Género literario inventado y cultivado por el escritor español Ramón Gómez de la Serna (1888-1963). Las primeras, de carácter manifiestamente innovador o vanguardista, aparecieron en 1910 en la revista «Prometeo» y en el epílogo de Tapices, publicado bajo el pseudónimo dé «Tristán». Selecciones, refundiciones, nuevas series, etc., fueron apareciendo en 1916, 1919, 1927, 1931, 1935, etc. Gómez de la Serna nos cuenta que la «greguería» «nació aquel día <le escepticismo y cansancio en que cogí todos los ingredientes de mi laboratorio, todos, frasco por frasco, y los mezclé, surgiendo de su precipitación, de su depuración, de su disolución radical, la Greguería. Desde entonces, la Greguería es para mí la flor de todo». «Greguería» es una palabra elegida al azar, como lo fue «Dáda»: «Greguería, algarabía, gritería confusa — dice el autor —. (En los anteriores diccionarios significaba el griterío de los cerditos cuando van detrás de su mamá). Lo que gritan confusamente los seres desde su inconsciencia, lo que gritan las cosas».
La «greguería» tiene un fondo intuitivo; consiste en descubrir una relación entre dos elementos de la realidad que una observación habitual y rutinaria es incapaz de percibir. Se trata, pues, de un traslado de propiedades de un objeto a otro. La «greguería» utiliza el mismo procedimiento que la metáfora, con la diferencia de venir aquélla formulada de manera enunciativa y mucho más explícita. Pero esta su forma más explícita no es obstáculo para que los elementos puestos en relación estén en la realidad muy alejados, como ocurre en las imágenes de la poesía vanguardista. Como éstas, nacen a menudo del subconsciente, son una instantánea de la vida y de la realidad, no explicables lógicamente, pero sí poética e intuitivamente. Por lo tanto, son todo lo contrario — como afirma el autor — de la máxima y del trascendentalismo. La «greguería» puede constituir, pues, una magnífica iniciación al estilo y a la imagen de la literatura de vanguardia. No es de extrañar que al hablar de precedentes de su género, Gómez de la Serna aduzca los «hai-kais» y los poemas simbolistas, es decir, los textos de más contenido metafórico. A veces un delicado matiz, una leve observación dan origen a una «greguería». En algunas predomina un sentido abiertamente irónico, chistoso y hasta caricaturesco: «Hay que llevar las corbatas a la hora en punto».
«Las calvas iluminan el patio de butacas. Son la batería de candilejas de la sala». «La polilla convierte nuestro chaleco en un cielo estrellado». «Sifón: agua llena de oes»; otras, en cambio, tienen un gran contenido lírico, una exquisita y alta emoción poética: «Las gaviotas nacieron de los pañuelos que dicen adiós en los puertos»; «El alba riega las calles con el polvo de los siglos»; «Cada losa de las aceras es una losa funeraria… No sabemos por qué pensamos esto, pero desde que lo pensamos por primera vez lo hemos vuelto a pensar muchas veces, como si se concertase bien esa idea con las piedras anchas y desiguales y con los supuestos muertos anónimos, que primero fueron transeúntes sobre esas piedras y que después cayeron bajo ellas…». Pocas veces el clásico término de «ingenio» tiene una aplicación tan directa y exacta como en el caso de Ramón Gómez de la Serna, y manifestación de ese prodigioso ingenio son las «greguerías», que no sólo cultiva independientemente como género aparte, sino que constituyen una constante de su estilo. Las «greguerías» se han traducido al francés con el nombre de «criailleries» y al italiano con el de «schiamazzi», y también al inglés y al alemán, pero el autor dice de todos ellos que son «nombres desvariados».
A. Comas
La Greguería es lo único que no nos pone tristes, cabezones, pesarosos y tumefactos al escribirla, pues su autor juega mientras la compone y tira su cabeza a lo alto, y después la recoge… La Greguería conjuga el verbo como nada, dialoga, se ausenta, se humilla, solloza, musita, tira una miga — su miga — como un niño que juega en la mesa, comienza a cantar, se calla, coge un violín, lo rasca, le da un trastazo con el arco, se deja caer en un sillón, da un respingo, hace un gesto con la mano o con la nariz, saca la lengua, pinta un grafito de esos que los granujas pintan en las tapias, abre un piano remilgado y lo sobresalta con un despropósito o un golpe desgarrador, hace una diablura con el sombrero de un señor serio que está de visita en el despacho de papá, da una pincelada, se agacha en el jardín público creyendo haber encontrado algo de oro, y recoge lo que relucía, aunque sea una bolita hecha con el papel de un bombón; regala una idea para un drama, para una novela o para ahorcarse de ella, y sigue corriendo y saltando como una listada pelota de celuloide con un perdigón dentro. (Ramón Gómez de la Serna)