Tratado moral del teólogo y predicador dominico español Fray Luis de Granada (Luis de Sarria, 1504- 1588), publicado en Lisboa en 1556. Consta de dos libros, cada uno de ellos dividido en dos partes.
El primer libro, que se titula «Exhortación a la virtud», enumera en su primera parte las obligaciones que nos vinculan a la virtud (divina perfección, beneficio de la creación, de la redención, de la justificación, de la eucaristía, etc.) y los frutos inestimables que de ellas se derivan. En la segunda parte trata de la vida virtuosa y da los preceptos para disfrutar de los bienes temporales y espirituales que en esta vida se prometen a la virtud y especialmente los doce privilegios que ésta posee, es decir, la providencia de Dios, la gracia del Espíritu Santo, la luz y el conocimiento sobrenatural que Dios concede a los virtuosos, etc. El segundo libro, que se titula «Doctrina de la virtud», en su primera parte hace un minucioso examen de los vicios más comunes, es decir, de los siete pecados capitales v de sus remedios, y de los pecados veniales, dando consejos para hacer el hombre más virtuoso; en la segunda parte trata del ejercicio de las virtudes que adornan y embellecen con el adorno espiritual de la justicia (continencia, abstinencia, mortificación de las pasiones, etc.); sugiere lo que el hombre ha de hacer para con Dios, para con su prójimo, en la variedad de los estados y de las condiciones, indicando por fin los cuatro grados de obediencia y las cuatro maneras para alcanzar la fortaleza.
El tratado tiene una intención práctica y se propone poner a los pecadores por el camino de la virtud cristiana. Sin embargo, fray Luis, moralista ascético, hace de la virtud un procedimiento gradual hasta la identificación del alma con Dios, rozando en más de un punto el misticismo de los «alumbrados», como más tarde la Guía espiritual (v.) de Molinos. Escritor preciso y colorido, los períodos de fray Luis tienen la amplitud y la lentitud de la oratoria clásica y su argumentación recurre de grado a las sutilezas escolásticas; sin embargo, cuando describe la miseria del pecador o las efusiones alegres de la vida espiritual, su prosa se torna ágil y poética y extraordinariamente dúctil a la voz del sentimiento.
C. Capasso