Breve poema en dodecasílabos bizantinos (sucedáneos del trímetro yámbico), debido a Miguel Acominato (11409-1220). Los escritos de Miguel, en prosa y en verso, son el documento más importante para la historia de la Atenas medieval. Atenas era entonces una insignificante ciudad provinciana, habitada por gente en gran parte rústica, muy distinta de la de los contemporáneos de Platón que Miguel creía iba a encontrar en la ciudad de la Acrópolis cuando fue elegido obispo de ella en 1180. Al primer contacto con la realidad queda dolorosamente impresionado por el enorme abismo que separaba a los habitantes de la Atenas de su tiempo con la de los antiguos griegos, y exclama con profunda amargura: «¡Oh ciudad de Atenas, madre de la sabiduría, en qué abismo de ignorancia has caído!» Ya nada quedaba de los griegos antiguos, excepto el «hechizo del país», el Himeto rico en mieles, el tranquilo Pireo, Eleusis, en otro tiempo misteriosa, la llanura de Acaratón, la Acrópolis; pero aquella raza culta que amaba las ciencias había desaparecido; en su lugar quedaba una gente inculta, pobre de espíritu y de cuerpo. Éstos son los sentimientos que el docto obispo de Atenas expuso en los cuidados versos de su himno; en él el poeta se compara a un amante desilusionado que ve cómo se ha desvanecido la belleza de su amada; cómo Ixión, que enamorado de Hera, no estrechó en su abrazo más que una nube que había tomado engañosamente la forma de la diosa, enumera luego todas las grandezas de la antigua Atenas, ahora reducida a la nada y concluye, con el corazón afligido, reconociendo que «la gloria toda de Atenas ha muerto». El himno ha sido definido como «el primero y único lamento que ha llegado hasta nosotros sobre la ruina de la antigua ciudad gloriosa». En realidad, a pesar de algunos artificios retóricos, el poeta demuestra un sentimiento sincero y un cálido entusiasmo por la antigua grandeza de la Atenas clásica.
S. Impellizzeri