Guerra y Paz, León Tolstoi

[Vojna i mir]. Novela de León Tolstoi (Lev Nikolaeyic Tolstoj 1828-1910), la mayor obra de la literatura narrativa rusa, y una de las más grandes de la literatura mundial; la vida rusa está en ella representada del modo más com­pleto, proyectada sobre un plano de tan alta humanidad que puede ser considerada patrimonio común de la cultura moderna. Fue escrita por Tolstoi en el curso de cinco años y publicada en 1878. Sobre el fondo de grandes acontecimientos históri­cos desde principio del siglo XIX, la cam­paña de los rusos en Prusia con la famosa batalla de Austerlitz, la campaña de los franceses en Rusia con la batalla de Bo­rodin y el incendio de Moscú, se entrela­zan las vicisitudes de dos familias nobles rusas, los Bolkonski y los Rostov, entre cuyos miembros se halla como círculo de conexión la figura del conde Pierre Bezuchov (v.), en torno al cual se estrechan los numerosos y complicados hilos que par­ten de las dos crónicas familiares, así como se estrechan ellas en la mente creadora del escritor, que en la personalidad de Pierre Bezuchov tiende a verse a sí mismo, según un acostumbrado procedimiento de Tolstoi.

De la familia Bolkonski el primer repre­sentante es el anciano príncipe, general de los tiempos de Catalina, un volteriano inte­ligente que vive en su posesión de «Lisyia Gáry» con su hija María, que ya no es jo­ven ni bella, pero que con «sus bellísimos ojos radiantes» y su tímida sonrisa, es la imagen de una alta belleza espiritual. La princesa María lleva la cruz de su existen­cia con su padre, que la ama, pero es rí­gido y severo, y en el fondo de su alma acaricia la esperanza de tener un día una familia propia y sus hijos. Esta esperanza se realizará mucho más tarde, merced a su matrimonio con Nicola Rostov. El persona­je más importante de la familia Bolkonski es el príncipe Andrés (v.), hermano de Ma­ría, que en nada se parece a su hermana: fuerte, inteligente, soberbio, consciente de su superioridad sobre los demás, pero desilusio­nado de la vida y en busca de una actividad práctica. Cayó por primera vez herido en el campo de Austerlitz; cuando vuelve a su padre y se le muere su esposa, se ena­mora de la exuberante y jovencísima Na- tasa Rostov (v.), que le parece como el ideal de la pureza y de la hermosura; y cuando en un instante de aturdimiento, mientras él se halla en la guerra, ella se deja arrastrar por los halagos del mundano Anatolio Kuragin, cae en la desesperación. Más tarde, extinguiéndose lentamente a con­secuencia de una segunda herida recibida en el campo de Borodín, halla, después de haberla buscado tanto, la «verdad de la vida», el amor, que se traduce en Dios. Con las vicisitudes de la familia Bolkonski se entrelazan las de la familia Rostov. Nicola Rostov, naturaleza primitiva que vive sin problemas y sin dudas, noble de tempera­mento, valeroso, alegre, cuando por las vi­cisitudes de la vida es conducido a convertirse en marido de María Bolkonski, llega a ser un excelente esposo y padre. Pero en la familia Rostov la figura central es Natasa, una de las más fascinadoras de la literatura mundial, llena de vida y alegría, capaz de influir sobre todos los que la ro­dean con su vivacidad y serenidad, a las que se añade una «clarividencia del cora­zón» que, como dice Pierre Bezuchov, «substituye en ella a la inteligencia». Con todo, Natasa es demasiado joven para advertir el vacío que hay detrás del brillante Anatolio, y lo prefiere, hasta el momento de su desengaño, al príncipe Andrés. Pero, des­pués de la ruptura con el príncipe, en la vida de Natasa se efectúa un gran cambio; ella no puede perdonarse la culpa cometida y desesperada, quisiera morir.

La muerte de su hermano Petia en el campo de ba­talla le devuelve fuerzas en el sentido de que la impulsa a consolar a su madre; y en esto halla su salvación. El amor de Pie­rre Bezuchov, la devuelve ya del todo a la vida, y también ella, como María Bolkonskaja, llega a ser esposa y madre ejemplar, entregada a sus nuevos deberes. Término medio entre las vicisitudes de Andrés y de Natasa es Pierre Bezuchov cuya historia forma con las otras dos el tercer gran filón de la novela. Hijo natural del conde Kiril Bezuchov, Pierre se halla, a la muerte de su padre, heredero de una fortuna enorme, e incapaz de servirse de ella. Meditativo, dotado de un mundo interior en que se mueve fatigosamente, inclinado a ver las cosas con sencillez primitiva, a pesar de ver claro el vivo contraste que forma su ac­titud frente a la de los demás, e incapaz de hallar el camino de una conciliación, el gordo Pierre Bezuchov es primero presa fácil del mundo en que vive. El príncipe Vassili Kuragin consigue fácilmente inducirle a casarse con su hija Elena, hermosa y frívola, y este matrimonio desgraciado le obliga a conocer más de cerca la sociedad en que vive, y a sentir repugnancia por ella. Luego de separarse de su mujer, in­tenta en vano, como Levin (v.), que se parece mucho a él, reformas agrícolas; de­seoso de alcanzar verdades concluyentes en­tra en la masonería, que no tardará en decepcionarle; cuando el ejército napoleó­nico entra en Moscú él cree estar destinado a matar a Napoleón, y está dispuesto a sacrificar una vida que, por lo demás, le parece inútil. Pero es hecho prisionero por los franceses antes que pueda efectuar su propósito, y durante aquella prisión, en con­tacto con hombres sencillos como el sol­dado Platón Karataev (v.), se enciende len­tamente una luz dentro de él. Cuando sea libre podrá enfrentarse a una nueva vida: su mujer, ha muerto; Natasa, iluminada también por un largo sufrimiento, se le acerca espontáneamente, y, con la seguri­dad de un nuevo núcleo familiar, la «paz» se recompone después de la tormenta.

