En la gran cantera de poesías latréuticas, adorantes, que se dan en la escuela poética hebraico- española, quizá la más famosa, la que ha tenido más ecos en la tradición sinagogal, es la Qedusá o Himno de la Creación del gran poeta Yehudá ha-Leví (10759-1161 ó 1178). Dentro de la tradición de tal género de poesía sagrada podemos suponer muy fundadamente que este Himno de la Creación fué muy influido, por la célebre Keter Malkut o Corona real (v.) de Selomó ibn Gabirol (v.), si bien en el primero ya se ha omitido todo el cosmologismo filosófico y astronómico que inspirara a la segunda, para dar lugar a una más entrañable y pura modulación bíblica. El sublime Salmo 104, cuyos versículos sirven a Yehudá ha-Leví como estribillos o responsorios de su poesía, anima e informa con su poderoso soplo estos versos, de un estro muy elevado y bíblico. No es que el poeta renuncie a toda expresión filosófica, pero ésta se ordena e inclina hacia las vertientes bíblicas, hacia la solana de la Revelación, en donde el poeta se mueve con más desembarazo que entre las teorías y elucubraciones filosóficas. Siguiendo el orden del Salmo 104, el poeta canta junto al Dios creador, de inasequible trascendencia, a los espíritus puros y angélicos que rodean el trono de Dios y forman el primer reino de la Creación. Las distintas órbitas celestes forman el segundo reino; luego siguen los elementos de la Tierra, los reinos vegetal y animal; el linaje humano forma la categoría superior de la Creación, en cuya cúspide está el pueblo elegido. La expresión en esta poesía es muy bella y la lengua muy pura, sumamente fiel al lenguaje bíblico pero con toda la fluidez y ductilidad de la lengua hebraica renacida en la España medieval.
J. M. Millas Vallicrosa