas 107 banderas y águilas, 1.915 cañones de campaña y 5.526 de fortaleza. Estrasburgo y Metz, arrebatados a la patria en tiempos de debilidad, fueron recuperados, y el Imperio germánico quedó restaurado». Así concluye la historia, a la que sigue un apéndice. Es notable, además del vigor del estilo, la sobriedad y carácter gráfico de la dramática narración, que no. carece de méritos artísticos, y la completa objetividad del Jefe del Estado Mayor alemán. Nunca hay énfasis de exaltación ni de desprecio, sino narración desnuda, aunque no árida, de las trágicas vicisitudes bélicas, como fiel observador más que como protagonista.
G. Pioli