Gramática de la Real Academia Española

Tras el gigantesco esfuerzo que había representado el Diccionario, y pu­blicada ya la Ortografía, da fin la Academia a la tarea de redactar una Gramática, pro­pósito mantenido desde su fundación y en cuyo logro trabajaban sus miembros, espe­cialmente don Juan de Iriarte, Trigueros y Luzán. La dificultad de la empresa es reco­nocida en el prólogo, en cuyas páginas se leen estas palabras: «es más fácil probar su utilidad (la de la Gramática) que su composición». Cierto que había precedentes españoles, pero no inmediatos.

Fernando Lázaro ha señalado la escasa actividad gra­matical de la primera mitad del siglo XVIII, aunque en 1743 había aparecido la Gramá­tica de Martínez Gay oso, muy cercana en su concepción a la de Nebrija, y en 1769 el Arte de romance castellano, del P. Benito de San Pedro, que como su antecesor, experimentó la necesidad de que la lengua fuese codificada para facilitar su enseñanza, pero llevando a cabo su cometido con un propósito más moderno. La de la Academia lleva por título Gramática de la Lengua Castellana, y sale de las prensas madrile­ñas de Joaquín Ibarra en 1771. Como Mar­tínez Gayoso, concibe su tarea destinándola al aprendizaje del latín, lo que era incidir en la línea clásica de Nebrija. En efecto, en el prólogo, al referirse sus redactores a empresas anteriores, es mencionada la Gra­mática castellana de aquél, así como las Instituciones de Ximénez Patón y la Gra­mática de las tres lenguas de Gonzalo Co­rreas. De estas obras toma, por ejemplo, lo referente a las partes de la oración, pero difiriendo de sus autores en cuanto al nú­mero, ni diez como había establecido Ne­brija, ni cinco como Patón, ni tres como Co­rreas, fijándolas en nueve, tal vez de acuer­do con Martínez Gayoso, aunque la Gra­mática académica es muy superior, como compendio, a la obra de aquél, o teniendo presentes las enseñanzas de Miranda (1569).

Dentro de una línea fuertemente tradicionalista nace la Gramática de la Academia, que a tono con la que estima su gran res­ponsabilidad moral como corporación, sólo acepta lo indubitable y rechaza lo moderno que no haya sido remansado y aclarado. El carácter dominante es el normativo enca­minado al establecimiento de normas de in­mediata aplicación. Al tratar de los verbos se insiste en el criterio académico, «prefi­riendo a esta erudición la brevedad y la claridad, pues se trata de ilustrar y enseñar, no de ofuscar ni confundir a la juven­tud». Tal vez por ello no hay rastro de aquel logicismo del lenguaje que tan en boga se hallaba en Francia y otros países desde mucho antes. Impuesta la Gramática académica por disposición de Carlos III, en 1780, para la enseñanza en las escuelas, en las que se enseñaba a leer y escribir, sus ediciones han sido desde la primera muy numerosas. Solamente en el curso del si­glo XVIII aparecieron tres: en 1772, 1781 y 1796, esta última con importantes adiciones, si bien mantiene la división en dos partes de la primera edición, a saber, Analogía y Sintaxis, subdividida la segunda en concor­dancia, régimen y construcción. En el si­glo XIX aparecen varias ediciones: en 1858, 1862, 1864, 1865, 1866, 1867 y 1870. Esta úl­tima, a la que precede un extenso prólogo, divide la gramática en cuatro partes, aña­diendo a las dos tradicionales la Prosodia y la Ortografía. La decimotercera edición, de 1874, contiene varias modificaciones a tono con los progresos de la lingüística, si bien no se decide «desde luego a cano­nizar los asertos y las brillantes induccio­nes…» esperando a que la meditación y el tiempo les impriman el sello y carácter de una certeza definitiva.

Una de las noveda­des, aunque ya ensayada antes, es la de separar el sustantivo del adjetivo. En la edición decimoquinta, de 1880, se puntualiza el sentido de las cuatro partes tradicionales de la Gramática, y la de 1917 acoge al­gunas innovaciones morfológicas y sintác­ticas de la Gramática de Bello, que publi­cada en 1847 había contribuido a la reno­vación de los estudios de gramática espa­ñola. Y finalmente, desde la edición de 1924, lo mismo que en el Diccionario, adoptó la denominación de Lengua Española, que hoy se mantiene. A lo largo de ciento ochenta años y en numerosas ediciones, fue cui­dando y mejorando la Academia esta obra suya, que de modo tan decisivo había de influir en la enseñanza de la lengua es­pañola.

M. G. Blanco