Dos ensayos de José Ortega y Gasset (1883-1955). El primero se publicó en inglés en 1935 (en el volumen Philosophy and History, homenaje a Cassirer (dirigido por Klibansky, Oxford University Press); el segundo es una serie de artículos publicados en La Nación de Buenos Aires, en 1940; el libro apareció en Madrid en 1942. Historia como sistema es uno de los escritos más importantes de su autor, una exposición breve y muy densa de todo un capítulo de su sistema filosófico. Se inicia con una serie de tesis sobre la vida humana, entendida como realidad radical, en la cual aparecen todas las demás; la vida nos es dada, pero no nos es dada hecha, sino que tenemos que hacérnosla y por eso es quehacer; y estos quehaceres no nos son impuestos, sino que hay que imaginarlos, inventarlos y decidirlos. Ortega introduce la noción de creencia (véase Ideas y creencias): el suelo de nuestra vida está constituido por un repertorio de creencias en que se está. Analiza el sistema de creencias del hombre occidental y la crisis que han experimentado; por ejemplo, la fe en la ciencia se ha quebrantado; la razón de ello es el fracaso que la ciencia ha tenido en los problemas humanos, mientras ha tenido éxitos extraordinarios en la investigación de la naturaleza.
El error ha consistido en tomar como «fracaso de la razón» lo que ha sido sólo el fracaso de una forma de razón — la razón abstracta o física — en lo humano; hay que dilatar el concepto de razón: «el fracaso de la razón física deja la vía libre para la razón vital e histórica» (véase Meditaciones del Quijote, 1914, y El tema de nuestro tiempo, 1923). La naturaleza es una gran cosa compuesta de muchas cosas menores, cuyo carácter común es ser, es decir, poseer una estructura o consistencia fija y dada; ahora bien, la vida humana no es una cosa, no tiene en ese sentido naturaleza, y hay que pensarla con otras categorías y conceptos; todo el pensamiento occidental está cargado de eleatismo y de la convicción de que lo real es lógico y consiste en identidad; el hombre no tiene naturaleza, sino que tiene historia; no es cosa alguna, sino un drama; tiene que hacerse a sí mismo, no en el sentido de crearse, porque la vida me es dada, pero tampoco en el de realizarse simplemente, porque tiene que determinar lo que va a ser. La vida es un gerundio y no un participio: un faciendum y no un factum. El yo de cada hombre es su proyecto vital. Y las posibilidades entre las que el hombre elige no le son regaladas, sino que tiene que inventarlas en vista de las circunstancias, lo único que me es dado; el hombre es novelista de sí mismo, original o plagiario; y como entre esas posibilidades tengo que elegir, soy libre por fuerza, no puedo renunciar a mi libertad, por carecer de identidad constitutiva. Lo mismo que se ha hecho una geometría no-euclidiana, hay que elaborar un concepto no-eleático del ser para pensar la vida humana, realidad infinitamente plástica; mientras el cuerpo y la psique del hombre, su «naturaleza», apenas han variado, a la vida humana le han acontecido variaciones sustanciales, porque la sustancia de la vida no es ninguna cosa, sino su argumento.
La vida no se puede pensar más que mediante conceptos «ocasionales», que anulen su identidad, cuya significación concreta sea distinta en cada circunstancia — como ocurre a los conceptos «yo», «éste», «aquí», «ahora», etc. —. La vida es la de cada cual. Ahora bien, la vida se va determinando a medida que va siendo, y lo que hemos sido actúa sobre lo que podemos ser. Y no sólo el pasado personal, sino el colectivo, es decir, la historia. Si hay pasado, lo hay en un presente; el hombre no es, sino que va siendo, es decir, vive; sólo se entiende en función de lo que le ha pasado: hace algo porque antes hizo otras cosas; sólo se revela lo que es el hombre ante la razón histórica. «La historia es ciencia sistemática de la realidad radical que es mi vida»; hay que ir de las ideas parciales de la razón a su noción más amplia y profunda. Razón es «toda acción intelectual que nos pone en contacto con la realidad, por medio de la cual topamos con lo trascendente». El hombre necesita una nueva revelación; cuando le queda sólo su desilusionado vivir, descubre en lo que le ha pasado, en la historia, la sustantiva razón, la revelación de una realidad más allá de las teorías. Esta razón histórica, que es ratio, logos, riguroso concepto, fluidifica los hechos para llevar a su fieri, a su hacerse: ve cómo se hace el hecho.
Del Imperio romano es un análisis de la realidad social, hecho al hilo de la historia del Imperio romano. Los dos conceptos capitales que Ortega maneja son los de concordia y libertad, para mostrar cómo la sociedad es siempre una pugna dramática entre sociabilidad e insociabilidad, un equilibrio entre sociedad y disociación. De ahí una teoría del Estado en sus varias formas — como «piel», como «aparato ortopédico», etc. — y una profunda interpretación de la historia de Roma.
J. Marías