An­tes de escribir Guerra y paz, Tolstoi había pensado en una novela dedicada a la con­juración e insurrección de diciembre de 1825, y había comenzado a reunir el ma­terial necesario. Pero precisamente aquel estudio había llamado su atención hacia la época precedente, hacia las fuentes de aque­llos fenómenos que había pensado descri­bir, y había remontado a las guerras napo­leónicas. La amplitud del cuadro y la in­clusión en él de acontecimientos grandiosos tan importantes para Rusia, hicieron que la novela se desenvolviese en verdadera epo­peya. Una epopeya, sin embargo, de tono realista, aunque el estudio de sus materia­les no le condujo a la objetividad histórica que algunos críticos hubieran deseado. Su objetividad está en la exposición precisa y exacta, y la alteración de algunos mo­mentos históricos no daña en modo alguno al conjunto, ni mucho menos la presenta­ción de los innumerables personajes, o el análisis de los movimientos, sentimientos y rumores de sus vidas. Además de psicólogo de cada uno de los personajes, se eleva a psicólogo de los estados de alma de las muchedumbres, elemento de gran impor­tancia en un cuadro tan grandioso como el período 1803-1809, en la historia de Europa en general y de Rusia en particular. Gue­rra y paz debe su enorme importancia a la grandiosidad del cuadro y además a lo que algunos han llamado el elemento mo­ral, y otros el elemento filosófico de la novela. Es menester distinguir verdadera­mente en este elemento, otros dos compo­nentes: el universal y el netamente ruso.

El primero de estos componentes es la au­téntica filosofía de la historia de Tolstoi, según la cual no la genial agudeza de los generales y gobernantes, ni la táctica del estado mayor, sino el espíritu de las masas del pueblo, las fuerzas de voluntad unidas, de las almas sinceras, su obscuro heroísmo y su pasividad deben ser considerados co­mo factores decisivos de los grandes acon­tecimientos de la historia. El otro es la convicción de que esta filosofía halla su expresión en el espíritu popular ruso. En su enunciación teórica, halla defensores en todos los pueblos, pero prácticamente, se­gún Tolstoi, se encarna en el pueblo ruso, cuyos representantes más auténticos son en esta novela el soldado Platón Karataev, y, en plano superior, el general Kutuzov (v.). Karataev, con su oración vespertina: «Señor, hazme dormir como una piedra y levantarme como el pan», expresa la más ele­mental e instintivamente religiosa rendi­ción del hombre a lo absoluto que le gobier­na: en él está ya enunciado el principio de la no resistencia al mal con la íntima convicción de que sólo las expresiones de la buena voluntad humana tienen el peso de una positiva realidad. Kutuzov, que al considerar la invasión napoleónica con una secreta intuición de campesino ruso, sabe que el esfuerzo de Napoleón está histórica­mente agotado, destinado a sofocarse en la vastedad pasiva de la estepa, y no se pre­ocupa por presentar la batalla campal, por­que espera con toda confianza la gran re­tirada, es el representante consciente, y con todo, rico en intuiciones subterráneas y elementales, de una concepción mística de la vida de que sólo el pueblo ruso, con­templativo paciente, naturalmente inocente hasta en sus excesos, puede, según el escri­tor, lanzar el mensaje. Esta concepción, que Tolstoi no desdeña desarrollar, también, con rigor teórico (las últimas páginas de la no­vela constituyen un verdadero ensayo de filosofía de la historia independiente de todo lo demás), halla después una vasta reali­zación artística en todo el conjunto de esta novela-poema en que los motivos psicológi­cos épicos y descriptivos se funden con maravillosa unidad alternándose en capí­tulos brevísimos, como grupos de estrofas líricas que Tolstoi introduce, creando una nueva técnica narrativa. El límpido y so­ñador ojo de Pierre Bezuchov es como la pantalla en que este mundo, dirigido por una fatalidad latente y misteriosamente sa­bia, viene a reflejarse.

