[Storia della scultura dal suo risorgimento in Italia sino al secolo di Napoleone]. Escrita por Leopoldo Cicognara (1767-1834), con el propósito de continuar la Historia del arte de la Antigüedad (v.) de Winckelmann y la Historia del arte demostrada con los monumentos (v.) de Séroux d’Agincourt, es la mayor obra de historiografía artística publicada en Italia en la época y el clima ideal del neoclasicismo canoviano.
Publicada en Venecia de 1813 a 1818, en tres volúmenes ilustrados con láminas en cobre (el segundo y tercero no llevan ya en su título el nombre de Napoleón), comprende siete libros; el primero tiene por materia consideraciones generales sobre el objeto de las representaciones políticas, la iconografía, los orígenes y vicisitudes del arte en la Antigüedad y en el período de decadencia desde Constantino. El segundo libro trata de la arquitectura religiosa de la Edad Media italiana en cuanto causa de renovación y progreso de la escultura, cuya historia es narrada ampliamente, y con concienzuda erudición, en los libros sucesivos. Cada uno de ellos corresponde a una época que, según el pensamiento de Cicognara, representa una fase distinta y característica en el desenvolvimiento del arte. La primera época, desde los maestros písanos de los siglos XIII y XIV hasta Donatello, asiste al lento resurgir de la escultura; la segunda, de Donatello a Miguel Ángel, a su rapidísimo incremento. La tercera época, la de Miguel Ángel, llega al punto más alto de la perfección, a la que sigue fatalmente la decadencia, con Bernini y sus seguidores. La última época toma su nombre de Canova, restaurador del arte después de la corrupción barroca, tomando ejemplo de los griegos y romanos antiguos. La influencia de Winckelmann es evidente tanto en el severo juicio emitido por Cicognara acerca de la escultura de los siglos XVII y XVIII, que los neoclásicos consideraban como la antítesis del bello ideal, como en el plan histórico general y en la construcción sistemática de la obra.
Es, sin embargo, significativo que termine, de acuerdo con la gran tradición nacional, con la exaltación de un héroe del arte: Canova, que ocupa en la Historia de Cicognara una posición análoga a la de Miguel Ángel en las Vidas (v.) de Vasari. Es muy notable también la actitud adoptada por el escritor con respecto a la escultura medieval, que él se niega a considerar como bárbara, señalando su profundo motivo informador en el espíritu religioso de la época. La afirmación de que «todo lo que el estilo ganó (en el siglo XVI) en maestría y energía lo perdió en cambio en verdad y pureza», y la apreciación favorable de «trecentistas» como Andrea Pisano» van ya más allá de los límites de la crítica neoclásica, y preludian en cierto modo la revaloración del arte de los primitivos, operada por las diversas corrientes del romanticismo europeo.
G. A. Dell’Acqua