Gritos del Combate, Gaspar Núñez de Arce

Colección de poemas de Gaspar Núñez de Arce (1834- 1903), publicada por vez primera en 1874 y ampliada en las sucesivas ediciones. To­das las composiciones, incluso las juveniles — hay algunas fechadas en 1855 — están de­dicadas a la exaltación de aquellos valores cuyo olvido ha conducido a la decadencia de España: Núñez de Arce, liberal, aunque respetuoso con la tradición, progresista a su manera, aunque muy apegado a los prin­cipios religiosos, admirador de la ciencia, pero aterrado por sus perspectivas antirre­ligiosas, partidario de la renovación, siem­pre que no sea en detrimento de la paz y del orden, patriota y timorato, refleja en toda su poesía estas tendencias suyas. De ahí que sus versos respiren furor, ironía, desaliento, tristeza o alegría del triunfo (Prólogo, pág. XII), suscitados por doloro­sos y trascendentales acontecimientos, en­tre el fragor de la lucha (Pról., pág. V). La tonalidad dominante de las composicio­nes viene dada por el contraste entre los sentimientos del escritor y el dinamismo de la realidad que los supera; Núñez de Arce no sabe adaptarse a esta realidad, por lo que su «Weltanschauung» no es alegre («La guerra») ni siempre serena, a pesar del consuelo de la religión. Cuando éste no le sostiene, cae en un limitado escepticismo, que no llega a ser desesperación, como en otros muchos poetas del siglo XIX, sino que es más bien el escepticismo de quien teme no creer lo suficiente para alcanzar una paz absoluta del espíritu: por esto Nú­ñez de Arce teme la crítica corrosiva («A Voltaire»), pero su inquietud espiritual lo arrastra a posiciones pesimistas («La Duda», «Tristezas», «Luz y vida», «Velut umbra», etc.).

Poeta eminentemente «civil», cual­quier tema le sirve para su polémica social; así, por ejemplo, la macabra y bellísima vi­sión de Blanca de Castelo (en «A Raimun­do Lulio») quiere simbolizar el afán hu­mano fundado únicamente en la ciencia, que sólo encuentra desengaño y asco allí donde esperaba bailar prodigios y felici­dad. Por fortuna, de vez en cuando Núñez deja dormitar esta tendencia suya; consigue entonces intuiciones de exquisito lirismo que cuajan en creaciones genuinamente poéticas: y todo esto sacude la indudable monotonía de los versos, monotonía de la que a menudo el mismo autor se da cuenta. La figura de Blanca de Castelo, por ejem­plo, es encantadora; pueden también recordarse la «Pobre loca» que en la tumba de su marido le llama desesperadamente; las escenas de dichosa paz y más tarde de de­sesperación de «Inundación»; el ocaso en el primer canto de «A Raimundo Lulio»; los éxtasis de la fe infantil en «Tristezas», y así sucesivamente. No faltan ensayos de realismo (por ejemplo la desesperación del «Condenado a muerte»). Sin embargo, los temas fundamentales son éstos: la falta de fe, esperanza y patria («En la muerte de A. Ríos Rosas»); pero un renacimiento es posible, no obstante, quizás a través del do­lor («A la patria»), el amor (« ¡Amor!»), la poesía («Estrofa»), y la fe en lo sobrena­tural y en la misión del hombre («A Darwin»). No faltan composiciones de finalidad claramente política: «A Castelar» contiene una defensa de la monarquía y una con­dena de la revolución; «Elegía a A. Herculano», una exaltación de la hispanidad de Portugal; «Cartagena», la afirmación dog­mática de que a la anarquía sigue la tira­nía, etc. Junto a algunos versos vacíos y retóricos, hay otros excelentes e inspira­dos, lo cual explica el favor — ciertamente excesivo — de que Núñez de Arce gozó en la crítica de su tiempo.

R. Richard