Obra del teólogo español Miguel de Molinos (1628-1696), publicada en Roma en 1675 con el título Guía espiritual que desembaraza el alma y la conduce por el interior camino, para alcanzar la perfecta contemplación y el rico tesoro de la interior paz. Traducida en seguida al italiano, latín y francés, tuvo un gran número de ediciones y una gran resonancia, ya que formulaba sistemáticamente aquel movimiento que, en oposición a la religiosidad formalista de la Contrarreforma, iba cundiendo por Europa, y fue más tarde llamado Quietismo.
Partiendo de conceptos implícitos en Santa Teresa y otros místicos españoles, para los que lo divino es la verdadera ciencia, Molinos ilustra los distintos grados del conocimiento de Dios. Nos unimos a Dios con la meditación y con la contemplación. La meditación se ejerce mediante la penitencia y las obras y queda en el plan de la práctica; la contemplación en cambio rebasa los grados de la actividad distintiva y discursiva del intelecto y llega a la visión inmediata y beatífica de Dios. A esta «unió mystica» se puede llegar por medio del esfuerzo humano sostenido por la gracia y por medio de la oración de quietud, gracias a la cual el alma se «sumerge en la nada» y deja de recibir cualquier impresión de los objetos terrenos; muerte mística en la que el hombre renuncia a sí mismo para reconocerse en Dios. Cuando el intelecto ha llegado a esta altura puede considerarse en las manos de Dios y recibir las impresiones sensibles más opuestas a la ley divina sin pecar. No hay, por lo tanto, que turbarse de la ausencia de pensamientos píos, de la esterilidad del corazón, ni de las tentaciones: estas cosas no son obstáculos, sino los medios de los cuales se sirve Dios para purificar al fiel y conducirle a la perfección. La preferencia dada a la contemplación sobre la meditación conducía al desprecio de la penitencia y de los caminos comunes de la perfección, y a preferir la actividad interior a la práctica de la virtud y de las obras. Sin embargo, la doctrina de Molinos formulaba con una ejemplar claridad de ideas y de método la exigencia de una más íntima religiosidad diversamente sentida en su época, y tuvo en seguida muchos partidarios.
Uno de los primeros fue el oratoriano P. M. Pietrucci, que defendió el sistema de Molinos en la obra De la contemplación mística adquirida [Della contemplazione mística acquistata] (Iesi, 1681), y el mismo Pontífice concedió muchos favores a Molinos que ocupaba habitaciones en el Vaticano. Pero pronto la doctrina fue atacada por los jesuitas, quienes le acusaron de hacer relativos los valores de la fe y de renovar la herejía de los «alumbrados», los cuales predicaban el pecaminoso consorcio de la sumersión del intelecto en el vacío conceptualizado con la unión carnal de los sexos. Molinos fue condenado en 1685 y conducido a las prisiones del Santo Oficio. Inocencio XI confirmó la condena con la bula Coelestis Pastor (1687) que rebatía 68 proposiciones de Molinos y le condenaba a prisión perpetua. También Petrucci, que en el ínterin había llegado a obispo, fue sometido a proceso y tuvo que retractarse. Pero el Quietismo siguió viviendo y encontró en Francia numerosos partidarios, entre los cuales fueron los mayores Mme. Guyon (1648-1717), que al año después de la condena de Molinos, continuó la doctrina en las obras Les torrents spirituels y Moyen court et très facile de faire oraison; el Padre Le Combe y también Fénelon (1651-1715), quien por su obra Explication des maximes des Saints tuvo una famosa polémica con Bossuet (v. Instrucción sobre los estados de oración y Relaciones sobre Quietismo), que terminó con la condena de la Guyon, de Fénelon y del Padre Le Combe.
C. Capasso