Novela de Benito Pérez Galdós (1843-1920), que continúa su obra Nazarín (v.). Aquí el protagonista, el desinteresado sacerdote, habla como habló don Quijote en la suya aludiendo al escritor que historió sus aventuras.
De modo lento se desarrolla el plazo entre la enfermedad de Nazarín (que sirve para la presentación y biografía de Halma), su proceso y la sentencia que recayó en el caso y que consiste en tener a Nazarín sujeto a una familia cristiana, siempre bajo la tutela de un representante de la Iglesia, con el fin de observarle y decidir si es loco o es santo. Entretanto, sus licencias sacerdotales se consideran en suspenso. La condesa Halma es una dama linajuda que por su casamiento con un soñador alemán, separóse de su familia geográfica y espiritualmente. La muerte del esposo y mil desventuras más en lejanas tierras exóticas, la obligan a regresar a España buscando el amparo de los suyos. Hay un buen sacerdote, don Manuel, cuya conciencia — llegado el momento de contrastarla con la inexplicable conducta de Nazarín — le acusa de excesiva blandura y sumisión a la vida social exenta de los riesgos y sacrificios que su condición de sacerdote exigía de él; y semejante crisis de descontento provoca en él la enfermedad y la muerte, reconociendo, eso sí, que Nazarín es un santo y no un loco. Otros episodios redondean y terminan la novela, hasta que el buen sacerdote, recuperadas sus licencias, obtiene que le destinen a Alcalá, en cuya prisión esperan el milagro de su palabra los infelices conversos Ándara y el Sacrílego. Los afanes de santidad que acometieron a Halma son encauzados inteligentemente por Nazarín hacia la familiar vía del matrimonio con un primo suyo, antiguo calavera, que por amor a ella y devoción a su elevada moralidad, se ha regenerado. Realmente Nazarín podía haber prescindido de Halma.
C. Conde