Su incertidumbre es indecisión sólo aparentemente; en rea­lidad, Pierre — y cada vez más consciente de ello — no hace sino iniciarse en la ver­dadera contemplación; reacio desde el co­mienzo a formular juicio, acabará por com­prender que el juicio es sólo la forma de lo contingente, pero se detiene impotente ante lo’ absoluto. E interviene entonces una participación serena en el todo, donde el gesto que se realiza en el plano terrenal se torna al mismo tiempo conformidad so­bre un plano superior a una verdad eterna. Por esto Pierre no actúa y sus tentativas de acción son siempre extemporáneas; él no es un místico ni un santo, no está en modo alguno destinado a la pura ascesis, pero ha de alcanzar aquella conciliación entre lo contingente y lo absoluto que excluye todo acto excéntrico o heroico para establecer el equilibrio. De aquí la humana plenitud que él puede alcanzar, único tal vez entre todos los personajes ideales y ejemplares de la narrativa. En torno a Pierre, las di­versas formas de una existencia toda do­minada por una voluntad que trasciende a los individuos, se desarrollan en toda su abundante variedad: sobre todo en el mun­do de la adolescencia que haya tal vez en esta novela su más profunda realización de arte. Precisamente por hallarse suspendida entre una individualidad no madura to­davía y el sentido ingenuo de lo universal; conseguido por medio de las más sencillas reacciones, la adolescencia se nos muestra aquí en una situación de inspirado privi­legio: con sus francas expresiones de ale­gría y de dolor, sus emociones, sus afec­tos, constituye una zona de presagio, pá­nico, o temerario, en que el hombre se asoma a su propio destino y ya contempla al que desde lo alto lo conduce. El alma de. este clima es Natasa, que vive intensa­mente su diverso juego de luces y movi­mientos. En el paso de la adolescencia a la juventud, el contacto mágico se quiebra: el mundo adulto de Tolstoi, está aquí singu­larmente ciego, preñado de contingencias; es aquel mundo en que la guerra y la paz se alternan con trágica inutilidad, fatal­mente víctima de sí mismo.

Y, si los mejo­res se afanan en secreta y descontenta in­vestigación interior, los más andan al azar hacia fines inmediatos que, apenas alcanza­dos, se deshacen, incapaces de comprender el sentido de toda su parábola; ni la inte­ligencia ni aun el genio pueden iluminar esta ceguera; en ella participan igualmente el mediocre y frívolo Anatolio Kuragin y Napoleón. En cuanto a éstos, el sentido de una fatalidad dominante no está ya expre­sado, artísticamente, mediante un estudio psicológico, sino por medio de un juego de motivos yuxtapuestos que constituye otra innovación de esta novela. Valiéndose de las conquistas del realismo, Tolstoi es el primero en revelar el valor que pueden asumir ciertas minúsculas observaciones: las polainas de un oficial durante una batalla, un diálogo necio que se repite y aflora con absurda insistencia durante un movimiento dramático, el pliegue de un capote que de pronto atrae sobre él la atención y domina aturdidamente en el centro de un penoso fantasear. Entonces, improvisadamente, la cosa impone su vida propia y estrafalaria sobre la pobre contingencia de los hombres y proyecta los impulsos en un plano de gla­cial metafísica que sobrecoge: el sentido de lo absurdo viene a introducir mágica­mente el sentido de lo absoluto. En esta continua relación entre lo limitado y lo eterno, que ora es captada en la misma in­timidad de un alma, ora es indicada en el conjunto de los hombres, de sus vicisitudes y del ambiente que los rodea, Guerra y paz entra en la esfera de un epos originario, más cercano a la Ilíada (v.) y al Cantar de Roldán (v.) que a la vasta producción na­rrativa de su época en uno de los períodos más complejos y discutidos de la historia del espíritu, Tolstoi conseguía recuperar aquellos valores fundamentales que Fausto había ido a buscar a la región de las «Ma­dres», y los revelaba intactos aún y ricos en presagios en un mundo que, del parnasianismo -(v.) al naturalismo (v.), parecía destinado a revolverse entre extremos ful­gores de epígonos. [Trad. española de Ser- ge T. Baranov y N. Balmanya (Barcelona, 1952)].

U. Déttore

Guerra y Paz de Tolstoi ha suscitado en mí el más vivo interés; hay en este libro decenas de páginas admirables de primer orden — todo cuanto se refiere a la vida, la parte descriptiva—, pero su añadidura his­tórica, por la cual se entusiasman los lec­tores, es una comedia de fantoche, una charlatanería. (Turguenev)

Guerra y Paz es una obra capital, pero es lástima que haya en ella demasiados y mi­uciosos pormenores psicológicos. (Dostoievski)

Centenares de monografías históricas y etnográficas no nos darán jamás una idea tan precisa del carácter y del temperamento rusos, como Guerra y Paz de Tolstoi. (Badén)

El nombre de Tolstoi se hizo célebre en Europa junto con la literatura rusa; la per­sonifica, la sostiene heroicamente toda ella sobre sus espaldas, sacude las puertas de nuestro arte y de nuestra vida, entra en ella y nos trae todo aquel mundo. (Prezzolini)